Los dos partidos mayoritarios cada vez lo son menos, según vienen apuntando las encuestas en los últimos tiempos. De hecho, la más reciente de ellas, elaborada por Metroscopia, atribuye a Partido Popular y Partido Socialista menos del 50% de los votos en unas hipotéticas elecciones, cuando en las generales del año 2011 cosecharon el 73% de los sufragios; y el 84% en las de 2008.
Nadie que viva en el país o esté familiarizado con su situación puede sorprenderse demasiado por estos datos. España está sufriendo una crisis política, económica, cultural, institucional tremenda, a la que ni mucho menos son ajenos los partidos políticos, empezando por los mayoritarios, grandes responsables, por acción, omisión o negligencia, de buena parte de lo que está sucediendo. La gente lo sabe, y se replantea sus preferencias políticas en consecuencia.
El desplome de populares y socialistas está engordando de manera extraordinaria las expectativas de terceros como Izquierda Unida y UPyD, lo que no deja de ser lógico... y desalentador; no precisamente por la formación de Rosa Díez, que está exhibiendo energía, coraje y dinamismo y parece cada vez más cerca de una merecida consolidación, sino por la de Cayo Lara y demás personajes perfectamente descalificables, marinados en una ideología nauseabunda por liberticida, pirómanos de la convivencia, traficantes del resentimiento.
Lo último que necesita España es que del río revuelto emerjan rozagantes las pirañas de la extrema izquierda. Así como un par de partidos mayoritarios en estado abúlico o comatoso, con tremendas carencias en casi todos los ámbitos, empezando por el del coraje y el liderazgo. Y un Parlamento atomizado y carcomido por las cada vez más numerosas y decididas termitas antisistema.