Menú
EDITORIAL

Proteccionismo, la otra cara de la pobreza

El acuerdo alcanzado este fin de semana en Ginebra por los países miembros de la Organización Mundial del Comercio (OMC) invita, cuando menos, a una reflexión y a reconsiderar cuan importante es el comercio libre, sin trabas arancelarias o burocráticas, entre las naciones del mundo.
 
Los 147 países que se han adherido a esta última ronda de negociaciones, conocida como la Ronda de Doha por ser en esta ciudad del golfo Pérsico donde comenzaron hace tres años, se han comprometido a aplicar un programa intensivo de liberalización comercial, orientado a facilitar las transacciones entre los países pobres y los ricos. El documento, aprobado tras una negociación exprés y de tintes maratonianos, ha plasmado sobre el papel un acuerdo explícito de los Estados Unidos y la Unión Europea para reducir los aranceles de entrada y, sobre todo, para ir disminuyendo las subvenciones agrícolas y los apoyos a la exportación.
 
Muchos países del Tercer Mundo se quejaban, y con razón, de que tanto Washington como Bruselas se rasgaban las vestiduras en los foros internacionales clamando por el libre comercio pero luego, en casa, se deshacían en ayudas millonarias a sus agricultores. Tal contrasentido, mantenido por el ala social enemiga de la globalización y sus beneficios, no podía durar eternamente. Si los políticos del Primer Mundo desean que los países más atrasados se desarrollen, por fuerza han de permitirles situar sus productos más allá de sus fronteras, en un mercado abierto, sujeto a la competencia y a criterios de calidad y precio.
 
Europa, donde el sector primario se “come” literalmente una porción sustanciosa del presupuesto comunitario, se vería enormemente beneficiada por una política global de liberalización y bajos - o nulos - aranceles de comercio. Los europeos, que somos muchos millones de consumidores, nos vemos obligados a poner sobre nuestra mesa lo que los burócratas han decidido previamente por nosotros. Da igual que sea más caro, o de peor calidad, o que en algunos casos ­­- y por cuestiones climáticas – hayamos de resignarnos a consumirlo exclusivamente en su temporada.
 
Pero si europeos y norteamericanos ganaríamos en variedad, calidad y precio, el que más tajada sacaría de una efectiva liberalización comercial global sería indudablemente el abanico de países que se encuentran postrados en la miseria o – en el mejor de los casos – desarrollándose a duras penas. Por más que repitamos esa idea, y por más que los resultados de su aplicación no dejen de ser siempre óptimos, los enemigos de los mercados abiertos siguen empeñados en ver en ellos la cara más amable de una presumida, y nunca demostrada, explotación capitalista a escala mundial.
 
El principal enemigo del campesino argelino que cada año estrena ilusionado cosecha de limones no es, como suele pretenderse, la gran banca o los intereses cruzados de la bolsa de Francfort y el lobby judío de Nueva York. Su principal enemigo es José Bové y los que piensan como él, que, por desgracia, son muchos. Si las fronteras de la Unión estuviesen abiertas, completamente abiertas, a los limones argelinos, la aceituna siria y la carne de vacuno uruguaya, un prodigioso mecanismo se pondría en marcha en los dos lados del proceso de intercambio. La desconfianza se tornaría en cooperación y el desaliento de los que se ven sin más horizonte que la emigración en una bocanada de esperanza.
 
Los números no fallan, y la experiencia acumulada a lo largo de los últimos dos siglos da buena fe de ello. A mercados abiertos prosperidad, a intercambio libre concordia internacional. El proyecto de acuerdo alcanzado en estos días estivales de asueto y vacaciones es una buena noticia. Para nosotros, para ellos, para todos. Quizá en la miríada de organizaciones, asociaciones e instituciones dedicadas a luchar contra la globalización, es decir, consagradas a perpetuar la pobreza, no haya sentado tan bien. Todos los que tienen algo que vender encontrarán alguien que se lo compre, lo lógico es no ponerles trabas, ni a los unos, ni a los otros. La Organización Mundial del Comercio, cuyo objetivo es promocionarlo no regularlo, tiene un gran trabajo por delante.

En Libre Mercado

    0
    comentarios