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EDITORIAL

Rajoy, como el perro del hortelano

Sería muy indecente que el PP sumara sus fuerzas a las de Podemos contra un Gobierno de PSOE y Ciudadanos.

La patética comparecencia de Mariano Rajoy tras la segunda ronda de conversaciones con el Rey sólo ha servido para constatar nuevamente que el todavía líder del PP sigue sin poder alcanzar una presidencia del Gobierno, a la que, sin embargo, sigue sin renunciar, al coste de lo que sea. Así las cosas, se entiende perfectamente que el monarca haya propuesto a Pedro Sánchez para que trate de formar Gobierno, una vez que el candidato socialista, tras su entrevista con Don Felipe, diera un paso al frente y anunciara su voluntad de intentarlo.

En ese sentido, Pedro Sánchez ha mostrado su disposición a mantener un diálogo con todos los partidos –incluido el PP– sin más excepciones que los separatistas de Esquerra y de Democràcia y Llibertat. Lo cierto es que el candidato socialista podría alcanzar la presidencia tanto si llega a acuerdos con la extrema izquierda y los separatistas como si se limita a lograr el apoyo de Ciudadanos y la abstención del PP.

De hecho, el único obstáculo que Pedro Sánchez tiene para presidir un Gobierno de coalición con Ciudadanos –Gobierno equiparable a los muchos que en Europa están presididos por personas que no pertenecen a la lista más votada– es la determinación del PP de votar en contra de cualquier Ejecutivo que no esté presidio por Mariano Rajoy, incluidos aquellos que pudiesen dar la espalda a las aspiraciones antisistema de comunistas y separatistas. Así lo ha puesto lamentablemente de manifiesto Rajoy, que a las preguntas de si su partido favorecería, aunque fuese con la abstención, un Gobierno PSOE-Ciudadanos ha respondido categórico: "De ninguna de las maneras".

El PP debe votar en contra de la investidura de Sánchez si el PSOE llega a acuerdos con Podemos y otras formaciones nacionalistas. Pero sería muy indecente que sumara sus fuerzas a las de Podemos contra un Gobierno de PSOE y Ciudadanos. Esta es, sin embargo, la única forma que tiene el PP de tumbar la investidura de Sánchez y de conseguir que se celebren unas nuevas elecciones generales, en las que Rajoy cree ilusamente que podría obtener la mayoría suficiente para gobernar.

No faltarán quienes digan que, siendo el PP el partido más votado, es demasiado sacrificio pedirle que favorezca la investidura como presidente de alguien que no pertenece al mismo y que hasta la fecha se ha negado a cualquier tipo de acuerdo. Sin embargo, y por mucho que la renuncia de Rajoy a presidir el Gobierno también implicara su abandono de la presidencia del PP, este sacrificio es exigible a quien ha perdido un tercio de su electorado y traicionado como ningún otro gobernante el ideario de su partido.

Renunciar a presidir el Gobierno es el coste que el PP ha de pagar para renovar su infausto liderazgo y recuperar sus traicionadas señas de identidad. El empecinamiento de Rajoy por aferrarse al cargo –y la mansa servidumbre de su partido a la hora de consentirlo– conducen, sin embargo, a un frente popular-secesionista o, mucho más probablemente, a unas nuevas elecciones, de las que saldrá más de lo mismo de lo que tenemos ahora.

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