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EDITORIAL

Rajoy, el jefe de la oposición que no quería gobernar

La mejor manera de que Zapatero responda ante España y la Historia es que Rajoy plantee o una moción de censura o una de confianza o que pida elecciones anticipadas para que los españoles opinen, sin necesidad de que nuestra situación siga deteriorándose.

La mayoría de medios de comunicación coinciden en tildar los últimos siete días como "la semana negra de Zapatero". En apenas unas jornadas, hemos visto cómo el Gobierno proclamaba la necesidad de dar marcha atrás en toda la política económica que había seguido desde el inicio de la crisis –reducción del gasto público, flexibilización del mercado laboral y reforma de las pensiones–, cómo padecía el mayor de los descréditos internacionales al haber sido colocado en Davos al lado de Grecia y Letonia y al ser plantado por Obama y cómo los inversores entraban en pánico, huyendo de todos los valores que estuvieran asociados a la marca España.

No cabe duda de que Zapatero es una de las mayores catástrofes que ha sufrido nuestro país en mucho tiempo. Recibió en 2004 una economía que, si bien ya comenzaba a exhibir algunos de los desequilibrios que en 2007 terminarían estallando, se encontraba en una buena posición para emprender las reformas que requería. Seis años después, legislatura y media de Zapatero más tarde, el país resulta irreconocible y no son pocos los que ya perciben incluso un riesgo de quiebra soberana.

En este contexto, la sociedad española y los inversores internacionales no sólo necesitan saber que es posible desplazar al PSOE del poder, sino que puede ser sustituido por una alternativa política capaz de enderezar el rumbo del país. Una de las claves de la gravedad de la situación actual reside precisamente en que el posible reemplazo al desastre político de Zapatero, el nuevo PP de Mariano Rajoy, no está articulado ni, mucho menos, ansioso de tomar hoy las riendas del país.

Al margen de la imagen de descoordinación interna que transmita que presidente y secretaria general transmitan estrategias electorales contrapuestas, parece que Rajoy insiste en su estrategia de ayudar al Gobierno en los momentos de dificultad con tal de heredar el cargo allá por 2012. Poco importa que esa ayuda suponga el espaldarazo implícito a una política económica desorientada y contraproducente; Rajoy insiste en que Zapatero sólo debe acudir al Parlamento a exponer cuáles son las líneas maestras de su plan de recuperación y que ante quien debe responder es ante España y la Historia.

Lo cierto, sin embargo, es que la mejor manera, la más rápida y conveniente de que Zapatero responda ante España y ante la Historia es que Rajoy plantee o una moción de censura para sustituir al Gobierno, o exija una moción de confianza para que se expongan claramente cuáles son sus apoyos o que, directamente, pida elecciones anticipadas para que los españoles juzguen, sin necesidad de que nuestra situación siga deteriorándose durante dos años más, si mantienen su apoyo al presidente de los cuatro millones de parados.

Puede que el problema sea que Rajoy no se atreva a tomar las riendas de la nación hasta que, según esperan algunos, la crisis haya empezado a escampar en 2012, o que carezca de un proyecto nacional articulado que haga su política distinguible del cúmulo de improvisaciones y ocurrencias en lo que se han convertido las legislaturas de Zapatero o que considere que los españoles todavía no confían lo suficiente en él y en su nuevo partido como para depositarles su confianza, incluso al lado de una calamidad como Zapatero.

Pero en cualquier caso, semejante indefinición, cobardía y falta de liderazgo sólo demuestra que Rajoy tiene una mentalidad de funcionario o incluso de ministro, pero no de líder de la oposición o de presidente del Gobierno. Si en la desastrosa situación en la que se encuentra España no sólo es incapaz de despegar en las encuestas, sino que prefiere que el país siga en manos de quien lo ha hundido en la miseria, es que sólo piensa en sus privilegios de político y no en mejorar la vida de los ciudadanos. Un mal credencial para ilusionar y enderezar el rumbo de nuestro país. Y es que el problema de negarse a gobernar cuando más falta hace un recambio es que los españoles pueden convencerse de que la supuesta alternativa o es incapaz de gobernar, o no le preocupan sus problemas, o ambas cosas a la vez.

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