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EDITORIAL

Regàs prefiere a Franco

Entre un dictador como el General Franco y un presidente democráticamente electo y respetuoso en grado extremo con la Constitución, Regàs se queda con el primero.

La derrota del PP fue "espectacular y milagrosa", una suerte de "alegría política...más grande incluso que la muerte de Francisco Franco". Si el injustamente denostado Jon Juaristi hubiera salido, a los tres meses de ser nombrado director de la Biblioteca Nacional, con unas declaraciones semejantes, el país hubiera sido objeto de una conmoción sin precedentes y desde Ferraz no se hubiese tardado ni tres minutos en pedir su cese fulminante. No ha sido el caso. La que se ha despachado a gusto, desde Buenos Aires, ha sido la escritora y empresaria Rosa Regàs, directora de la Biblioteca Nacional e Intelectual antiimperialista. Y claro, no ha pasado nada.
 
Manifestaciones como esta nos remiten directamente a las que, hace poco más de un año, hizo la periodista Maruja Torres respecto a los votantes del PP. En aquel entonces, al hilo del éxito electoral popular en las elecciones municipales, la escriba de Polanco calificó a los que no se habían manifestado contra la guerra como "hijos de puta" que, bien calladitos eso sí, habían ido en masa a votar a Aznar. No contenta con manchar el nombre de la madre de casi diez millones de españoles, Torres fue más lejos asegurando que lo que quería era afiliarse a "la Asociación Nacional del Rifle ahora que ha dimitido Charlton Heston". Las intenciones últimas de esta conversión repentina preferimos no imaginarlas.
 
Regàs, más pacífica que su correligionaria Torres, todo lo que tenía pensado en caso de que el PP ganase las elecciones era emigrar a Francia aunque, examinando de cerca su biografía, lo lógico es que se hubiese decidido por la Cuba de Castro, tiranía bananera por la que la escritora catalana siempre ha mostrado una especial debilidad. Hace no mucho tiempo Víctor Llano, colaborador de Libertad Digital, publicó un artículo en el que rebautizaba a Regàs como la "Bibliotecaria de Castro". Y razón no le faltaba. A cuento del pogromo de disidentes del año pasado, Regàs contestó algo airada a un periodista: "¿por qué se escandalizan de lo que pasa en Cuba?". Quizá porque su admirado Fidel tiene a 100.000 cubanos entre rejas, 100.000 cubanos entre los que se encuentra una nutrida selección de intelectuales, escritores y bibliotecarios. Si, bibliotecarios como los que trabajan en la institución que ella, desde su espacioso despacho madrileño, dirige.
 
Lo mejor, sin embargo, de la entrevista que concedió ayer a EFE no es el habitual muestrario de tópicos progres a los que ya nos tiene acostumbrados, lo mejor fueron las lisonjas hacia los intelectuales que, según su peculiar lectura de la jugada, han llevado en volandas a ZP a La Moncloa. Todo "empezó con una manifestación de artistas e intelectuales y luego se fue extendiendo". Inconfundible aroma totalitario. Rosa Regàs se tiene bien aprendido el catecismo comunista según el cuál los intelectuales son la fuerza motriz de la sociedad. La manifestación a la que hace referencia Regàs no fue tal sino un simple manifiesto en el que estampó su rúbrica junto a un generoso grupo de abajofirmantes, entre los que se encontraban filobatasunos de postín como Carlo Frabetti o Eva Forest. Esto acaeció mediado el mes de Febrero de 2003. Para entonces, para aquella fecha mágica en la que Regàs cree ver el nacimiento de una conciencia, las organizaciones de extrema izquierda llevaban varios meses agitando. Sin demasiados resultados prácticos dicho sea de paso.
 
El manifiesto de marras, encabezado por un pomposo Alianza de Intelectuales Antiimperialistas, fue titulado "No a la guerra imperialista. Manifiesto contra la barbarie". Se entiende que otras guerras, como la de clases o la de Castro en Angola, son válidas y perfectamente promocionables. Y en lo relativo a la barbarie, los gulags de Corea del Norte o las granjas de reeducación cubanas, no son tal sino una variante refinada de justicia popular altamente recomendable para los que no traguen con la colección de majaderías contenidas en un manifiesto que, a los ojos de la directora de la Biblioteca Nacional, supuso el inicio de una rebelión popular. De ilusión, definitivamente, también se vive.
 
Sea como fuere, el hecho es que Rosa Regàs ha dejado bien clara su escala de preferencias. Entre un dictador como el General Franco y un presidente democráticamente electo y respetuoso en grado extremo con la Constitución, Regàs se queda con el primero. Cuando murió Franco no se alegró tanto, quizá porque a los tres meses de morir el dictador no le dieron la dirección de una de las principales bibliotecas nacionales del mundo, quizá porque entre la democracia liberal y la dictadura militar, aunque no sea de su cuerda, prefiere la segunda. De casta le viene al galgo.
 
El Partido Popular, que todavía no ha sintonizado el canal de Oposición, no debería tomarse a chiste las declaraciones de Regàs. El partido que ha gobernado España durante ocho años con más aciertos que errores y que ha sido exquisito con la ley en todo momento, no debería consentir que, desde una instancia estatal, se le tomase como una cuadrilla de bandidos. Si Jon Juaristi hubiese merecido el cese, Rosa Regàs no ha de ser menos. Quid pro quo.

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