La posición de la dictadura hereditaria siria como santuario del terrorismo palestino ha quedado considerablemente debilitada tras la caída de Sadam Husein, que la ha situado en primera línea del llamado “eje del mal”. De momento, el régimen sirio se ha visto obligado a colaborar en la guerra contra el terrorismo facilitando pistas acerca de los 3.000 millones de dólares que Sadam depositó en bancos de Damasco y que podrían estar financiando los atentados terroristas en suelo iraquí. Sin embargo, esto es claramente insuficiente y EEUU a advertido al dictador sirio de que debe dejar de cobijar y entrenar terroristas palestinos y debe detener el flujo de terroristas que cruzan la frontera desde Siria para perpetrar atentados y sabotajes en Irak. EEUU prepara sanciones económicas contra el régimen de Bachar el Assad por cobijar terroristas; e Israel, por su parte, ha complementado recientemente las advertencias norteamericanas con el ataque contra uno de los muchos campos de entrenamiento de terroristas cercanos a Damasco.
Es precisamente en este clima de presión política y militar cuando la diplomacia española ha decidido devolver la visita a Bachar el Assad, cuyo primer viaje oficial al extranjero como presidente, en 2001, tuvo como destino la ciudad de Córdoba, donde presentó junto a Don Juan Carlos y Doña Sofía la exposición “El esplendor de los Omeyas”. Y lo cierto es que, a primera vista, es difícil imaginar un momento más inoportuno, en plena guerra contra el terrorismo, para estrechar relaciones al más alto nivel diplomático con el santuario por excelencia de los terroristas palestinos, sobre todo cuando nuestros intereses e intercambios comerciales con Siria son prácticamente inexistentes. Como también resulta inexplicable la reciente visita de Aznar a Gadafi, por mucho que haya reconocido su responsabilidad en el atentado de Lockerbie y en otras masacres y por más que haya decidido indemnizar generosamente a los familiares de las víctimas. Prueba de esto último son las recientes informaciones de que Gadafi podría estar reactivando su programa de armas nucleares.
Si la intención del Gobierno es subrayar nuestra autonomía en política exterior respecto de EEUU –el voto favorable de España a la condena del ataque Israelí promovida por Siria en la ONU sería un indicio de ello–, no se podía haber elegido peor el país, el momento y las circunstancias. La visita amistosa del jefe del Estado de uno de los países del trío impulsor de la guerra contra el terrorismo no contribuirá precisamente a mantener la presión diplomática contra Siria. Si el objeto de este viaje de sus Majestades, a quienes acompaña Ana Palacio, la jefa de la diplomacia española, es convencer a Bachar el Assad de que colabore en la guerra contra el terrorismo desmantelando los santuarios y los campos de entrenamiento de Yihad Islámica, Hamas o Hezbolá en el Líbano, todo ello en aras de la “tradicional amistad” hispano-árabe, nuestro Gobierno pecaría gravemente de exceso de ingenuidad. Siria lleva haciendo la guerra a Israel desde hace más de cincuenta años, y ocupó el Líbano precisamente para tener una “frontera común” con los hebreos desde la que amenazar directamente al estado judío y que hoy emplea Hezbolá para organizar sus atentados y sus ataques contra los asentamientos israelíes.
Por tanto, y si se excluyen los intereses económicos que, por lo demás, son de menor cuantía, la única explicación coherente del acercamiento al santuario del terrorismo palestino sería que a España le ha tocado representar el papel del “policía bueno” que explica con amables palabras al delincuente las ventajas de confesar sus delitos y de delatar a sus cómplices. Una iniciativa que casa muy bien con la posición del Gobierno, mucho más cercana a las tesis conciliadoras de Powell que a las de Rumsfeld, Rice y el propio Bush. Pero la experiencia en Oriente Medio muestra que nunca ha sido posible un arreglo diplomático duradero sin que previamente haya tenido lugar una contundente advertencia o una victoria militar, como fueron los casos de Egipto y de Jordania. Por ello, lo máximo que cabe esperar de este viaje es alguna grandilocuente declaración de intenciones por parte de la dictadura Siria, que en la práctica no atenderá a razones diplomáticas si no es por la presión de las amenazas. Cabe preguntarse cuál será la posición de España respecto a la dictadura Siria si Bachar el Assad se mantiene en sus trece y EEUU e Israel deciden intensificar la presión. ¿Seguirá siendo Siria, a pesar de todo, un “país amigo?
En Internacional
0
comentarios
Servicios
- Radarbot
- Libro