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EDITORIAL

Siria, una difícil papeleta para occidente

Lo difícil es decidir qué tipo de intervención es posible en una guerra de frentes difusos en la que es imposible interponerse entre los ejércitos;

Por suerte o por desgracia, en muy pocas ocasiones los conflictos internacionales son un asunto de buenos y malos en los que sea fácil tomar partido. Tampoco son casi nunca una tragedia clásica, en la que inocentes limpios de toda culpa están a punto de ser masacrados por malvados todopoderosos.

No es el caso del actual Egipto, como reseñábamos hace unos días en estas mismas páginas, y desde luego tampoco es el de Siria. Más bien al contrario, allí la guerra civil enfrenta de un lado a un régimen sostenido por una minoría religiosa, una familia y el único partido nazi gobernante en el mundo actual; y del otro a una amalgama heterogénea de grupos, animados unos por el fanatismo religioso y por el ánimo de venganza tribal otros, pero entre los que muy pocos, si no ninguno, quieren para su país algo que no sea una dictadura dependiente de esta o aquella potencia regional.

En este contexto, aunque no hay poco de hipocresía en la creciente indignación de la "comunidad internacional", es cierto que el uso de armas químicas podría llevar el conflicto a un nuevo nivel y, probablemente, eso requiera una intervención para que la masacre no llegue a unas cifras difícilmente asumibles para las opiniones públicas europea y norteamericana.

Lo difícil es decidir qué tipo de intervención es deseable y, sobre todo, posible. Estamos ante una guerra de frentes difusos, por lo que es imposible interponerse entre los ejércitos; del mismo modo, resulta impensable favorecer a ninguno de los contendientes y cargar con la responsabilidad de ayudarles a exterminar a sus enemigos; y, desde luego, que nadie piense en una invasión convencional para tomar el control del país y librar a los sirios de los propios sirios.

Al mismo tiempo, hay que medir muy mucho cualquier demostración de fuerza en un conflicto en el que, de una u otra forma, están ya implicados Irán, Turquía, Arabia Saudí, Israel, la cercana Jordania y, sobre todo, el muy frágil Líbano. Un auténtico polvorín presto a saltar ante la mínima chispa.

Parece, por tanto, que la única alternativa es una intervención contundente pero al mismo tiempo muy limitada, que muestre a todo el mundo en Siria, no sólo al gobierno de Al Asad, que hay límites que incluso en una guerra civil no es posible transgredir. Una intervención que, además, tiene que verse acompañada de una intensísima campaña diplomática para evitar cualquier posible escalada regional.

Por último, no podemos terminar sin comentar otro de los aspectos que esta crisis está resaltando: la profunda hipocresía de no pocos gobiernos, de aún más medios de comunicación y, hay que admitirlo, de buena parte de la opinión pública occidental, que viven en la permanente descalificación de Estados Unidos y su "imperialismo", pero que rápidamente reclaman, cuando no exigen, que los yanquis vengan una vez más a hacer el trabajo sucio que Europa no sabe y no quiere hacer.

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