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EDITORIAL

Suavidad en las formas, manipulación en el fondo

Por mucha “cordialidad y respeto” que se hayan brindado mutuamente Zapatero e Ibarretxe, de nada ha servido la entrevista que ambos dirigentes han mantenido en La Moncloa. Por lo menos, de nada bueno. Lo único que ha quedado de manifiesto es, por una parte, la firmeza y determinación de los nacionalistas vascos por llevar adelante su proyecto segregacionista, y por la otra, el hecho de que la sonrisa y buen talante de ZP sólo enmascaran la indefinición del PSOE ante los envites del nacionalismo, tanto en el País Vasco como en Cataluña.
 
El lehendakari ha explicado que "ha venido a ofrecer un proceso de diálogo, una vía de encuentro". Ha dejado claro, sin embargo, que "un Estado español en común es posible si así lo han decidido las diferentes regiones que lo componemos. Si no se respeta la voluntad de la sociedad vasca será difícil encontrar soluciones".
 
Por mucho que el lehendakari edulcore su propuesta soberanista con bellas palabras, lo cierto es que las suyas no llegan a ocultar que la “solución”— solución a problemas que sólo el nacionalismo ha generado— parte de la exigencia del reconocimiento previo por parte de Zapatero de ese mal llamado “derecho de autodeterminación”.
 
Como ya hemos señalado en tantas ocasiones, el "derecho de los pueblos" a decidir por sí mismos no puede significar en la práctica que cada minoría étnica, lingüística o religiosa disponga de un Estado independiente, sino que toda minoría —mejor dicho, todo individuo— disfrute de la protección de las leyes del Estado del que forme parte. Y esa protección y esa libertad la tienen reconocida los vascos, como el resto de los españoles, en esa Constitución del 78 que los nacionalistas quieren derribar.
 
El reconocimiento del falso derecho de autodeterminación no sería, pues, la “solución” sino el agravamiento del “problema” mismo, problema que en el País vasco se dispara todavía más por el hecho de que algunos de sus partidarios se dedican desde hace décadas a exterminar físicamente a quienes no comulgan con sus delirios ideológicos.
 
Es importante, sin embargo, dejar claro que, como todo principio mal planteado, el de la autodeterminación se contradice a sí mismo. El derecho de autodeterminación de los vascos imposibilita ese mismo supuesto derecho de los españoles, así como el de los alaveses imposibilitaría, a su vez, el de los vascos. Y así hasta alcanzar el ámbito del pueblo o la aldea.
 
Téngase en cuenta, además, que ni Ibarretxe ni ningún partidario de la autodeterminación nos han explicado todavía cada cuantos años la “sociedad vasca debería decidir” su relación con el resto del Estado. Es preciso recordar, en este sentido, que ya los vascos se mostraron mayoritariamente a favor de ese “Estado común” en el referéndum constitucional de 1978.
 
Lo que tampoco es de recibo es recurrir a la cortesía únicamente como disfraz de la debilidad moral y política de quien, como Zapatero, ni siquiera ha sido capaz de recordarle al lehendakari que no es precisamente el Estado Constitucionalista, sino el terrorismo nacionalista, el que desde hace décadas impide la libertad de los ciudadanos vascos.
 
Por no tener que definirse, Zapatero hasta ha renunciado a solicitar a Ibarretxe en su encuentro que retire su inconstitucional proyecto que sólo tiene por objetivo la secesión. Claro que si esta es la hora en que todavía ZP no se ha puesto de acuerdo con sus compañeros de partido respecto a las exigencias de Margall, difícilmente cabria esperar claridad del presidente del Gobierno frente a los nacionalistas vascos.
 

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