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EDITORIAL

Un atentado no sólo contra Marruecos

Los radicales islámicos no quieren ver ni a un solo occidental en tierras marroquíes y van a hacer todo lo posible para conseguir su objetivo; un panorama nada tranquilizador que nuestros gobiernos debieran ayudar a combatir.

Tras un periodo de tiempo prudencial, necesario para que las autoridades marroquíes realizaran las oportunas investigaciones, podemos establecer como seguro que el atentado ocurrido el pasado día 28 en una céntrica cafetería de Marrakech fue obra de islamistas radicales, que es tanto como decir de Al Qaeda, organización terrorista que en la zona del Magreb aparece integrada mayoritariamente por salafistas argelinos.

Pero más allá de la condena que exige un hecho de esta naturaleza indistintamente del lugar en que se produzca, vale la pena analizar la causas y, sobre todo, las consecuencias que esta presión terrorista islámica sobre Marruecos va a tener no sólo sobre el sultanato magrebí, sino también sobre Occidente en general y los países europeos en particular, con especial incidencia en aquellos con los que existen fuertes lazos comerciales como es el caso de España.

Lo primero que debemos tener presente es que la comisión de atentados terroristas en las zonas turísticas de Marruecos obedece a una intencionalidad clara por parte de los radicales islamistas, quienes tratan de impedir la "occidentalización" progresiva del régimen alauita atacándolo precisamente donde más daño pueden hacer, que no es otro campo que en el turismo, verdadera joya del reino de Marruecos en términos económicos.

Con este último atentado, Al Qaeda vuelve a decirle a Mohamed VI que de no retroceder a la ortodoxia más férrea del islam su régimen va a tener que hacer frente a sucesos como éste. Los fanáticos islamistas se cuidan mucho de atacar personalmente al sultán marroquí porque, a diferencia de los espadones del mundo árabe, Mohamed VI es descendiente del Profeta y una autoridad religiosa además de política. La otra cara de la moneda es que, precisamente por su condición de líder espiritual, el ejemplo de un monarca del islam haciendo tantas concesiones al enemigo occidental aumenta el agravio de los fanáticos islamistas que han comprometido su existencia con la imposición de su religión a sangre y fuego.

Marruecos se encuentra, por tanto, ante una tensión que por un lado le lleva a estrechar lazos con Europa como medio de prosperar económicamente, mientras que por otro debe mantener a raya a sus propias organizaciones civiles más radicales que exigen una observancia rígida de la ortodoxia coránica (por cierto, muchas de ellas toleradas por el régimen con el fin de no crear más descontento en los sectores más duros de la sociedad).

Los radicales islámicos no quieren ver ni a un solo occidental en tierras marroquíes y van a hacer todo lo posible para conseguir su objetivo; un panorama nada tranquilizador que nuestros gobiernos debieran ayudar a combatir. Por ejemplo, y en lo que respecta al Ejecutivo de Zapatero, no pagando rescates a los terroristas Al Qaeda, con cuyo dinero estos asesinos provocan masacres como la de Marrakech. Ese ya sería un paso en la buena dirección.

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