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EDITORIAL

Un gobernante que no gobierna

El presidente del Gobierno ha apostado por una forma cuanto menos llamativa de ejercer su función: no gobernar, dejar que escampe y que los problemas se solucionen solos.

Difícilmente se podrá encontrar una colección de voces autorizadas en el campo de la economía más amplia que la que le está pidiendo a Mariano Rajoy que ejecute las muchas reformas que España necesita: la Comisión Europea, el BCE, la OCDE, Fedea, el BBVA, relevantes empresarios...

El último en sumarse a la lista ha sido el comisario europeo de Empleo, Asuntos Sociales e Inclusión, László Ándor, que ha reclamado un contrato "único y abierto" como solución para el terrible problema de desempleo que sufre nuestro país.

Es cierto que el laboral ha sido prácticamente el único campo en que el Gobierno ha emprendido reformas de cierto calado, pero incluso aquí, donde más osado ha sido, Rajoy se ha quedado a medias.

Porque la reforma laboral del PP va por el buen camino, sí, pero ni elimina las mil trabas a las que un empresario se enfrenta a la hora de crear puestos de trabajo ni aborda alguno de los problemas más profundos, como la famosa dualidad: el abismo que separa a los trabajadores en activo desde hace tiempo, con contratos a largo plazo y derechos económicos reconocidos, de los que intentan abrirse camino por primera vez –ahí están las tasas de desempleo entre los jóvenes– o los que necesitan reengancharse tras un tiempo en el paro –ahí están las cifras de parados de larga duración–.

No es, desde luego, la única reforma necesaria, todos los expertos y organismos antes citados coinciden en que es imprescindible hacer cambios también en el campo fiscal y liberalizar al máximo sectores anquilosados de la economía; amén de reducir, de una vez por todas, el monstruoso tamaño de las Administraciones Públicas.

Reformas todas de verdad estructurales, no como lo que recibe tal apelativo tras los Consejos de Ministros de prácticamente todos viernes. Reformas que sería más que positivo aplicar, aunque fuese sólo en parte, pero que Rajoy no parece dispuesto a acometer de ninguna de las maneras.

Y es que el presidente del Gobierno ha apostado por una forma cuanto menos llamativa de ejercer su función: no gobernar, dejar que escampe y, como los toros sin fuerza, pararse en el centro de la plaza, en la esperanza de que toda esa locura a su alrededor se detenga por ella misma.

Pero tanto en el coso como en la política, el manso y el marmolillo acaban en la arena, sólo el toro extraordinariamente bravo puede aspirar al indulto. Lo peor es que, por desgracia, la puntilla de Rajoy puede ser la de toda España.

En España

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