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EDITORIAL

Un Gobierno desmoralizador

Saben en el PP a dónde conducen esas políticas demenciales que ayer mismo denunciaban y hoy abrazan. ¿Por qué? El problema no es de memoria. Es de coraje.

El Gobierno de Mariano Rajoy es uno de los fenómenos más desmoralizadores de la España democrática. No hace dos años que el Partido Popular arrasó en las urnas a un PSOE desarbolado por la crisis y descompuesto, patético, que debió sufrir un castigo electoral aún mayor, por el tremendo daño que ha hecho a la Nación no sólo, ni principalmente, en el ámbito económico. El mensaje era claro: había que dar un cambio radical. El cambio que el PP pedía.

Pero llegó Mariano y mandó a parar. Lo pasado –las promesas electorales, los principios y posiciones tradicionales del Partido Popular–, pisado. Los hechos continuistas se comieron a los dichos, de muy alto voltaje político y emocional en tantos casos. Al que llamaban a La Moncloa era a Zapatero, no a Aznar.

De ahí que el rajoyismo esté siendo en muchos aspectos una versión someramente corregida, a veces ni siquiera mejorada, del zapaterismo. En política exterior, en el 11-M, en ETA. En el apaciguamiento con el nacionalismo. En la politización obscena de la Justicia. También en buena parte de la economía. Sirva como botón de muestra el ministro Luis de Guindos, pidiendo a lo Rubalcaba "políticas para estimular el crecimiento".

En politiqués –le tomamos la palabra al maestro Amando de Miguel–, "estimular el crecimiento" quiere decir usar y abusar del gasto público, obcecarse en ese formidable error que nos ha hundido y que amenaza con hundir también el futuro de nuestros hijos. "Las políticas de crecimiento son un desatino", afirma el analista Daniel Lacalle. "Nosotros, precisamente, deberíamos aborrecerlas, porque han llevado España a la ruina. ¿Y quieren más? ¿Y quién lo paga? No aprendemos".

La situación es peor de lo que denuncia Lacalle. Porque en el PP aprendieron esa lección hace muchísimo tiempo, como comprobará enseguida quien se dé una vuelta por las hemerotecas. Saben en el PP a dónde conducen esas políticas demenciales que ayer mismo denunciaban y hoy abrazan. ¿Por qué? El problema no es de memoria. Es de coraje.

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