A pesar de que nos encontramos en pleno mes de julio, los partidos calientan motores para las próximas elecciones. En principio, la convocatoria no está prevista hasta el inicio de la primavera pero hay demasiados indicios que hacen suponer un adelanto. Por un lado, el perfil claramente electoralista que ha adoptado el Gobierno; por otro, la voluntad del PP de dar por terminada una legislatura que no da mucho más de sí. Todo lo que tenía que hacer –o deshacer– el PSOE ya está consumado y su gran proyecto, que era la negociación con la ETA, ha fracasado estrepitosamente.
Rajoy necesita una propuesta interesante que haga olvidar sinsabores pasados y llene de optimismo a su base electoral que es, por añadidura, amplísima. El encargado de dotar a los populares de ese programa ganador es Juan Costa, ex secretario de Estado y ex ministro de la era Aznar muy cercano al círculo de Rodrigo Rato. La elección de Costa no es, de primeras, mala. A su favor está haber figurado en el equipo económico que hizo posible el milagro español de la segunda mitad de los noventa. En su contra, su perfil claramente económico, lo que puede ser un obstáculo en la concepción del programa electoral del PP. Porque, y en esto no debe engañarse Rajoy, la economía no va mal, al menos por ahora, y no es, por lo tanto, la principal preocupación de los españoles.
Si Costa quiere construir un programa equilibrado debe incidir no sólo en asuntos económicos, que son de vital importancia y más ahora que el modelo Aznar está prácticamente agotado, sino en temas que entren en el campo de los principios, que es donde verdaderamente se despachan unas elecciones. En este particular el abanico que se abre ante Costa es realmente grande. De él depende aprovecharlo o poner un disco que a muchos les va a sonar rayado.
