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EDITORIAL

Una amenaza para las democracias

El mal ya está hecho. Gracias a Zapatero, desde hace unos días los terroristas cuentan con unos argumentos más para seguir aterrorizando a Occidente y Occidente cuenta con unos argumentos menos para defenderse.

No cabe duda de que la política exterior de este Gobierno es una auténtica catástrofe para todos los españoles. En los últimos seis años la imagen internacional de nuestro país se ha degradado hasta límites inimaginables, situándonos en muchos casos en la órbita de tiranías bananeras del estilo venezolano o cubano.

No podía ser de otra forma cuando la primera decisión que adoptó Rodríguez Zapatero al llegar a La Moncloa fue retirar las tropas de Irak y animar al resto de naciones a que hicieran lo mismo. Allí se comprobó que España no podía ser un aliado de fiar, pues la agenda exterior y el cumplimiento de los compromisos adquiridos dependían de que Aznar ocupara la presidencia del Gobierno. Es decir, si la sociedad española era tan maleable como para sustituir a Aznar por Zapatero y dar un giro de 180 grados en la política exterior, entonces ninguna nación medianamente sensata podía arriesgarse a alcanzar con nosotros acuerdos a largo plazo que podían ser violados en cualquier momento.

Y así ha sido desde entonces: conscientes del peligro que corrían si entablaban relaciones demasiado serias con nuestro Gobierno, nos hemos quedado arrinconados y sólo hemos podido relacionarnos con países en muchos casos contrarios a los derechos humanos más básicos. A las únicas cumbres internacionales que se nos ha invitado, como las del G-20, hemos acudido más en calidad de amenaza para el resto de naciones que de interlocutor en pie de igualdad.

En principio, pues, parecería que si Occidente nos marginaba como gente poco de fiar, no deberían tener demasiado que temer por nuestro errático rumbo. Pero, según se ha visto, ni siquiera aislándonos logran otras naciones evitar que la política exterior de Zapatero les salpique. El caso del rescate de los cooperantes no puede ser más claro: mientras Sarkozy se esfozaba por hacer lo correcto –perseguir y dar caza a los terroristas–, Zapatero se empecinaba en lo incorrecto –ceder al chantaje de los terroristas entregándoles todo aquello que piden sin ni siquiera tratar de combatirlos. Y, obviamente, la irresponsable y cortoplacista estrategia de nuestro presidente ha afectado de lleno al éxito de los loables empeños del francés.

No sólo porque entregar dinero a los terroristas equivale a financiar sus actividades de extorsión, de modo que más recursos presentes previsiblemente implicarán más secuestros y atentados futuros. Se trata también de que si todos los gobiernos occidentales no mantienen un discurso único frente al terrorismo –que sólo puede ser, claro está, el de que los únicos responsables de los crímenes que cometen los terroristas son los propios terroristas–, la opinión pública interna de nuestras democracias comenzará a fragmentarse y a exigir soluciones efectistas a corto plazo y suicidas a largo: si el buenismo zapateril se generaliza, si todos los gobiernos pasan a solucionar los secuestros comprando a los terroristas, entonces el número y la gravedad de sus crímenes sólo hará que crecer exponencialmente.

No es de recibo que al tiempo que Sarkozy fracasa tras haber tomado una difícil pero correcta decisión como es la de rescatar al rehén francés, Zapatero se pliegue a las exigencias de los terroristas para adoctrinar a la opinión pública extranjera (en paralelo con la propia Al Qaeda) de que el camino a seguir si no quieren más muertos es el de la cesión permanente.

A Sarkozy no le queda otra que arremeter duramente contra la demagogia y la irresponsabilidad de nuestro Ejecutivo. Pero el mal ya está hecho: gracias a Zapatero, desde hace unos días los terroristas cuentan con unos argumentos más para seguir aterrorizando a Occidente y Occidente cuenta con unos argumentos menos para defenderse.

Todo lo cual, por supuesto, sólo terminará pasándonos una factura mucho mayor de la que esperamos. Como tantas veces durante los últimos años, la frase de Churchill ante Chamberlain resume perfectamente la situación actual: "Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra, elegisteis el deshonor, y además tendréis la guerra". El problema es que algunos parecen sentirse muy cómodos en el deshonor dejando la guerra para los políticos de mañana.

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