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EDITORIAL

Una vacuna contra la enfermedad nacionalista

El drama de Galicia es que la población, especialmente la más joven, ya está interiorizando la ideología excluyente del nacionalismo y prestando su servidumbre voluntaria a la imposición lingüística y cultural.

Cierto tipo de reivindicaciones no deberían estar nunca en la calle, porque constituyen el núcleo más básico de las libertades y de los derechos ciudadanos que todo Gobierno debería respetar. Mala señal es, por tanto, que la defensa de esos derechos básicos deba exigirse mediante manifestaciones ciudadanas; peor señal que quienes reclamen sus derechos no sólo sean sistemáticamente ignorados por el poder político, sino estigmatizados y agredidos por los serviles al régimen.

Decía Hume que ninguna tiranía puede sobrevivir sin una masa crítica que le preste un apoyo, ya sea activa o pasivamente. Pocos dudarán de que esa masa crítica existe tanto en Cataluña como en el País Vasco, regiones de España donde los regímenes nacionalistas han echado raíces gracias a la manipulación política, mediática y educativa de sus ciudadanos. Cuanto más poder han logrado, más fácil les ha sido adoctrinar a la población de que ese poder –y sus eventuales ampliaciones– quedaban justificadas por la necesidad de conformar una nación que los emancipara de la opresora España.

En Cataluña y el País Vasco, el proceso de ideologización nacionalista está mucho más avanzado que en cualquier otra región del país. Sólo hace falta fijarse en sus sistemas de educación, caracterizados por una inmersión cuasi total de sus lenguas propias no españolas, y en la composición de sus Parlamentos regionales: aun considerando que el PSOE no integra las filas nacionalistas (lo que es mucho considerar), más del 50% de los escaños pertenecen a partidos prácticamente secesionistas.

El caso de Galicia, sin embargo, parece distinto. El Partido Popular estuvo gobernando la Xunta desde 1990 a 2005 con una cómoda mayoría absoluta que parecía mostrar una escasa militancia social del nacionalismo. De hecho, si bien CiU y el PNV ya contaban con un amplio apoyo desde el comienzo de la democracia, el BNG apenas consiguió su grupo parlamentario propio hasta 1989. La consolidación del nacionalismo gallego se produjo, de hecho, durante los quince años de Gobierno fraguista, quien pese a su fuerte vinculación con el franquismo nunca le hizo ascos a promover un galleguismo excluyente que diera rienda suelta a sus impulsos de planificador social. Ejemplo claro lo representa el Plan de Normalización de la Lengua Gallega aprobado en 2004 que imponía que el alumnado de primaria debía recibir, como mínimo, el 50% de las clases en gallego.

El BNG fue consolidando su presencia y, sobre todo, su influencia en los circuitos de poder hasta que, finalmente, en 2005 mató a su padre putativo expulsando a Fraga de la Xunta y aupando al PSG al Gobierno. El BNG se convirtió en la pieza clave en la nueva Administración pese a que su fuerza parlamentaria no alcanzaba ni el 20% de los escaños autonómicos. Así, fruto de este pacto en 2007 se aprobó el decreto de la promoción del gallego en el sistema educativo, en cuyo artículo segundo ya se establece que "la Administración educativa de Galicia, los centros de enseñanza de dependientes ella y el personal a su servicio utilizarán, con carácter general, la lengua gallega". Punto final a cualquier componenda bilingüista y comienzo de la disglosia castellana.

En este contexto de ofensiva creciente contra los castellanohablantes y, sobre todo, contra la libertad de cualquier persona para utilizar en cualquier momento y lugar la lengua que considere conveniente, nació Galicia Bilingüe y también en este contexto se fraguó la exitosa manifestación de ayer en Santiago. La reivindicación es simple y llana: acabar con todos los privilegios institucionales sobre las lenguas y permitir a cada individuo y asociación privada elegir sus códigos de comunicación. Tan simple y llana como la oposición de los políticos y de los ingenieros sociales a permitirlo.

El drama de Galicia, con todo, no es contar con una minoría política que esté haciendo avanzar la agenda del adoctrinamiento nacionalista. El drama es que la población, especialmente la más joven, ya está interiorizando esta ideología excluyente y prestando su servidumbre voluntaria a la imposición lingüística y cultural. Muestra de ello son las agresiones que contra Galicia Bilingüe han protagonizado los cachorros del nacionalismo por el simple hecho de reivindicar sus derechos más básicos. Al final, diez detenidos y dos heridos en lo que, por desgracia, sólo tiene pinta de ser un síntoma más de una sociedad cada vez más contaminada por el nacionalismo.

Por eso las manifestaciones y las protestas de Galicia Bilingüe, un movimiento ciudadano espontáneo que reclama su libertad frente al poder político, no sólo son bienvenidas sino imprescindibles para tratar de despertar la conciencia de una población cada vez más anestesiada. Si todas las voces se acallan –tal y como pretender el nacionalismo– la libertad quedará definitivamente estrangulada por el Gobierno.

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