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EDITORIAL

Zapatero: 100 días son demasiados

La costumbre de conceder 100 días de gracia a los nuevos gobiernos que salen de las urnas está basada en el supuesto, razonable, de que los nuevos cargos necesitan un tiempo para ponerse al día de las circunstancias y los pormenores de sus respectivas áreas de responsabilidad antes de tomar grandes decisiones. Un tiempo necesario en el que, con frecuencia, los recién llegados, después de conocer de primera mano esas circunstancias y pormenores, adquieren sentido de la responsabilidad y desechan o modifican algunos puntos de sus promesas electorales. Bien porque esas promesas, formuladas en la calentura del mitin, son materialmente irrealizables o contraproducentes, o bien porque chocan frontalmente con los más elementales intereses nacionales.
 
Si esta es la costumbre con un equipo que llega al poder con un programa más o menos elaborado y coherente, habría que concluir que, en el caso de un equipo que llega al poder inesperadamente, con una incoherente y peligrosa amalgama de promesas y consignas agit prop envueltas en ese indeterminado semántico y político llamado “talante”, el plazo de 100 días se queda muy corto y tendría que ser ampliado, al menos, hasta 200 días. Los cien primeros para confeccionar un verdadero programa de gobierno que no ponga en peligro los intereses de España ni los innegables logros del anterior Ejecutivo. Y los cien segundos, de rodaje, para ensayar su puesta en práctica y adaptarlo a las circunstancias reales.
 
En definitiva, por mero sentido de la prudencia y de la responsabilidad, y también por su propio interés, el Gobierno de Zapatero tendría que haber aprovechado gran parte de la inercia del Gobierno anterior –francamente positiva en la gran mayoría de las áreas‑ para ganar todo el tiempo posible y convertir una estrategia de acoso y derribo al PP por métodos antidemocráticos en algo parecido ‑como de hecho tuvo que hacer Felipe González‑, a una política y a un programa de gobierno. Máxime cuando quienes más han saludado la victoria de Zapatero han sido personajes tan poco recomendables como Castro o Chávez, o eternos antagonistas de los intereses y de la política exterior de España como Francia o Marruecos.
 
Sin embargo, y como les ocurre a la mayoría de los adolescentes, que afirman su personalidad llevando la contraria sistemáticamente a sus mayores con una mezcla de soberbia e ingenuidad, los primeros actos del nuevo Gobierno han ido encaminados a “enmendar la plana” sistemáticamente al Gobierno anterior, precisamente en las áreas donde mayor acierto había demostrado. Y los resultados están a la vista. Zapatero ha destruido en apenas una semana gran parte de lo que arduamente consiguieron los gobiernos del PP: convertir a España en un país de primer orden, tanto en el ámbito europeo como en el concierto internacional.
 
Zapatero ha conseguido irritar profundamente a nuestros aliados en la lucha contra el terrorismo, especialmente a EEUU, con la retirada precipitada de las tropas españolas en Irak que contribuían a garantizar la paz y la seguridad de los iraquíes. Y aún peor: ha intentado, por medio de Moratinos, hacer creer a la opinión pública que los EEUU y nuestros aliados están poco menos que encantados con una decisión precipitada, absurda y autoritaria ‑¿dónde el diálogo y el “talante”?‑, que deja en la estacada a nuestros aliados, que ha provocado terribles comentarios y editoriales en toda la prensa internacional –donde se llegó a calificar al nuevo Presidente del Gobierno de “Generalísimo Zapatero”‑ y que lanza sobre España el estigma de la traición y la cobardía, convirtiéndonos en un aliado muy poco fiable en la lucha que más nos importa, en la lucha contra el terrorismo.
 
Y aún peor: el primer resultado del cambio de “alianzas” propugnado por Zapatero, es decir, la sumisión a los intereses de Francia y Alemania y la abusrda renuncia sin contrapartidas a la cuota de poder europeo que Aznar consiguió arrancar en Niza, nos ha proporcionado ya el primer disgusto: el estrepitoso fracaso de las negociaciones sobre el recorte de las ayudas al algodón, al tabaco y al aceite de oliva. Un fracaso que, en palabras de la Comisión Europea, sólo se debe al Gobierno de España por no saber moderar sus pretensiones. Es decir, “Bruselas no premia a los traidores”.
 
Si a esto se une el hecho de que el Gobierno de Zapatero no ha vacilado en presentarse desde el principio como rehén y colaborador de quienes quieren retocar la Constitución y los estatutos de autonomía para eliminar las cortapisas que aún les impiden desplegar a todo trapo su afanes totalitarios, hay que llegar a la conclusión de que 100 días de gobierno como los siete últimos pueden ser letales para España… y muy productivos para Marruecos, a donde Zapatero viaja este fin de semana. Quizá para repetir la foto bajo el mapa de las Canarias marroquíes, para disculparse por la falta de “talante” de Aznar y para escuchar atentamente, y con muy buen talante, las “reivindicaciones” que tenga a bien formular Mohamed VI sobre el territorio nacional.

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