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EDITORIAL

Zapatero no puede ni con Simancas

La consecuencia inmediata del episodio de la Asamblea de Madrid, una vez pinchado el globo de la “trama” que inflaron Simancas y Ruth Porta con el visto bueno de José Blanco, tendría que haber sido la renovación a fondo de la lista del PSOE a la Comunidad de Madrid, empezando por el propio Simancas y su mano derecha. Y acto seguido, como reclaman en voz baja, mitad en broma y mitad en serio, no pocos socialistas tanto madrileños como del resto de España, proceder a la disolución y posterior refundación de la FSM, cuya tradición turbulenta y desestabilizadora en el seno del PSOE se remonta como mínimo a los años treinta del siglo pasado. Una tradición de la que, por cierto, Josep Tarradellas guardaba buena memoria cuando, siendo presidente de la Generalitat en la transición, recomendó al socialista Josep Maria Triginer, uno de sus consejeros en el gobierno catalán, que no se preocupara por una crisis en la FSM que requería su presencia inmediata. “Si es por eso”, le dijo Tarradellas, “no hace falta que vaya usted. Los socialistas de Madrid están en crisis desde 1931”.

Zapatero era consciente de que, una vez que Simancas había mostrado a las claras que estaba dispuesto a ceder la mitad del gobierno de Madrid a Fausto Fernández con tal de llegar a la poltrona presidencial, el líder de la FSM era un candidato quemado para el electorado de centro. A esto se unió la patraña de la “trama inmobiliaria”, inventada por Simancas y Porta en un arrebato de desesperación tras la fuga de Tamayo y Sáez, que le ha costado a Zapatero quedar con las vergüenzas al aire al no aparecer las famosas pruebas que prometió creyendo a Simancas, quien también mintió a la opinión pública respecto a su cuasi “pobreza de solemnidad”. Y además, no hay que olvidar tampoco que Simancas llegó a ocupar el número uno de la lista del PSOE gracias a los trapicheos e intrigas de los balbases, que permitieron a Trinidad Jiménez –la apuesta personal de Zapatero, gestionada por José Blanco– presentarse para la alcaldía de Madrid y “tolerar” a Simancas en la Comunidad de Madrid a cambio de alguna consejería en el nuevo gobierno autonómico.

Era evidente, pues, que si el PSOE quería salvar los muebles en Madrid y conservar alguna esperanza de victoria –siempre en coalición con IU– hacía falta otro candidato más prestigioso, moderado y respetable que Simancas. Zapatero consiguió convencer al líder de la FSM el pasado agosto para que, por el bien del partido, cediera el primer puesto en las elecciones del próximo día 26 a Gregorio Peces-Barba, rector de la Universidad Carlos III, ex presidente del Congreso y padre de la Constitución, quien aceptó el encargo no sin ciertas reticencias, pues ya había rechazado en el pasado ofertas parecidas. Sin embargo, Simancas reconsideró su decisión y se negó en redondo a ceder su puesto a Peces-Barba, dejando de nuevo colgado de la brocha a Zapatero. Puede que pensara que si se trataba de incluir en la lista del PSOE a algún “figurón”, nadie mejor que la guerrista –como él– Matilde Fernández, la ex ministra de Asuntos Sociales, célebre por la campaña del condón.

Pero otra cuestión es si Matilde Fernández, personaje ampliamente aborrecido por el electorado de centro y de derecha, sirve al mismo propósito electoral que Peces-Barba. Porque Simancas, en lugar de moderar su discurso y ofrecer un programa de gobierno viable, se ha convertido además en un torbellino de insultos, mentiras, ocurrencias –como la del transporte gratuito para jóvenes y jubilados, calificada de inviable por su “socio” de IU, Fausto Fernández– y necedades, como volver a insistir en la “trama”. Por ello, prácticamente nadie en el PSOE –Zapatero el primero– da un céntimo por su victoria y casi todos prefieren olvidarse de Madrid y poner sus esperanzas en Cataluña. Hasta tal punto que retratarse hoy con Simancas es casi un acto heroico, tanto por la “carga negativa” del personaje –hay quienes piensan que tiene gafe– como, sobre todo, por su discurso, que parece extraído de las catacumbas del socialismo. Aunque, si todo esto así, surgen inevitablemente algunas preguntas: ¿tan débil es el liderazgo de Zapatero que ni siquiera ha podido o querido ganarle el pulso a Simancas? ¿Cómo espera, pues, el líder del PSOE poder ejercer la presidencia del Gobierno cuando no es capaz de prescindir de lastres políticos? ¿O es que en el PSOE sólo son sancionados quienes se atreven a decir la verdad, como Cristina Alberdi?


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