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EDITORIAL

Zapatero no se rinde a la evidencia

Ante este demencial y, al tiempo, arrogante inmovilismo de Zapatero, no hay que extrañarse de que la bolsa, lejos de experimentar un rebote tras su histórico desplome del martes, sufriera ayer una nueva caída.

Con el visto bueno a una decisión ya tomada, como es la participación española en el plan de rescate a Grecia, y con el "acuerdo de acordar" un plan para llevar a cabo las fusiones de las cajas de ahorro, se ha zanjado la reunión que este lunes han mantenido en La Moncloa el presidente del Gobierno y el principal líder de la oposición. A la vista de estos magros resultados, podríamos decir que la reunión ha resultado sumamente decepcionante, si no fuera porque, en nuestro caso, ya no albergábamos esperanza alguna.

Es cierto que la dramática situación por la que atravesamos, evidenciada por un paro que ya supera el 20%, por un déficit y un endeudamiento públicos galopantes, por la masiva huida de los inversores internacionales y por tantos y tantos otros alarmantes datos, debería haber alterado el inmovilismo de Zapatero. Sin embargo, de un presidente que tiene la desfachatez de apelar a esta misma preocupante situación presente para arremeter contra los especuladores y para desacreditar las crecientes dudas sobre la solvencia futura de nuestra economía, no cabe esperar nada, salvo una nueva huida hacia adelante.

De hecho, la reunión de este miércoles ha servido para poner más aun de manifiesto el inmovilismo de Zapatero en dos asuntos tan decisivos como es la reforma del mercado laboral y la necesidad de acometer una drástica reducción del gasto público. Zapatero ha presentado como virtud la radical irresponsabilidad como gobernante que supone dejar todavía en manos de los agentes sociales estos cambios inaplazables; más aun cuando este mismo domingo los sindicatos dejaban por enésima vez de manifiesto hasta qué punto constituyen un ruinoso y reaccionario obstáculo para una reforma liberalizadora como la que requiere nuestro rígido mercado laboral.

Tampoco ha querido Zapatero acercar posturas con el líder del PP, si no más bien mostrar sus diferencias, cuando ha manifestado que él, al contrario que un "equivocado" Rajoy, no es partidario de recortar "drásticamente" el déficit, sino de hacerlo de "una forma moderada que no comprometa la recuperación".

Al margen del hecho de que Zapatero no está reduciendo ni poco ni mucho el déficit público, sino que lo está aumentado de forma espectacular, el presidente del Gobierno, con esa frase, ha dejado en evidencia no sólo que sigue felizmente atrapado en la falacia keynesiana de que el Estado gastando lo que no tiene puede contribuir a la recuperación –cosa que, en realidad, no ocurre aunque se hiciese de "forma moderada"– sino que también ha contribuido a generar todavía más dudas respecto a su propio compromiso de reducir el déficit hasta el 3 por ciento para 2013.

Ante este demencial y, al tiempo, arrogante inmovilismo, no hay que extrañarse de que la bolsa, lejos de experimentar un rebote tras su histórico desplome del martes, sufriera ayer una nueva caída. Y es que con esta reunión y con su posterior intervención, Zapatero no ha hecho otra cosa que confirmar los peores augurios de los inversores.

Por mucho que Zapatero quiera volver a matar al mensajero, culpando a los "especuladores" o incluso castigando a las agencias de rating, nada va a borrar el hecho de que él y su Gobierno se han constituido en el principal problema de nuestra economía y en el principal obstáculo para su recuperación.

Ante este hecho y ante el evidente desplante de Zapatero, Rajoy no ha podido más que ofrecerse como "alternativa". Pero para que esa alternativa sea creíble y no se demore en el tiempo, el líder del PP, lejos de practicar una oposición de perfil bajo y de esperar a que España sea una páramo, ha de convertirse en el portavoz más crítico del malestar ciudadano y explicar con valentía, insistencia y claridad su programa alternativo de Gobierno. Lejos de dejarse agarrotar por los complejos, Rajoy debe llevar a gala el no arrimar el hombro a un Ejecutivo que nos lleva a la ruina. No basta con que Aguirre diga que "pudiera ser que el PP tuviera que gobernar antes de lo que parece". Es Rajoy, como líder del partido, el que tiene que provocar y buscar esas elecciones anticipadas como la única forma de evitar el abismo al que Zapatero nos conduce.

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