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EDITORIAL

Zapatero nos debe una explicación

¿Quiere el Gobierno mantener el Pacto Antiterrorista en los términos en los que fue firmado, o prefiere seguir burlando el espíritu del mismo mientras juega dos partidas distintas con dos barajas diferentes?

De todos los errores cometidos por el Gobierno Zapatero desde que se hiciese con las riendas del Estado hace ahora 13 meses, el peor ha sido el de pulverizar todo lo conseguido en materia antiterrorista desde hace lo menos 8 años. Lo que con tesón, esfuerzo y una encomiable labor de policías, jueces y políticos había llevado años conseguir, se ha quedado en nada en apenas unos meses. Desde que ETA hiciese acto de presencia en la vida nacional hace más de treinta años nunca habíamos estado tan cerca de derrotar a la hidra asesina como lo estábamos en la víspera del 14-M. Desprestigiada socialmente, hostigada por las fuerzas de seguridad del Estado y asfixiada económicamente gracias a una sensata Ley de Partidos que dejó fuera de juego a los que utilizan nuestro generoso sistema de libertades para liquidarlas, la lacra del terrorismo etarra estaba a punto de pasar a la historia.
 
Es por ello, por el hecho de haber tenido el anhelado fin de la pesadilla tan cerca, por lo que el entreguismo y la mansedumbre del actual Gobierno para con los terroristas y su entorno se antoja tan insultante. No existe, hoy por hoy, en la agenda política nacional asunto más urgente que el de dejar claros cuáles van a ser los patrones que marquen el programa antiterrorista del Ejecutivo. No es de recibo que, mientras se habla de unidad de los demócratas, miembros del partido del Gobierno se reúnan en secreto con los batasunos de Otegi. Tampoco lo es que, ante el órdago que en las elecciones vascas echó el PCTV -una formación fantasma tras la que se esconden los de siempre- el Gobierno se cruzase de brazos y dejase que, una vez más, los enemigos de la libertad en el País Vasco entrasen a hombros en un parlamento democrático. Si Zapatero cree que de ese modo va a acabar con el terrorismo, va a conseguir que desaparezca para siempre, que lo diga, que se retrate ante los ciudadanos de toda España. Que diga, sin ambages, que su nueva receta, es decir, el trapicheo a escondidas y la cesión, es la que va a borrar a ETA del mapa. Y, naturalmente, que después de decirlo se atenga a las consecuencias que de ello se deriven.
 
No creemos necesario insistir en el carácter maximalista del programa que batasunos y etarras comparten. O se hace lo que ellos dicen o se rompe la baraja. Siempre ha sido así y nada hace pensar que la sonrisa de ZP haya operado en ellos un cambio de criterio. Si el Gobierno quiere llevar adelante una negociación con ETA hemos de saberlo por una cuestión de principios. Del mismo modo, hemos de conocer lo que el presidente está dispuesto a conceder a cambio en ese diálogo entre iguales que pretende establecer con los que han tratado de secuestrar nuestra democracia desde su nacimiento. Ha hecho bien Rajoy en plantarse y exigir del Gobierno una respuesta clara a una pregunta que millones de españoles nos venimos haciendo desde el año pasado. ¿Quiere el Gobierno mantener el Pacto Antiterrorista en los términos en los que fue firmado, o prefiere seguir burlando el espíritu del mismo mientras juega dos partidas distintas con dos barajas diferentes?
 
Los resultados prácticos del Pacto están a la vista, los de una negociación a tumba abierta –por mucha tregua que se den- con ETA no. Eso Zapatero debería saberlo. La política real no es el artificio parlamentario, ni las declaraciones huecas ni el benigno tratamiento que brindan a los traspiés del Gobierno los medios de comunicación adictos. La “encuesta” que publicaba ayer el diarioEl Mundo, una caricatura demoscópica en la que de 800 entrevistados el 60% no vio el debate, quizá haya dado alas al presidente para lanzarse a perpetrar su enésimo desatino. Si lo va a hacer que no olvide comunicárselo a la Nación, a toda, incluida a aquella parte que, durante su insulsa comparecencia en el Congreso, prefirió cambiar de canal.

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