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EDITORIAL

Zarzuela y su 'sostenella y no enmendalla'

Esta persistencia en el error por parte de la Casa del Rey no es muestra de rigor, ni de seriedad ni de ejemplaridad.

Si ya resultó lamentable que la Casa del Rey no quisiera el martes pronunciarse respecto de la citación como imputado de Carlos García Revenga, con la excusa de que no había recibido todavía el auto, aun más patéticos resultan los cuatro párrafos que ha hecho públicos este jueves, en los que anuncia que va a seguir sin pronunciarse y manteniendo al imputado en el puesto de asesor de las infantas.

Es cierto que García Revenga, en su condición de imputado, tendrá mayores garantías de defensa cuando vaya a declarar ante el juez; pero ni esta realidad de índole procesal ni el derecho a la presunción de inocencia que asiste a todo ciudadano borran el hecho de que esté y vaya a seguir estando bajo sospecha.

¿Con qué asesores cuenta la Casa del Rey que no ven ni hacen ver que, por elementales razones de ejemplaridad, no se debe consentir que una persona imputada siga prestando sus servicios en esta institución? Desde el mismo momento en que Diego Torres desveló los correos electrónicos de Urdangarín que implicaban al asesor de las infantas, éste debía haber dimitido motu proprio o haber sido cesado. La decisión de Zarzuela, una vez ya imputado Revenga, de "no tomar decisión alguna" sin antes haber conocido y valorado la declaración del imputado es, sencillamente, surrealista.

Claro que, teniendo en cuenta lo que dice el auto judicial acerca de Urdangarín, el Instituto Nóos y la empresa pantalla Aizoon, no menos inexplicable es el hecho de que el juez mantenga su decisión de no tomar declaración al único de los cinco miembros de la junta directiva del Instituto Noos que no ha citado como imputado, persona que, por lo demás, compartía con Urdangarín al 50% la propiedad de Aizoon y que mayor constancia podía tener del súbito enriquecimiento del Duque de Palma: su propia esposa, la infanta Cristina.

Allá la Casa del Rey con sus decisiones. Pero, desde luego, no creemos que así vaya a aplacar a quienes -incluso desde los sitios más insospechados- reclaman la abdicación de Don Juan Carlos. Lo que es evidente es que esta persistencia en el error no es muestra de rigor, ni de seriedad ni de ejemplaridad.

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