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Eduardo Goligorsky

((Contar votos, no mentiras))

De la mitad más uno con la que se daba por satisfecho Terminator Puigdemont para seguir demoliendo Cataluña, ni rastro.

De la mitad más uno con la que se daba por satisfecho Terminator Puigdemont para seguir demoliendo Cataluña, ni rastro.
Inés Arrimadas, candidata más votada en las elecciones del 21-D | EFE

Cuando se publican los resultados de cada jornada electoral, lo primero que hago es consultar las conclusiones que saca el experto en demoscopia Carles Castro. Después del 21-D analizó la cuota del voto nacionalista en relación con el censo y comunicó los siguientes porcentajes ("El largo adiós", LV, 23/12):

Nacionalistas Resto y blanco Abstención
2015 35,7% 39,3% 25%
2017 38,7% 43,2% 18,1%


Si nos limitamos al recuento de votos emitidos, las cifras que dan todos los medios de comunicación también cantan:

  • Partidos no secesionistas: 2.150.000 votos.
  • Partidos secesionistas: 2.057.646 votos.

De la mitad más uno con la que se daba por satisfecho Terminator Puigdemont para seguir demoliendo Cataluña, ni rastro. Menos aún de las mayorías excepcionales con que soñaba el conspirador en la sombra Artur Mas.

Victoria ficticia

Los nacionalistas, en este caso los secesionistas, van, obviamente, a la zaga en votos. Aunque la peculiar ley electoral española, que privilegia al elector rural sobre el urbano, les dé la mayoría de escaños. (En Barcelona se necesitan 46.738,5 votos para elegir un diputado; en Tarragona, 30.405,1; en Gerona bastan 29.154,4 y en Lérida, 19.940,9). O sea que dos millones de ciudadanos secesionistas pueden convertir a otros 3.550.000 que también figuran en el censo en súbditos de una república gobernada por supremacistas que los desprecian.

Los secesionistas y sus lenguaraces prefieren contar mentiras y no votos, y se abrazan a los escaños para jactarse de una victoria ficticia. Alguien tan poco sospechoso de parcialidad españolista como el profesor Josep Maria Carbonell alertó, antes de las elecciones, contra esta trampa ("Para no descender a los infiernos", LV, 20/11):

Además de elegir un gobierno legítimo de la Generalitat, estas elecciones tienen que servir para conocer las posiciones de los catalanes sobre la independencia. Ya es hora. Puede ser la consulta legal que han querido siempre los soberanistas. Pero esta vez no valen las mentiras. Si es un referéndum lo que cuenta es el voto popular y no el número de escaños. Con los escaños se elige un gobierno, con el voto popular se sabrá qué quiere el pueblo catalán.

La fractura existe

Esta vez Enric Juliana, habitualmente sutil en el ejercicio del engaño, que disfraza con citas históricas y metáforas ingeniosas, vació el contenedor de mentiras descarnadas para coronar a su carlista (de Carles, como él mismo aclara) favorito. En "Un teorema defectuoso" (LV, 23/12) repite ocho veces, a partir de la primera línea, que las elecciones catalanas las ha ganado el independentismo, y califica otras cuatro de "legitimista" la candidatura del prófugo, como si fuera el protagonista de una disputa dinástica en la que tiene –Juliana lo compadece– enemigos muy poderosos: "La Unión Europea, la Secretaría de Estado norteamericana y la OTAN, ya han hecho saber que por ahí, no".También la mayoría de los ciudadanos catalanes les han hecho saber al pretendiente legitimista, al rival cautivo y a los somatenes revoltosos que por ahí, no. Pero Juliana lo calla.

Hablemos con propiedad y no nos adjudiquemos la representación de "los catalanes" o "el pueblo catalán", como hacen los embusteros secesionistas. Tampoco es motivo de regocijo que la necesidad de poner énfasis en la condición mayoritaria del constitucionalismo sea consecuencia de la ancha y profunda fractura que divide a la sociedad catalana. Pero lamentablemente la fractura existe, y la hegemonía en el poder, la enseñanza y los medios de comunicación y propaganda que usufructuó durante décadas la minoría secesionista solo contribuyó a podrirla.

Región de regiones

Los resultados del 21-D han confirmado el diagnóstico que formuló, basándose en los del 2015, Joan Botella, decano de la Facultad de Ciencias Políticas de la UAB: el secesionismo es mayoritario en Lérida y Gerona, y Ciudadanos, vanguardia del constitucionalismo, en Barcelona y Tarragona (la por ahora imaginaria Tabarnia española). Si se aplicara la hipótesis anacrónica de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias sobre la nación de naciones y la plurinacionalidad, habría que catalogar a Cataluña como una región de regiones donde, además, en cada subregión se diferenciarían entre sí las ciudades y, dentro de las ciudades, los barrios.

¿Barrios con identidades diferenciadas? Qué burrada. Pero si se aplica el criterio torticero de Sánchez e Iglesias, ya podemos empezar a discriminarlos. Leemos, en referencia a Barcelona ("El seísmo catalán hace temblar a Colau", LV, 23/12):

Ciudadanos gana en 37 barrios, Esquerra en 23 y JxCat. en 13; BComú en ninguno. (…) La fuerza que gobierna la ciudad no pasa de la quinta posición.

Peores que infecciosos

Ni plurinacionalidades, ni plurirregiones, ni pluriciudades, ni pluribarrios. Lo que urge es recoser el tejido social desgarrado de Cataluña para mitigar primero, y superar después, el empobrecimiento económico, cultural y moral que es el único producto tangible de la república abortada. Y entre las fórmulas propuestas para recuperar la normalidad sobresale por su racionalidad la de Josep Borrell. Una fórmula con la que discrepa un editorial de La Vanguardia ("Reconocer los errores para superarlos", 20/12):

El expresidente del Parlamento Europeo, Josep Borrell, manifestó el sábado que antes de coser las heridas [causadas por el proceso independentista] había que desinfectarlas. Creemos que se equivocó, al menos en el tono. El soberanismo interpretó que le comparaban con una infección y se indignó. Hubiera venido bien una disculpa o una matización del socialista. No la hubo.

Cito este reproche porque es una prueba más de que la fractura generada por el secesionismo también afecta la salud mental, hasta el punto de provocar esquizofrenia. Márius Carol, director del diario que publicó esta jeremiada, fue el firmante de una imputación mucho más contundente que la de Borrell ("Salir de la rueda del hámster", LV, 4/12), que no me canso de repetir como un mantra: "O enterramos el procesismo o cavará nuestra tumba". Peores que infecciosos: necrófilos que pretenden aplicar a Cataluña la consigna cavernícola: "La maté porque era mía".

La fórmula completa podría ser:

Después de enterrar el procesismo que estaba cavando nuestra tumba, desinfectaremos las heridas que dejó para cerrarlas definitivamente.

Manos a la obra. Con el 155 siempre en reserva para salvaguardar la convivencia y la prosperidad de Cataluña, todavía amenazadas por los fóbicos compulsivos.

PS: Encuentro una síntesis magistral de lo que dicta el sentido común en la carta de lector que firma C. González Rodríguez (LV, 25/12). Traduzco del catalán:

No han entendido nada. Magnánimo, el señor Puigdemont se ofrece a hablar con el señor Rajoy. No ha entendido que con quien debe hablar es con Arrimadas, y también con Iceta, con Domènech, con Albiol. Con quienes no ha dejado hablar en aquellas jornadas negras de septiembre en el Parlament. Con los representantes de los dos millones de ciudadanos que ya hace tiempo que hemos desconectado emocionalmente de su república. ¿Tiene alguna propuesta ilusionante, señor Puigdemont, para mejorar el encaje de los catalanes en Cataluña?

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