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Eduardo Goligorsky

El ventrílocuo y sus muñecos

Hoy, el ventrílocuo que dicta los planes de gobierno para Cataluña por la boca de Artur Mas se llama Oriol Junqueras.

Hoy, el ventrílocuo que dicta los planes de gobierno para Cataluña por la boca de Artur Mas se llama Oriol Junqueras.

Hoy, el ventrílocuo que dicta los planes de gobierno para Cataluña por la boca de Artur Mas se llama Oriol Junqueras. Un personaje que dio por terminada la evolución de su pensamiento racional, según confesó orgullosamente (LV, 12/11/2012), a una edad muy temprana: "A los ocho años yo ya tenía muy claro que estaba contra la Constitución española". El diagnóstico en inglés es arrested development, desarrollo detenido.

Artes de celestinazgo

Sus caprichos infantiles se están materializando gracias a la ductilidad de los muñecos que maneja: primero en su partido, Esquerra Republicana, y después en CiU y en todos los otros partidos, movimientos y sellos de goma subvencionados que le ríen las gracias. Poco importa que el funambulista Josep Antoni Duran Lleida afirmara que Esquerra "no tiene ni puta idea de gobernar" (LV, 26/6), porque acto seguido desplegó sus artes de celestinazgo y aconsejó a Rajoy que "seduzca" a los catalanes (LV, 1/7) acatando el ultimátum de Oriol Junqueras que le transmitirá Mas. Mientras tanto, su correligionaria Joana Ortega representaba a la Generalitat en el guateque secesionista del Camp Nou. Ni esas humillaciones lo librarán del mote de botifler, traidor. Patético.

Los arribistas consuetudinarios que no quieren quedar marginados si el ventrílocuo se monta sobre los hombros de sus muñecos ya empiezan a adularlo. Rafael Nadal no se recató de titular "Oriol Junqueras" (LV, 28/6) la alabanza que le dedicó:

El partido republicano seguramente no se ha quitado la marca de imprevisible y radical, pero con Oriol Junqueras se ha convertido en una fuerza mayoritaria, quizás la más representativa de las clases medias y populares de Catalunya, cada día más cansadas de los agravios del Gobierno central, más castigadas por la crisis y dispuestas a fiarlo todo a la apuesta por un futuro independiente. (…) Harían bien en tomarse más en serio a los republicanos, establecer puentes, hablar y aceptar que si se mantiene la voluntad popular acabarán gobernando.

Mal asunto, porque hay que repetir hasta el hartazgo el ya trillado diagnóstico de Duran Lleida: no tienen ni puta idea de gobernar.

Tampoco son tantos

No saben gobernar pero sí son expertos en movilizar a los muñecos para que obedezcan la voz del amo ventrílocuo. Aunque estos muñecos tampoco son tantos: sabemos que el festival del Camp Nou congregó, porque lo avala el aforo, a 90.000 personas. Si se hubiera celebrado en el Paseo de Gracia ya habrían hipertrofiado la concurrencia para convertirla en el falaz millón y medio de rutina. Y la aproximación a las cifras reales se hace más reveladora porque se veía (LV, 30/6) "la Diagonal barcelonesa repleta de autocares de toda Catalunya, fueran del Pallars Sobirà, Salt, Riudoms o Linyola, como mostraban algunas pancartas colgadas en las gradas".

La cantidad y calidad de las entidades adheridas tampoco era para tirar cohetes. Estaban allí, repitiendo las consignas del ventrílocuo, los habituales muñecos con sello de goma subvencionado –Assemblea Nacional Catalana, Òmnium Cultural– y los políticos y sindicalistas complacientes. También organizaciones sociales de tan dudosa representatividad como la Confederació d'Associacions Veïnals de Catalunya (¿alguien conoce a un vecino asociado?). Y, por fin, el Front d'Alliberament Gai de Catalunya, cuyos militantes deberían preguntarse a quiénes están más próximos: si a los lapidadores qataríes que contaminan con su nombre la nueva camiseta cuatribarrada del Barça sectario o a sus compañeros del barrio de Chueca, para reunirse con los cuales deberán mostrar el pasaporte en la frontera entre la hipotética ínsula catalana y España.

No hacía falta verificar la diferencia que existe entre la cifra cínicamente inflada de asistentes a las manifestaciones callejeras, por un lado, y las cifras reales que se miden en un estadio de fútbol, por otro, para comprobar que no son tantos. Recordemos que Francesc-Marc Álvaro definió al secesionismo como "la minoría más activa y organizada" (LV, 6/5), compuesta por uno de cada tres catalanes. Si el cálculo se hace respecto del censo electoral y no de los votos emitidos, los secesionistas nunca pasan del 36% del total. Por eso hay que reconocerle a Álvaro que cada vez que intenta ser veraz se convierte en un aguafiestas y prepara a sus acólitos para lo peor (LV, 1/7):

Aunque el último barómetro del CEO indica que el apoyo a la independencia podría ser próximo al 56 %, otras encuestas y el análisis de los últimos resultados electorales ponen en evidencia que el discurso soberanista todavía está ausente en áreas significativas del país y en ámbitos que, desde el punto de vista demográfico, son importantes. El fantasma de un eventual empate entre partidarios y contrarios del divorcio Catalunya-España está muy presente. (…) Si el soberanismo no intensifica la explicación de su proyecto entre los no convencidos, no traspasará nunca el umbral que le permitirá alcanzar el objetivo marcado.

Para colmo, en su afán por desguazar España, los secesionistas han cometido un pecado capital: han sacrificado la cohesión social de Cataluña. Escribe Josep Piqué (LV, 15/6):

Ya no se puede hablar de política en reuniones familiares o de amigos, sin riesgo de acabarlas mal.

Los pelos de punta

En su elegía a Oriol Junqueras antes citada, el neocatecúmeno Rafael Nadal también deslizó una nota pesimista y recordó que hay que tomar en consideración a quienes generan la riqueza de Cataluña y se niegan a entregar el porvenir de sus familias y sus empresas a un clan de iluminados, cuyo único programa consiste en desmembrar este país, hasta ahora felizmente insertado en una civilización expurgada de anacrónicos tribalismos identitarios y caducas guerras dinásticas del siglo XVIII. Advirtió Nadal:

Este, no nos engañemos, es un escenario que pone los pelos de punta a una parte significativa de la sociedad catalana, sobre todo del mundo de la economía, las finanzas y la empresa, pero también en núcleos populares de las áreas metropolitanas. (…) Algunos analistas desprecian a las clases dirigentes en su intento de frenar a Esquerra porque –dicen– tienen tics antidemocráticos y no representan a los ciudadanos. Tal vez sea cierto, pero olvidan que representan la mayoría del PIB y de los puestos de trabajo de Catalunya y que sin estos sectores el futuro como Estado independiente o como parte integrante del Estado español es inviable.

Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. El factótum de la Generalitat, Francesc Homs, echó el resto para conseguir que el PSC y Foment del Treball asistieran al acto de constitución del Pacte Nacional pel Dret a Decidir y no lo logró. Del primero, sumido en una crepuscular catalepsia, se puede esperar cualquier cosa, pero el portazo que dio el segundo sacudió los cimientos del búnker insurgente. Sólo a una logia de muñecos movidos por la voz del ventrílocuo y desprovistos de iniciativa propia se le podía ocurrir la peregrina idea de que una entidad que agrupa a empresarios con experiencia probada en el mundo de la economía local y global podía caer en la trampa de una aventura endogámica y secesionista. La prosperidad de esos empresarios, y la de la sociedad en la que están implantados, depende del rigor con que abordan la innovación, la investigación y la creación de bienes, y si descuidaran estos compromisos para convertirse, ellos también, en muñecos de un ventrílocuo disgregador, sus accionistas, sus trabajadores y sus clientes no se lo perdonarían.

La Vanguardia del 6 de octubre del 2012 ya puso sobre aviso a los insurgentes:

Joaquim Gay de Montellà, presidente de la patronal catalana Foment del Treball, cuestionó ayer que este momento de "severa crisis económica" sea el más adecuado para "plantear cambios institucionales tan importantes" como las aspiraciones soberanistas de Catalunya, cuando las empresas necesitan que “los debates políticos se dirijan con responsabilidad” y “no sean obstáculos añadidos a los proyectos empresariales”.

El desenlace estaba cantado (LV, 30/6):

El viernes 21 llegó la convocatoria formal para la reunión del día 26, firmada por Mas. En la misiva se explicitaba que la reunión tendría carácter constitutivo, un pacto formal con el apoyo explícito de los asistentes a la convocatoria de una consulta por el derecho a decidir. Tras consultar con su entorno de más confianza en el comité ejecutivo, Gay optó por declinar la invitación. Foment, la organización más importante de las empresas catalanas, no asistiría a la reunión. Un hueco que nadie ocultó y que el Govern lamentó públicamente, reconociendo su importancia. (…) En suma, temor a una fotografía que transmitiera más compromiso con la línea de Artur Mas del que estaban dispuestos a asumir.

Una reacción lógica, la de los empresarios: con los pelos de punta. Si los insurgentes no tienen ni puta idea de cómo gobernar, tampoco la tienen de cómo fomentar el desarrollo de la economía productiva. El suyo es el mundo de la burocracia parasitaria. Peor aun: resentida y retrógrada. No acostumbro a leer a los santos, pero la panfletista Pilar Rahola transcribe (LV, 29/6) una cita de San Agustín que, aunque ella aplica a sus adversarios, viene como anillo al dedo para el ventrílocuo y sus muñecos secesionistas:

La soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano.

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