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Eduardo Goligorsky

Guardianes de la discriminación

Los auténticos guardianes de la discriminación son quienes se niegan a reconocer que las víctimas predilectas de los asesinos yihadistas son los cristianos.

Los auténticos guardianes de la discriminación son quienes se niegan a reconocer que las víctimas predilectas de los asesinos yihadistas son los cristianos.
Cordon

El presidente del grupo de concejales del Partido Popular en el Ayuntamiento de Barcelona, Alberto Fernández Díaz, pidió que la ciudad priorice la acogida de refugiados cristianos que huyen de sus países por estar perseguidos. Menudo escándalo. Los popes del multiculturalismo salieron en tromba para recriminar al descarriado su sacrilegio. La alcaldesa Ada Colau fue la primera. Intimó al atrevido a "reflexionar" y "rectificar" porque consideraba "muy grave" que alguien propusiera que se diese preferencia a la acogida de personas con fe cristiana ("Cruce de acusaciones entre Colau y Fernández por la religión de los refugiados", LV, 13/4).

La teniente de alcalde de Derechos Sociales, Laia Ortiz, no se mordió la lengua y acusó a Fernández Díaz de "atizar el odio" y "querer volver a la época de las Cruzadas" (El Periódico, 12/4). Dato curioso: esta edil de ICV y Barcelona en Comú emplea el símil con las Cruzadas que aparece en los comunicados de los terroristas islámicos para denigrar a todos los infieles y justificar sus matanzas. Si triunfaran los yihadistas también la incluirían a ella entre los cruzados y la degollarían sin pestañear. Y si se hubiera embarcado en una patera con 15 islamistas podría haberse contado entre los 12 cristianos arrojados al mar (El País, 27/4/2015).

Sectarios recalcitrantes

El réprobo intentó argumentar en defensa de su moción, olvidando que trataba con sectarios recalcitrantes blindados contra la racionalidad. Afirmó, con irrefutable contundencia, que "los países musulmanes no acogen a refugiados cristianos y, de hecho, tampoco a musulmanes, sus propios hermanos de fe, que también deben buscar acogida en Europa". Una verdad insoportable para la izquierda fóbica, que se apresuró a evacuar agravios en las cloacas de las redes sociales contra quien no se solidarizaba con sus odios.

Para colmo, cuando la alcaldesa acusó a Fernández Díaz, vía Twitter, de pedir algo que "es discriminatorio y vulnera los derechos humanos", su contrincante tuvo la osadía de recordarle que el mismo Ayuntamiento que habla de "vulneración de derechos humanos" había aprobado en febrero una propuesta de ERC para priorizar a los homosexuales en las políticas de acogida y "nadie lo interpretó como una discriminación hacia los demás colectivos".

Los auténticos guardianes de la discriminación son, pues, quienes, gobernados por sus prejuicios, se niegan a reconocer que las víctimas predilectas de los asesinos yihadistas son los cristianos que, por esta razón, merecen recibir un trato preferente en la acogida de refugiados. Algo que, contra toda lógica, tampoco practica ese artista del postureo que es el papa Francisco, quien acogió en el Vaticano a los 12 miembros de tres familias musulmanas y ninguna cristiana (ABC, 16/4/2016).

Disfrazados de laicistas

Llegados a este punto, es imprescindible trazar una línea divisoria entre quienes se disfrazan de laicistas para justificar la discriminación que practican contra los cristianos perseguidos y quienes, precisamente por sustentar en serio los principios de la sociedad laica y abierta, exigimos que se dé amparo en primer lugar a quienes están amenazados de muerte por sus creencias, sean estas religiosas o políticas, aunque en condiciones normales polemicemos con quienes profesan algunas de estas creencias y les opongamos nuestras razones.

Que no nos confundan. Poco importa que nos definamos como creyentes no dogmáticos, liberales, indiferentes, agnósticos o -en mi caso- ateos: todos compartimos, en mayor o menor grado, consciente o inconscientemente, las ideas de tolerancia que heredamos de la Ilustración y que propagaron pensadores humanistas como John Stuart Mill, Voltaire. Bertrand Russell o Karl Popper. Respetamos las creencias religiosas del prójimo y su derecho a practicarlas con la misma convicción con que exigimos que esas creencias, cualesquiera que sean, no se trasladen a la legislación para regir nuestro comportamiento. Lo cual se traduce en la separación de la Iglesia y el Estado.

Por supuesto, el énfasis en esta separación, que en el caso de algunas leyes, como la de maternidad subrogada o la de eutanasia y suicidio asistido, es todavía incompleta, no está reñido con el rechazo a la discriminación que sufren los cristianos con el visto bueno del Ayuntamiento. El debate en torno de vacíos legislativos sobre los que todavía pesa la influencia confesional tendrá por escenario el espacio público y el Congreso, pero jamás deberá convertirse en coartada para desentendernos del exterminio de aquellos que no piensan como nosotros pero forman parte de nuestra civilización.

Indiferentes al sufrimiento

Esta toma de partido por la sociedad laica y abierta, bastión de los derechos humanos, nos obliga a desenmascarar a quienes, valiéndose de un lenguaje torticero, se convierten en guardianes de la discriminación contra los cristianos martirizados en las tierras del islam. Estos farsantes cargan con reminiscencias de los crímenes atroces del siglo XX y de sus prolongaciones en el XXI, crímenes estos que se perpetraron con pretextos políticos, religiosos, étnicos, económicos o por simple capricho de dictadores desquiciados. No asombra que continúen siendo indiferentes al sufrimiento de quienes ayer ya fueron sus víctimas. Escribe Lluís Foix ("Persecución de cristianos", LV, 12/4):

Afirma [Andrea Riccardi en su libro El siglo de los mártires] que "desde el genocidio de los armenios en 1915 hasta las matanzas en Timor Oriental en 1999, pasando por el comunismo bolchevique, el nazismo, los regímenes dictatoriales de América Latina, las tragedias africanas, la opresión del islam integrista, las víctimas de la mafia (…) se vislumbra un fenómeno de masas difícil de cuantificar: al menos tres millones de cristianos fueron asesinados en el siglo XX".

Aclara Foix que este cómputo es anterior al ataque contra Estados Unidos del 11 de septiembre del 2011 y al nacimiento del Estado Islámico y añade:

La yihad combate con la muerte a Occidente y muy en particular a las minorías cristianas que quedan todavía en Oriente Medio y que se resignan a ser descartadas y perseguidas o bien huyen para salvarse del sectarismo del Califato. (...) Los conversos [al cristianismo] son acusados de apostasía, castigada con la pena de muerte en estados como Irán, Yemen, Afganistán, Somalia, Mauritania, Pakistán y Qatar, el que consta en las camisetas del Barça.

Tomás Alcoverro, veterano corresponsal en Líbano, confirma desde Beirut el panorama aterrador ("La Contra", LV, 19/4):

Mi barrio, Hamra, será el último bastión de la tolerancia cuando todo Oriente Medio sea arrasado por el pensamiento único totalitario de la barbarie wahabí. (…) Los integristas son imparables. Tienen el dinero, la motivación, la organización y la gente. Me temo que va a ser difícil detenerlos.

Plagas buenistas

Pura islamofobia, argüirán nuestros guardianes de la discriminación contra cristianos, cuyo modelo de proliferación multicultural ya está socavando a otros países de Europa. Eduardo Martín de Pozuelo, infatigable fumigador de plagas buenistas, da la voz de alarma ("La invasión silenciosa", LV, 21/4). Escribe que un polémico informe advierte de la irrupción en Suecia de una sociedad paralela que no cree en los valores democráticos del país escandinavo:

Un fenómeno idéntico al que se ha detectado en distintas ciudades europeas como Londres o París, donde hay zonas en que habitantes extremistas proclaman que se rigen por la charia. "Son las no-go zones, espacios urbanos a la deriva, en los que unos carteles advierten que estás entrando en una zona controlada por leyes islámicas obligatorias. (…) El sistema político sueco ha permitido más de 55 áreas no-go en las que colectividades musulmanas impiden al Estado ejercer su soberanía". (…) Este caso sueco ha sido advertido por la Agencia de Contingencias Civiles de Suecia (MSB) perteneciente al Ministerio de Defensa de Suecia y responsable de la protección civil y la seguridad pública, que afirma -en un informe de 35 páginas- que los islamistas están construyendo una "sociedad paralela" en Suecia, además de infiltrar salafistas en organizaciones y partidos políticos ayudados por una "cultura del silencio".

Esta autosegregación es la que explica que fueran los musulmanes turcos residentes en sus guetos de Europa quienes otorgaron a Erdogan, en el cómputo total del referéndum, la mínima diferencia del Sí necesaria para implantar su dictadura islámica. Sin sus votos y los de las regiones más atrasadas de Turquía habría triunfado el No.

En Barcelona todavía no existen barrios no-go donde impera la charia y no pueden entrar los infieles. Sería aberrante que, en el ínterin, los guardianes autóctonos de la discriminación contra los cristianos pongan obstáculos a la entrada de los refugiados que comparten nuestro modelo de civilización y que, escarmentados por su experiencia trágica, nos ayudarán a frenar la expansión anunciada del Califato.

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