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Eduardo Goligorsky

La moderación beligerante

Frente a la moderación como instrumento espurio de los secesionistas frustrados, el pensamiento liberal propone la moderación como arte de convivencia.

El 24 de octubre un atribulado Josep Antoni Duran Lleida confesó al periodista Josep Cuní, ante las cámaras de 8TV, refiriéndose a la aventura secesionista: "Nos hemos metido en un lío. Estamos atrapados". A continuación formuló algunas reflexiones que habrían sido provechosas dos años atrás pero que hoy llegan demasiado tarde. Por ejemplo: "Es obligación del político, si no lo ve claro, saber decir que no y no ponerse delante de las manifestaciones". Para rematar el sermón con una verdad como la copa de un pino:

Catalunya no tiene viabilidad con una declaración unilateral [de independencia] porque no nos reconocería nadie.

La voz del amo

Efectivamente, todas las voces autorizadas de la Unión Europea y todos los economistas catalanes no subordinados a la nomenklatura han repetido hasta el hartazgo y con claridad meridiana que la declaración de independencia, unilateral o acordada, convertiría a Cataluña en un nuevo estado que debería realizar todos los trámites legales para ingresar en la UE. No para reingresar, porque nunca ha estado dentro como estado independiente, sino para ingresar, con la aprobación unánime de todos los países miembros. Y antes tendría que pasar por el mismo calvario en la ONU, y después en la OTAN. Obviamente, nadie la habría expulsado: se habría ido solita al escindirse de España, el estado miembro.

La certidumbre, instalada en los círculos de poder, de que la trampa de la independencia llevaba a un abismo los obligó a buscar salidas de emergencia que no perjudicaran su campaña hegemónica. Afortunadamente para ellos, tenían a su disposición el somatén mediático. La Vanguardia, asociada desde el vamos a la camarilla secesionista, había encabezado el 26 de noviembre del 2009 el cluster de doce diarios sectarios que publicaron un editorial conjunto para intimidar al Tribunal Constitucional y obligarlo a aprobar el Estatuto balcanizador, falazmente definido hasta hoy como mayoritario cuando sólo lo aprobó el 36,5 por ciento del censo electoral.

Siempre fiel a la voz del amo, el diario de la familia Godó se colocó en la vanguardia de la campaña de salvataje y publicó el 27 de octubre un editorial monográfico titulado "¿Quién teme a los moderados?", con el que pretendió distraer al paisanaje y camuflar las adulteraciones tácticas de los secesionistas que no renunciaban, por cierto, a sus fines últimos. La responsabilidad de moderarse recaía sobre el Gobierno de España, al que se exigía, como prueba de su buen talante, que accediera a las pretensiones de los secesionistas, en tanto estos asumían a su vez el papel de moderados, pero moderados beligerantes.

Una tragedia humana

Vaya si son beligerantes estos moderados: se enrocan en un referéndum que debe celebrarse sí o sí; encumbran a un iluminado que convoca a la unidad monolítica y transversal, haciendo piña, en el peor estilo de los demagogos nacionalpopulistas del Tercer Mundo; contratan a lenguaraces maniqueístas que disertan sobre "España contra Cataluña: una mirada histórica (1714-2014)"; dilapidan setenta y cuatro millones de euros para exhibir en Barcelona unas ruinas maquilladas que excitan el odio y el rencor contra compatriotas totalmente ajenos a lo que sucedió hace 300 años. Y, sobre todo, son implacables a la hora de convertir a los niños en víctimas de un experimento de ingeniería civil encaminado a utilizar el monolingüismo en catalán como arma de discriminación y segregación identitaria.

¿Todo esto para qué? Para materializar el proyecto arcaizante de una élite involucionista anclada en fantasías mitológicas. Lo que se pretende someter a votación directa, eludiendo con pretextos torticeros los trámites normales de la democracia parlamentaria, no es un tema de interés municipal, como podría ser la calificación de unos terrenos, o de interés social, como podría ser la legalización de la eutanasia, sino nada más y nada menos que el desmembramiento de un país, de manera tal que una nueva frontera separe a siete millones de ciudadanos de otros cuarenta millones de quienes hasta hoy, y desde hace por lo menos quinientos años, son sus compatriotas. Con el agravante de que entre esos compatriotas, arbitrariamente convertidos en extranjeros, se cuentan familiares, amigos, colegas, socios y clientes. Una verdadera tragedia humana que deja fríos a los moderados beligerantes. Y, para más inri, una vez más, el obstáculo insalvable que los moderados beligerantes ocultan como si fuera un pecado inconfesable pero que es la cruda realidad: los siete millones quedarán fuera de la ONU, la UE, la OTAN y una multitud de organizaciones internacionales.

Maniobra de distracción

Como era de prever esta maniobra de distracción del Estado Mayor secesionista no dejó indiferente a ningún político ni formador de opinión. Lógicamente, cada uno trató de llevar agua para su molino. Mas llamó a "recuperar el espíritu de diálogo" y "aparcar la bronca" (LV, 28/10):

"Necesitamos a todos los partidos bien unidos, haciendo piña, para que las cosas salgan bien", insistió Mas. Sobre la consulta, el president reiteró que su voluntad es que esta se celebre en 2014 y, para ello, aseguró que "se está haciendo todo lo posible" para que esta pueda llevarse a cabo en un año tan simbólico para el nacionalismo catalán.

Antoni Puigverd se tomó la moderación en serio (LV, 28/10) y recordó que existen

catalanes (…) que no quieren elegir entre sumisión o ruptura, que no quieren participar de un rupturismo legal que Europa no aceptaría. Catalanes que no quieren continuar dilapidando la unidad interna (la mejor herencia del catalanismo) y que no quieren despertarse en un callejón sin salida, en el que los sueños rupturistas de hoy se consuman entre el resentimiento y la melancolía.

Tanta moderación resultó insoportable a Salvador Cardús i Ros, que se define, a contrapelo, como "radicalmente moderado" (LV, 30/10):

Lo que no vale es que Puigverd presente la defensa del statu quo como si fuera la única actitud atrevida. (…) En estos tiempos de incertidumbre, valentías hay de muchos tipos. Por eso ahora también es la hora de los otros moderados valientes: los que queremos una consulta democrática pactada.

Lo dicho: hay moderados beligerantes. ¿Por qué si son tan valientes no recurren a las elecciones parlamentarias dentro del sistema democrático, como aquellas en que CiU y ERC intercambiaron escaños, sin que los secesionistas obtuvieran la mayoría?

Advertencia a los pirómanos

Enric Juliana, que tiene experiencia en estos menesteres, advirtió a los pirómanos que hay un tiempo para cada cosa, aunque citó al comunista Gramsci y la sabiduría oriental, y no al Eclesiastés (LV, 3/11):

La palabra moderación hiere en Catalunya al partido de la ilusión, que tiende a interpretar la política y las contradicciones sociales en términos voluntaristas. (…) La ilusión es un bien para la vida cívica, pero nunca ha decidido un combate político de envergadura. Después de haber memorizado la más hermosa de las citas gramscianas, aquella que habla del optimismo de la voluntad y del pesimismo de la inteligencia, la comparación de la ilusión con una mala hierba tiene el sabor amargo del vermut de Turín -ciudad donde Gramsci, nacido en Cerdeña, maduró-, pero es pertinente. (…) Cuidado con el empacho de ilusiones -también las ilusiones moderadas- y atentos al viejo consejo oriental: cuando arrecia la presión del viento, el junco se dobla para no romperse.

Los moderados beligerantes están avisados: deben reservar su beligerancia para mejor oportunidad. Ni Cataluña, ni España, ni Europa, están predispuestas a abrir las compuertas a aventuras rupturistas e irredentistas que tienen muy malos antecedentes.

Tampoco está de más, en esta etapa de reflexión terapéutica, escuchar la voz de los auténticos moderados desprovistos de segundas intenciones oportunistas. Valentí Puig, un moderado de toda la vida, reaccionó frente a "la apoteosis de los moderados" con una apelación a la sensatez política (El País, 4/11):

Moderación no es lo mismo que tercera vía. La moderación es el justo medio, el ámbito en el que se gobiernan las sociedades avanzadas europeas, en alternancia de centro-derecha y centro-izquierda. Algún día se sabrá si en esa ubicación el pujolismo fue posibilismo o ficción. El secesionismo poco tiene que ver con el justo medio, por el simple hecho de que aboga por una ruptura.

Por su parte, Francesc de Carreras, otro moderado histórico, aporta una definición que se nutre en las mejores fuentes del pensamiento liberal (LV, 30/10):

A mi parecer, el término moderado no equivale a equidistante sino a razonable: es moderado aquel que atiende a razones. Por ello sólo los moderados son dialogantes: aunque estén convencidos de sus razones también están dispuestos a entender, aunque de entrada no las compartan, las razones del otro e, incluso, en el caso de ser persuadidos por ellas, a aceptarlas. La moderación es una actitud, no una ideología.

Frente a la moderación como instrumento espurio de los secesionistas frustrados, el pensamiento liberal propone la moderación como arte de convivencia en la sociedad civilizada.

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