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Eduardo Goligorsky

La táctica del quilombo

Ha llegado la hora de que la sociedad civil catalana asome la cabeza por encima del lodazal en que la han hundido esas élites rapaces y los vándalos

Ha llegado la hora de que la sociedad civil catalana asome la cabeza por encima del lodazal en que la han hundido esas élites rapaces y los vándalos
Gerardo Pisarello I Wikipedia

El lenguaje coloquial de los españoles ha incorporado varias palabras del argot argentino, en general malsonantes. Por ejemplo, boludo y pelotudo, por gilipollas, y escrache por acoso público. Sobresale, entre ellas, quilombo, por desorden o caos. Los quilombos eran antiguamente, en el sur de Brasil, asentamientos de esclavos negros emancipados o fugitivos, pero en Argentina el término se convirtió en sinónimo de prostíbulo. Finalmente, su significado se redujo a una parte del todo: el desorden o caos que impera en esos establecimientos… y en espacios presuntamente más decorosos de la sociedad. Con esta última acepción, muy gráfica, lo empleamos ahora en Argentina y España. El peronismo allá y el secesionismo, el populismo y el antisistema acá degeneran en sendos quilombos.

Todos se equivocaban

Esto viene a cuento del guirigay que se ha montado en torno a la participación, sí pero no, de Catalunya en Comú en el referéndum, que no es tal, del 1-O, con presencia de la señora Colau siempre que no opte por estar ausente, agradeciendo el apoyo que Pablo Iglesias promete darle durante un lapso suficientemente amplio para cambiar de opinión cuantas veces le convenga a mitad de camino.

Los reproches de los secesionistas que se sienten defraudados a pesar de que consiguieron, por ahora, el apoyo de los comunes y podemitas al ficticio derecho a decidir demuestra que lo que realmente esperaban lograr era el voto disciplinado a favor de la independencia. Y las críticas de los constitucionalistas son producto de la ingenuidad que les hizo pensar que los comunes se sentían auténticamente solidarios con los indignados y con la buena gente de toda España, sin fronteras interiores ni maniqueísmos endogámicos.

Todos se equivocaban. A los comunes les importa un rábano tanto la independencia de Cataluña como la suerte de los indignados y de la buena gente. Su objetivo es conquistar el poder. Y el quilombo es la táctica que tienen programada para conquistarlo allí donde las condiciones les sean más propicias: puede ser en una republiqueta chavista torticeramente independizada, en un cantón confederado o en un bantustán autónomo dentro de una España convulsa y plurinacional. Por ahora lo detentan en Barcelona, maridados con los saltimbanquis del PSC, y así nos va.

Plan B para el 2-O

Lo proclaman sin complejos. Tanto Ada Colau y Xavier Domènech desde Barcelona como Pablo Iglesias desde Madrid se ciscan en el referéndum porque consideran que no será vinculante ni tendrá reconocimiento internacional, pero convocan a la movilización de masas, en la que prometen participar activamente con sus huestes, y a la que darán "todas las facilidades", porque esta es una de las vías que llevan a su desiderátum: el quilombo. ERC y la CUP también calientan motores para sumarse a la operación tripartita chavista que previsiblemente figura en el plan B para el 2-O.

En la Barcelona gobernada por BComú esta prefigurado el quilombo que nos reservan estos iluminados. En una reunión entre autoridades del Ayuntamiento y representantes de las asociaciones empresariales locales vinculadas con el comercio, la restauración y el turismo, estos lamentaron percibir "un sentimiento de criminalización y culpa hacia el sector económico y empresarial de la ciudad" (Ramón Suñé, "El sector empresarial se rebela", suplemento "Vivir", LV, 29/6). Estos burgueses deberán buscar otros valedores en los partidos respetuosos de la ley, porque sus amigos tradicionales del PDECat han sido abducidos por el contubernio de talibanes al que se subordinaron.

Silencio cómplice

Esto empezó en mayo del 2008, cuando el paleobolchevique Jordi Borja y la militante radical Ada Colau se conocieron en la presentación de un libro de la italiana Rossana Rossanda, comunista heterodoxa convertida en revolucionaria ortodoxa. Colau quedó bajo la tutela ideológica de Borja, y a ellos se sumaron el profesor especialista en protestas Gerardo Pisarello y el abogado de okupas Jaume Asens (Enric González, "El padrino maragallista de Ada Colau", El Mundo, 3/5/2015).

Colau, Pisarello y Asens llevan la batuta en el Ayuntamiento hostil, como vemos, al "sector económico y empresarial de la ciudad". También los encontramos unidos en el libro La bestia sin bozal. En defensa del derecho de protesta (Catarata, 2014). La bestia, faltaría más, es el Estado, y la carencia de bozal lo convierte en represor de los –a juicio de los autores– oprimidos protagonistas de las protestas.

Pisarello y Asens son los autores y Ada Colau la prologuista, agradecida a quienes le enseñaron que

el Derecho es cosa de todas y todos. Que cuando en ocasiones nos lo esconden en un lenguaje excesivamente técnico, y lo reservan a supuestos especialistas, suele ser para otorgar una carta de legitimidad a abusos claros del poder, para dar cobertura a relaciones de explotación y desigualdad.

En paz descanse el Derecho.

La lectura del libro no deja ningún resquicio de duda acerca de lo que se proponen quienes aplican la táctica del quilombo. Por un lado, los autores se desentienden, con un silencio cómplice, de la ofensiva mortífera del yihadismo y el terrorismo islámico. Este solo figura como pretexto menospreciable para "imponer una peligrosa legislación de excepción" (pág. 22). Por otro, recuerdan que en el siglo XX existieron el nazismo, el fascismo y "otras dictaduras" (pág. 15), pero en ninguna parte citan a la Unión Soviética, China, Cuba o Venezuela, auténticas bestias sin bozal que los planificadores del quilombo admiran. (Ver su elogio en G. Pisarello, Procesos constituyentes. Caminos para la ruptura democrática, Trotta, 2014). Eso sí, ponen como modelo la Constitución ecuatoriana pergeñada por el chavista Rafael Correa (pág. 178).

Pruebas al canto

Los autores no dan tregua a la sociedad civilizada y abren el paraguas del garantismo para amparar a los gamberros, okupas, escrachadores, manteros, lateros y demás marginales incívicos. La "bestia" que quieren amordazar: jueces, Ejército, Guardia Civil, Policía Nacional, Mossos d´Esquadra, Guardia Urbana. Todos quienes nos protegen de mafiosos y yihadistas.

Pruebas al canto. Los autores justifican la violencia (no el asesinato, sí la kale borroka) (pág. 19):

Incluso cuando el ejercicio de una crítica o de un acto de protesta implica violencia, es preciso analizar con detenimiento de qué tipo de violencia se trata. La violencia contra las cosas –romper un cristal, quemar un contenedor– no puede, por muy censurable que parezca, equipararse con la violencia contra las personas. Y dentro de esta última, no es lo mismo lanzar una piedra a un cargo electo, produciéndole heridas que requieran curas médicas, que arrojarle un huevo o una tarta;

el asedio al Parlamento de Cataluña (15/6/2011) (pág. 62):

Las tensiones con algunos diputados, que incluían pintadas en chaquetas y el robo de algunas llaves (…) se cuestionaban como actos de "violencia moral de alcance intimidatorio". (…) Había acciones que aisladamente serían constitutivas de delitos menores o incluso faltas, como escupir o insultar;

el saqueo de supermercados como el Mercadona de Écija, en presencia del alcalde del pueblo ácrata de Marinaleda Juan Manuel Sánchez Gordillo (7/3/2012) (pág. 83):

La medida (sic) no carecía de sentido. Mercadona es uno de los supermercados que junto a otras seis cadenas –Carrefour, Eroski, Alcampo, El Corte Inglés, Euromadi e IFA– controla el 75 por ciento de los distribuidores de comida.

Las justificaciones del escrache agotan la imaginación de los autores, así que sintetizo lo que en realidad es una apología del acoso público al margen de la ley (pág. 186):

Como toda manifestación o reunión en un lugar de tránsito público, el escrache ocasionaba cierto grado de desorden en la vida cotidiana. Pero en ausencia de casos de violencia o intimidación grave, resultaba claro que se trataba de un derecho protegido constitucional e internacionalmente.

Las justificaciones de la ocupación de espacios públicos, institutos de enseñanza, empresas y viviendas particulares son tan generosas e indiscriminadas que se convierten en un alegato revolucionario contra el derecho de propiedad (págs. 146 y sigs.).

Élites rapaces

Los ideólogos y ejecutores de esta operación descarada contra la sociedad, donde hasta hace poco tiempo había imperado el respeto a la ley y el orden, están en su salsa gracias al clima de desobediencia y fragmentación que generan los alzados secesionistas. Estos han emprendido una lucha fratricida que deja el terreno despejado a los aventureros del movimiento antisistema. Unos, los mamporreros de la CUP, sacan el mayor provecho posible al poder que les ceden sus socios, y los otros, los de Catalunya en Comú, exprimen a las clases emprendedoras de una Barcelona maltratada por el pleito entre las élites rapaces del secesionismo. Mientras tanto, ERC sobrevuela el espacio convulsionado, saboreando por anticipado los frutos que el quilombo pondrá a sus pies.

Ha llegado la hora de que la sociedad civil catalana, emprendedora y culta, asome la cabeza por encima del lodazal en que la han hundido esas élites rapaces y los vándalos, y recupere el poder institucional que le garantiza la Constitución de España.

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