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Eduardo Goligorsky

Lecturas tóxicas

Pues sí, amigo Francesc de Carreras: estamos en manos de un Pequeño Nicolás o, peor aun, de dos Pequeños Nicolases, o de un enjambre de Pequeños Nicolases.

La manía de conocer los tortuosos mecanismos políticos que gobiernan nuestras vidas en Cataluña me impulsa a intoxicarme diariamente con la lectura de La Vanguardia, auténtico somatén mediático de la cruzada secesionista. Fui colaborador de sus páginas de opinión entre los años 1982 y 2000, cuando Horacio Sáenz Guerrero, Manuel Ibáñez Escofet, Juan Tapia y Lluís Foix exhibían el rostro civilizado del catalanismo y publicaban mis discrepancias impertinentes con un derroche de tolerancia. De aquel equipo sólo queda, sin haber cedido un ápice de su ecuanimidad y lucidez, Lluís Foix.

Fabulaciones anacrónicas

En el 2000, José Antich llegó a la dirección convertido en un obediente verdugo de herejes, que ahora ha visto recompensados sus servicios con una canonjía en París, desde donde envía todas las semanas, con infumables pretextos, extensas epístolas que llevan su servidumbre al alto mando secesionista hasta extremos que la deontología periodística le impedía manifestar mientras fungía como director.

Sea como fuere, esta intoxicación me permite explorar por la vía más directa las tácticas que se urden en los think tanks del secesionismo para sacar adelante los planes de balcanización. Con el añadido de que basta poner una dosis de perspicacia para descubrir que esas tácticas también dejan traslucir las contradicciones y los antagonismos que existen entre los salvapatrias, que actúan movidos por ambiciones e intereses que nada tienen que ver con lo que prometen a los crédulos. Ambiciones e intereses que, para mayor escarnio, los salvapatrias encubren con coartadas ideológicas arcaizantes, en las que las nostalgias medievales se hibridan con los espejismos totalitarios del siglo XX.

Afortunadamente, el diario tiene que proyectar, por razones comerciales, una apariencia de equidistancia, lo que permite contrastar las fabulaciones anacrónicas de los plumillas sectarios -y las mentiras flagrantes que éstos ocultan- con los argumentos, rigurosamente razonados, de una ínfima minoría de críticos heterodoxos obstinados en apelar a la realidad con cifras y datos concretos. Lo cual es bueno y ayuda a agilizar la mente.

Demagogia proselitista

Es ilustrativo comprobar, por ejemplo, cómo en una misma página (LV, 30/10, pág. 17) Borja de Riquer y Pilar Rahola se empeñan en atrapar al lector desprevenido con dos versiones del secesionismo incompatibles entre sí. Afirma Borja de Riquer, aferrado sin tapujos al rancio dogma endogámico:

Una de las claves del gran apoyo (sic) que ha alcanzado la actual demanda identitaria catalana es haberse presentado básicamente como una cuestión democrática y de dignidad ciudadana de una colectividad.

En la columna vecina, Pilar Rahola, que ha escrito infinidad de alegatos sobre la presunta naturaleza milenaria de la identidad catalana y de la colectividad que la encarna, en perfecta armonía con lo que sostiene Borja de Riquer, cambia de chip y destila emoción cuando narra la presentación de un libro sobre los castellanohablantes del grupúsculo Súmate, que se han incorporado al movimiento secesionista. Se olvida de la identidad milenaria que según ella y Borja de Riquer cohesiona a la colectividad catalana y que la coloca en un mundo aparte de los españoles y de todo quisqui, y concede generosamente carta de ciudadanía a los nouvinguts que no llevan milenios identitarios a cuestas o los llevan de otras raíces. La demagogia proselitista está ahora por encima de la cohesión tribal. Se enternece Rahola:

Esta es la gran valía de Súmate, que su gente no es prefabricada, ni es de ficción. Gente del pueblo en el sentido más puro, de raíces y sentimientos identitarios diversos, pero unidos en la estima a Catalunya y en la voluntad de un país mejor.

La diatriba más feroz

Parte del ejercicio mental que debe hacer el lector de La Vanguardia que no se conforma con la papilla que le dan ya deglutida y que desea investigar en la trastienda del proceso consiste en deducir de la cacofonía estereotipada que le suministran los columnistas de turno en qué bando se sitúa cada uno de ellos ahora que se ha desatado una lucha subterránea por el poder entre los cabecillas de la insurrección. Es curioso observar, incluso, cómo cada uno de ellos da consejos a su favorito para que noquee al rival. Hoy la mayoría, que hasta hace poco tiempo tomaba partido por el macho alfa Junqueras, se encolumna detrás de Artur Mas. El 1/12, Antoni Puigvert, temperamentalmente precavido, define a Mas como un "jugador de póquer" pero advierte:

A los que lo adoran les conviene tener presente que este perfil de político ensimismado puede conducirles, sí, pero también al cementerio de coches.

Francesc-Marc Álvaro, en cambio, se mantiene firme, ese mismo día, en su opción de siempre: Artur Mas es el líder indiscutible:

El Mas independentista tranquilo ha roto todas las previsiones (por eso los propagandistas del sometimiento le tildan de "caudillo" y cosas peores).

La andanada de Álvaro contra "los propagandistas del sometimiento" no puede tener como destinatario a Fernando Vallespín, que escribe, también ese mismo día y en la página siguiente:

En Catalunya se observan actitudes de hiperliderazgo, de caudillismo incluso.

No, Álvaro no apuntó contra Vallespín porque no pudo conocer su texto, sino contra José Antonio Zarzalejos, que el día anterior había lanzado la diatriba más feroz que un moderado, partidario de la quimérica y complaciente tercera vía, podía lanzar contra el presidente de la Generalitat. De "propagandista del sometimiento" nada, a menos que se lo juzgue con una fanática óptica inquisitorial. Eso sí, Zarzalejos fue implacable en su requisitoria contra lo que definió, desde el título, como "Un trágala" de Artur Mas. He aquí una selección de las acusaciones vertidas por Zarzalejos (LV, 30/11):

Autismo político (…) despotismo extremo (…) exigencias exorbitantes (…) se ha deslizado hacia el terreno pantanoso y arriesgado del caudillismo (…) el despotismo del líder independentista (…) saltarse a la torera los controles (…) deslealtad al sistema que reinstauró la Generalitat (…) propósito ventajista.

Para concluir con un diagnóstico severo:

El aislamiento de Mas de la realidad española e internacional es propio de una personalidad que ha interiorizado un populismo adolescente. Sacar de España a Catalunya en un año y medio a partir de unas elecciones que taumatúrgicamente él convierte en una consulta podría resultar ingenuo si, en realidad, no constituyese un aventurerismo irresponsable o, lo que es aun peor, una insensatez. La épica tiene dos límites: primum vivere deinde philosophari, por una parte y, por otra, la realidad del propio país en el que un alto porcentaje de su población no secundaría en ningún caso la hoja de ruta de Mas. La Catalunya del president es una Catalunya demediada, parcial, visionada con un angular estrecho, sin panorámica. Artur Mas ha errado en términos democráticos y ofrece una nueva oportunidad al Estado para resituarse ante el conflicto.

Los Pequeños Nicolás

En mi artículo "La patología del engañabobos" (LD, 21/11) planteé la alternativa de que fuera una junta médica integrada por psiquiatras de reconocida autoridad, y no el Tribunal Constitucional o los fiscales del Estado, la que juzgara el comportamiento de los líderes políticos que niegan la realidad y no aceptan el hecho de que la consulta fraudulenta demostró que la iniciativa secesionista sólo movilizó a un tercio del censo electoral. Ahora descubro, gracias a mi empecinado afán de intoxicarme leyendo La Vanguardia, que el mismo día domingo en que publicó el artículo de Zarzalejos apareció otro con un perfil psicológico del Pequeño Nicolás. Y ese perfil aporta datos sobre la personalidad megalómana que podrían ser útiles para entender el comportamiento de algunos líderes secesionistas y la habilidad que éstos tienen para encandilar con falsas promesas a las personas más vulnerables.

Quien lea la opinión de los psiquiatras sobre los delirios contagiosos del Pequeño Nicolás y pocas páginas más adelante la implacable disección que practicó Zarzalejos del aprendiz de Mesías no podrá dejar de repetir la exclamación que profirió Francesc de Carreras en parecidas circunstancias (LV, 12/10/2012):

¡Dios mío! ¿En manos de quién estamos?

Pues sí, amigo Francesc de Carreras: estamos en manos de un Pequeño Nicolás o, peor aun, de dos Pequeños Nicolás, o de un enjambre de Pequeños Nicolás que se ciscan en los derechos, las libertades y el bienestar de la buena gente, o sea de los ciudadanos de a pie, mientras ellos se disputan el poder a cara de perro.

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