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Eduardo Goligorsky

Los espejismos engañosos del pasado

Las ilusiones sobre el pasado ficticio continúan siendo un arma disparada contra la veracidad histórica.

Las ilusiones sobre el pasado ficticio continúan siendo un arma disparada contra la veracidad histórica.

Casi siempre me inspiran rechazo las viñetas maniqueístas de El Roto, con sus burdas caricaturas demagógicas de ricos invariablemente desalmados y pobres perennemente humillados. Pero rescato la frase de una de ellas, que retrata con precisión las tácticas espurias de la ofensiva secesionista (El País, 10/9): "La historia es un arma cargada de pasado". La historia y el pasado manipulados con fines sectarios, claro está.

El monopolio del patriotismo

Corría el año 1974 en Argentina, antes de que se implantara la dictadura militar, y los sicarios del régimen totalitario peronista se batían a muerte con los terroristas de la misma matriz pero transmutados en castristas. Los liberales y demócratas que nos encontrábamos en un terreno intermedio vulnerable a los daños colaterales debíamos recurrir a toda clase de subterfugios para expresar nuestras ideas sin atraer la atención de una u otra bestia. Yo era crítico de libros del diario Clarín, y puesto que los dos bandos necrófilos se remitían al pasado para justificar sus crímenes, adulterando la historia a su antojo y reivindicando el monopolio del patriotismo, descubrí un texto que me pareció ideal para desenmascarar con relativa sutileza a ambas mafias de embaucadores: La muerte del pasado, de J. H. Plumb, Barral Editores, 1974. Reproduzco la conclusión de aquel comentario (Clarín, Buenos Aires, 6/6/1974) porque el lector perspicaz captará hasta qué punto se aplica a lo que ocurre en nuestro entorno:

Lo que se propone el autor es marcar netamente la diferencia que existe entre pasado e historia. El pasado, explica, "es siempre una ideología forjada con un fin preciso para dominar a otros hombres, para orientar la evolución de una sociedad o para inspirar a una clase. De nada se ha hecho un uso más bastardo que de la noción de pasado. El porvenir de la historia y de los historiadores está en expurgar la relación de los hechos humanos de esos espejismos engañosos de un pasado imbuido de finalidad". Y agrega: "Esperemos que no renazca el pasado para justificar una vez más lo que tantas veces ha justificado ya: la opresión y la explotación de hombres y mujeres, los terrores con que se les atormenta o la desesperanza con que se les paraliza. El pasado ha servido a los menos; acaso la historia sirva a los más".

La tiranía del espacio y de los poderes fácticos me impidió reproducir el corolario al que llegaba el autor, profesor de historia moderna en Cambridge:

Agoniza el pasado de nuestros mayores y se agotan sus fuerzas y justo es que muera y que el historiador procure acelerar su tránsito, pues no era sino una mescolanza de sectarismos encarnizados, de vanidades nacionales y dominación de clases tan absurda como la estrecha interpretación cristiana que con razón ridiculizó Gibbon. Ojalá dé la Historia con su verdadero rumbo, ojalá sirva para robustecer la confianza del hombre en su destino, ojalá nos forje un pasado nuevo, tan verídico y tan exacto como sea posible, que contribuya a devolvernos nuestra verdadera identidad, no de americanos, de rusos, de chinos o de ingleses, no de blancos o de negros, de ricos o de pobres, sino de hombres.

Falsas identidades antagónicas

El deseo del profesor Plumb se cumple al compás de los avances de la civilización, pero eso no impide que durante algunas etapas de crisis se generen procesos involutivos que desembocan en los espejismos engañosos del pasado. Lógicamente, esta involución no es espontánea ni obedece a causas naturales. Se desarrolla guiada desde el puente de mando por ideólogos que han concentrado el poder político y el control de los medios de comunicación para exacerbar los sentimientos primarios de los ciudadanos y silenciar la voz de la razón. Así consiguen que estos los sigan en contra de sus propios intereses, motivados, precisamente, por los espejismos engañosos del pasado. Un pasado en el que siembran semillas de hostilidad entre compatriotas a los que atribuyen falsas identidades antagónicas. Falsas identidades y falsos agravios eclipsan la fraternidad que la historia ha de estimular, como afirma Plumb, entre los hombres.

El contraste entre la interpretación civilizada de los hechos históricos, encaminada a fomentar la paz y la convivencia, y su manipulación beligerante marcada por la voluntad de provocar el enfrentamiento y, si ello fuera posible, el odio, lo observamos en dos noticias que se destacaron en el mes de septiembre.

El 4 de septiembre el presidente alemán, Joachim Gauck, y el francés, François Hollande, acudieron a las ruinas de Oradour-sur-Glane para rendir homenaje, juntos, a las víctimas de la barbarie nazi que se encarnizó con aquel pueblo del Limousin: el 10 de junio de 1944 la 2ª división de panzers Das Reich lo arrasó y masacró a sus 642 habitantes. Hombres, mujeres y niños. Los dos presidentes protagonizaron una ceremonia de recogimiento y reconciliación, como la que celebraron François Mitterrand y Helmut Kohl en 1984 en el campo de batalla de Verdun.

Alimentar la fobia

El 11 de septiembre, por el contrario, Barcelona inauguró en el barrio del Born un museo destinado a exhibir las ruinas que dejó el bombardeo de la ciudad en 1714, durante la Guerra de Sucesión entre dos dinastías, una francesa y otra austríaca, que contaban, ambas, con simpatizantes catalanes. El museo y los espectáculos que en él se celebran están diseñados para alimentar el resentimiento contra un presunto invasor español que no fue tal. Mientras los líderes europeos cierran heridas recientes sobre ruinas de hace cincuenta años, los líderes tribales hurgan heridas antiguas sobre ruinas de hace trescientos años.

La tergiversación fóbica del pasado en todos los ámbitos oficiales llega a tal extremo que le resultó insoportable a una periodista desprovista de compromisos ideológicos. Laura Freixas, alérgica a los engañabobos, escribió (LV, 10/10):

Mascarell asegura que España es "una anomalía histórica", Mas pide que no nos opongamos al "curso de la historia". Como si la historia tuviera un sentido claro, indiscutible; como si el futuro no fuera el fruto de lo que libremente buscamos hoy, sino el único resultado posible de lo que ocurrió ayer. Este fin de semana he visitado, por primera vez, el Museu d´Història de Catalunya. Y me he encontrado con la ilustración -técnicamente muy bien hecha- de ese mismo discurso. Todo lo sucedido en el territorio que hoy llamamos Catalunya desde la prehistoria hasta hoy se interpreta en una única línea, hasta extremos tan curiosos como titular un cartel sobre la introducción de la máquina de vapor: "Vapor y nación". Las salas dedicadas al franquismo y a la transición presentan la victoria de los nacionales como una victoria sobre Catalunya (como si aquí nadie les hubiera apoyado) (…) ¿Y esa burguesía catalana -numerosísima- que apoyó con entusiasmo a Franco, la que Esther Tusquets retrata en Habíamos ganado la guerra? ¿No existió?

Una buena moraleja para este comentario sería la reflexión que el papa Francisco dejó asentada en la entrevista a La Civiltà Cattolica (LV, 20/9): "El que busca obstinadamente recuperar el pasado perdido, posee una visión estática e involutiva".

Coherente consigo mismo, el Papa omitió mencionar la Guerra Civil en la ceremonia de beatificación de los 522 mártires españoles.

Para más inri, esa búsqueda obstinada del pasado perdido desemboca en papelones mayúsculos, como la prohibición de filmar una escena de la serie Isabel, de TVE, en terrenos que son patrimonio del Museu d´Història, o la metedura de pata del alcalde de Barcelona que le hizo escribir a Daniel Arasa "Xavier Trias no es inglés" (LV, 24/9):

Ningún alcalde inglés hubiera retirado de la fachada del Ayuntamiento la placa de la Constitución de 1837. Ni Franco ni Primo de Rivera, con sus respectivas dictaduras nada constitucionales, cometieron tal torpeza. Una gratuita decisión ideológica dirigida a abofetear la historia. Los ingleses conservan las huellas de la historia, aunque no coincidan con sus criterios.

El ciudadano paga

Los halagos demagógicos al flanco sentimental del ciudadano en detrimento del racional cuestan caros. Y es el mismo ciudadano quien paga los trampantojos históricos con que lo engatusan los secesionistas. El Partido Popular denuncia que la rehabilitación del Born, antiguo mercado de abastos de Barcelona, después de cuatro décadas de abandono, más la preservación de las ruinas de 1714, la instalación de las salas de exposiciones y su puesta en funcionamiento, han supuesto para el Ayuntamiento de Barcelona una factura de unos 74 millones de euros. Alberto Fernández Díaz, presidente del grupo popular en el Ayuntamiento, recuerda que el proyecto lo concibió el tripartito (PSC-ERC e ICV-EUiA) y lo avaló el alcalde convergente Xavier Trias. Fernández Díaz señala que "el Consistorio reconoce que el Born dejará un déficit de dos millones de euros en su primer año" (LV, suplemento "Vivir", 13/9).

Volvamos al pensamiento de Plumb:

Con mucha razón los historiadores han participado activamente en la destrucción de un pasado al que tantas veces se volvían las sociedades en busca de legitimación, de confianza o de ambas cosas. Esa función destructiva sigue siendo necesaria; las ilusiones sobre el pasado abundan todavía más de la cuenta.

El simposio España contra Cataluña: una mirada histórica (1714-2014) que organizan los servidores de la Generalitat confirma el aserto de Plumb: las ilusiones sobre el pasado ficticio continúan siendo un arma disparada contra la veracidad histórica. Y contra la convivencia entre los ciudadanos en una sociedad abierta.

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