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Eduardo Goligorsky

Los rehenes convergentes

El electorado tradicional de CiU debería empezar a temblar. ¿Quién manda ahora?

El electorado tradicional de CiU debería empezar a temblar. ¿Quién manda ahora?

Ya nadie puede poner en duda, visto el estado actual del panorama político, que Jordi Pujol inició en 1980 la deriva del nacionalismo hacia la secesión de Cataluña. Fue un trabajo paciente, como subraya Francesc de Carreras, pero tenaz y obsesivamente encaminado hacia una meta final indeclinable. Durante su etapa de gobierno Pujol se esmeró por dotar metódicamente a la autonomía de los atributos de un Estado propio y consolidó un aparato totalitario de propaganda y adoctrinamiento cuya base descansaba sobre la inmersión ideológica, disfrazada de lingüística, en todo el sistema escolar, para ramificarse luego en los medios de comunicación públicos y subvencionados. Su partido, CiU, fue una correa de transmisión eficaz, reforzada por la presencia de Esquerra Republicana de Catalunya, un partido que históricamente perseguía el mismo objetivo a cara descubierta, sin disfraces tácticos. En cuanto al PSC, demostró, en sucesivos gobiernos tripartitos, que estaba y está horadado por la misma carcoma identitaria. Es prescindible.

Patas arriba

Hoy, súbita pero previsiblemente, tras las elecciones europeas del 25-M, el entramado secesionista se ha puesto patas arriba y ya nada volverá a ser como antes. ERC ha superado por primera vez en votos a CiU y teóricamente el sorpasso se podría haber interpretado desde el punto de vista del secesionismo como una consolidación del frente, al que se suma, con las duplicidades típicas de los comunistas, ICV-EUiA. Nada más lejos de la verdad. Porque el frente no es tal sino una olla podrida en la que flotan proyectos diametralmente opuestos para lo que debería ser la hipotética república catalana: de pronto, los convergentes se han convertido en rehenes de un conglomerado de fuerzas radicales que, aunque estaban cómodas en el marco totalitario de la iniciativa secesionista, ahora se sienten con capacidad suficiente para imponer su ley. Una ley que no favorece precisamente a las clases medias, emprendedoras y cultas, que CiU sedujo con su discurso de fingida prudencia y moderación.

Los mandamases de CiU han comprobado lo que deberían haber vislumbrado si no hubieran estado cegados por la ambición de poder: sus presuntos socios los han cogido en una trampa de la que solo podrán salir si cambian su política de alianzas y se reintegran a la vida normal de las comunidades constitucionalmente organizadas. Si no lo hacen se seguirán alejando paulatinamente de su electorado mesocrático, que los verá definitivamente coaligados con el núcleo duro de las sectas guerracivilistas, antiliberales y -lo que más perjudicará sus intereses- anticapitalistas. Al fin y al cabo, José Antonio Zarzalejos evocó (LV, 25/5) la posibilidad de que Artur Mas crea que "la construcción nacional-estatal de Catalunya pasa por la inmolación de CDC y Unió".

¿Quién manda ahora?

Retomo una expresión que utilizo en aras del realismo: los números cantan. ERC, ICV-EUiA y Podemos sumaron un total de 977.201 votos en Cataluña. CiU sumó 548.718.

El electorado tradicional de CiU debería empezar a temblar. ¿Quién manda ahora? Porque los dueños de ese casi millón de votos -pocos, en relación con los 5.500.000 inscritos en el censo, pero muchos en relación con los de CiU- son campeones del autoritarismo que no se conforman con migajas de poder. Aplican la fórmula de la cacicada peronista: "Vamos por todo".Y ya están dando pruebas de ello. Lo diagnostica Lluís Foix (LV, 29/5):

Lo que ha ocurrido es que Mas ha perdido las elecciones y su Gobierno está hoy mucho más a merced de Oriol Junqueras, que, de momento, ha precipitado la dimisión del jefe de los Mossos.

Exacto. Fueron los comunistas de ICV quienes pidieron esa dimisión en el Parlamento de Cataluña y fue ERC la que le dio la extremaunción inmediatamente después de las elecciones que consolidaron el bloque radical dentro del conglomerado secesionista. El consejero de Interior, Ramon Espadaler, de Unió, balbuceó pretextos y tragó saliva. Simultáneamente, el desalojo por orden judicial de los okupas parapetados en Can Vies, en el barrio barcelonés de Sants, desencadenaba la reacción violenta de los colectivos antisistema y ponía en peligro la integridad física de los Mossos acéfalos obligados a reprimirlos. Los vándalos destrozaron escaparates y cajeros automáticos e incendiaron el mobiliario urbano, un vehículo de TV3 y una excavadora, pero no se conformaron con eso. Los rehenes no se fueron de rositas (LV, 29/5):

Convergéncia Democràtica de Catalunya, por ejemplo, informó de que sufrió una docena de ataques violentos en Barcelona, Lleida y Tarragona, entre ellos el de la sede central, en la calle Còrsega de la capital catalana.

Desarmar a las fuerzas del orden

El problema para los secesionistas convergentes preocupados por conservar la imagen de moderación que los aproxima a sus electores consiste en que ahora son rehenes de ese bloque radical empeñado, desde los tiempos del tripartito, en desarmar a las fuerzas del orden. Manuel Castells, gurú que conjuga los ideales del secesionismo con los del movimiento de agitación antisistema, ha renegado de su anterior apoyo al alcalde convergente Trías en términos muy duros y explícitos (Suplemento "Vivir", LV, 30/5):

¿Ha habido violencia? Claro. Este desalojo es una provocación, y de la indignación contra esa arbitrariedad suele surgir la protesta, que, convenientemente aderezada con violencia policial, acaba en enfrentamientos y destrucción en la calle. Y si nos atenemos a la historia, cuanto más intenten que el orden reine en Barcelona, por cualquier método, más violencia se producirá.

Menos aficionado que Castells a los rodeos dialécticos, el diputado del partido secesionista, irredentista, antisistema y antieuropeo CUP, Daniel Fernàndez (obsérvese la tilde catalanizada que él adoptó) afirmó (Suplemento "Vivir", LV, 30/5):

Para nosotros, la violencia no es una opción, es una imposición.

Añade la misma noticia:

En los órganos de participación ciudadana, así como en los plenos de distrito y, sobre todo, en las audiencias públicas es habitual ver a miembros de la CUP o de alguno de sus satélites acaparar el protagonismo de las sesiones con intervenciones muchas veces incendiarias que ellos mismos se encargan de propagar aprovechando su habilidad en el uso de las redes sociales.

Escandaloso, ¿verdad? Y sin embargo fueron los convergentes, hoy rehenes de este proceso que terminará devorándolos, quienes sentaron las bases de la desobediencia civil: negativa a aplicar las sentencias judiciales en el campo de la enseñanza, estímulos a los ayuntamientos insumisos, fomento de la fobia contra los compatriotas españoles y, por fin, montaje de un tinglado sectario como prolegómeno de un referéndum trucado. No es extraño que los insurrectos se sientan con derecho a ser tan refractarios a la ley como lo son quienes los gobiernan desde la Generalitat. Y si los rehenes les devuelven lo que habían usurpado, ¿quién neutralizará su ofensiva contra el derecho de propiedad? Alberto Fernández Díaz sentenci (Suplemento "Vivir", LV, 3/6):

[Can Vies] se ha convertido en un mausoleo antisistema gracias a la pasividad ante los violentos del alcalde.

Chávez los cría

De todos modos, tanto ICV-EUiA como la CUP son solo apéndices del bloque radical empeñado en la creación de una república catalana desgajada de España, de Europa y de las instituciones del mundo libre. El pal de paller, la viga maestra de este movimiento es ERC, cuya afinidad con los huevos reciclados de la serpiente totalitaria son tan visibles que ni siquiera la panfletista Pilar Rahola pudo desentenderse de ellos. Al enterarse de que ERC se había negado a votar en el Congreso, junto a Izquierda Plural y Amaiur, una denuncia contra la represión de Maduro, Rahola escribió (LV, 21/3):

¿Qué hace ERC defendiendo un gobierno que destruye derechos fundamentales, ataca la libertad de prensa, propiedad, opinión, llena las prisiones de opositores, cierra televisiones, reprime con brutalidad y, teniendo unos recursos ingentes, somete a la población a índices intolerables de pobreza, mientras se convierte en el principal comprador de armas de la zona?

La complicidad de ERC con el totalitarismo chavista es coherente con su proyecto de fundar una república donde el votante tradicional de CiU deberá someterse a la disciplina del Estado. Estado que tendrá más puntos en común con las alucinaciones del chavista Pablo Iglesias y su Podemos que con el peix al cove de Jordi Pujol. Y esas alucinaciones chavistas, que curiosamente entusiasman a la antichavista Rahola (LV, 28/5), no prometen nada bueno. Valentí Puig las resume así (Economía Digital, 29/5):

¿Es Podemos la verdadera expresión de lo que desean miles de ciudadanos que recelan de los políticos? Sería tanto como reconocer que la demagogia de Chávez refunda la democracia en el siglo XXI. En su campaña tan atípica, Podemos prometió aumentar los impuestos, desvincularse del euro, no pagar la deuda pública, expropiar los hospitales privatizados, la jubilación a los 60 años, salirse de la OTAN, nacionalizar el sistema educativo, jornada laboral de 35 horas, derogar el Tratado de Lisboa y abrir de par en par las puertas a la inmigración sin límites. Ese no es un programa de reformas radicales. Es la hoja de ruta para la bancarrota y el aislamiento internacional.

Chávez los cría y ellos se juntan. Pero que sea lejos. En nuestra sociedad civilizada, cohesionada en torno a su monarquía constitucional, no caben los retrógrados de izquierdas que prometen convertir España en un laberinto de republiquetas totalitarias.

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