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Eduardo Goligorsky

Retrato de la tribu prometida

Los chamanes de la tribu y los linajes con ochocientos años de pátina sucumbirán bajo el peso de las lápidas enmohecidas.

Mis fuentes de inspiración se debilitan hasta inquietarme cuando algunos sacerdotes y sacerdotisas del secesionismo toman sus vacaciones de verano. Ya echaba de menos las soflamas cotidianas de Pilar Rahola cuando esta se descolgó con un intempestivo panegírico tribal ("Nos con nos", LV, 10/8). La tribu retratada tiene su enclave en la cautivante villa ampurdanesa de Cadaqués.

Comunidad endogámica

Parecía imposible condensar en un solo artículo todos los estereotipos de la cerrazón pueblerina, pero la panfletista emérita lo consiguió. Con el añadido que de que su contenido pone sobre aviso, al lector ilustrado, de la involución cultural y cívica que traería aparejada la materialización de los delirios rupturistas. Porque la sociedad allí idealizada ni siquiera es la de una nación singular, dentro de una nación plural, ni la de una región singular, dentro de una región plural, sino la mínima expresión de una comunidad endogámica cuyos habitantes -que no ciudadanos- están uncidos a la tribu. Precisamente la hipotética república catalana sería un conglomerado de tribus como la que describe Rahola: un engendro pluritribal, donde la tribu de Berga tendría más diferencias con la de Tortosa que la población de Barcelona con la de Madrid.

Siempre que leo los argumentos de Rahola y algunos de sus colegas fundados sobre el mito de la "nación milenaria", capto el rancio tufillo del racismo que se cuela entre los retoños del árbol genealógico urdido para reivindicar la superioridad del abolengo personal. Aquí aflora con explícito orgullo heráldico:

El sentimiento de comunidad era tan fuerte y se había tejido con tanta dureza, que todo lo que era externo era extraño. Como ejemplo, mi propia experiencia: mi madre siempre fue considerada "forastera", porque era de Barcelona, y yo, en cambio, al ser Rahola, era cadaquense, a pesar de no haber nacido allí. Ochocientos años de Raholes en Cadaqués me avalaban.

Más claro, imposible. Cuando rige el código tribal todo el espacio exterior, aunque sea territorio catalán, está poblado por "forasteros". Una discriminación institucionalizada:


Los foráneos eran vistos como un cuerpo tan ajeno, que incluso llegó a haber un espacio en el cementerio reservado para los que eran de fuera.

Exactamente como en las antiguos dominios nacionalcatólicos, donde los camposantos vallaban un terreno desacralizado para los herejes.

Autoestima muy atrofiada

Con el énfasis en los ochocientos años de antigüedad patronímica culmina el homenaje al fraude etnocentrista. Cuando nos remontamos a las tinieblas del Medioevo, ¿qué garantía existe de la honorabilidad de los antepasados, amos o siervos, inquisidores o relapsos, verdugos o víctimas? ¿O de la pureza de los orígenes, viciados por violaciones y secuestros? Guerras, revoluciones, migraciones, pestes y hambrunas convertían el mestizaje en la única apuesta segura. La autoestima de los individuos tiene que estar muy atrofiada si necesitan recurrir a un linaje quimérico para recauchutarla. Arcadi Espada puso las cosas en su sitio para una retrospección verosímil cuando escribió (Contra Cataluña, Flor del Viento, 1997):

Siempre pienso de mis antepasados en unos términos poco amables: los imagino cercanos a la animalidad, muy rudimentarios.

El retrato de la tribu encierra la premonición de lo que los sediciosos le reservan a la república embrionaria. ¿La salvación de la identidad catalana? Ni hablar. En la tribu cadaquense cada fragmento tiene su propia identidad. Se jacta Rahola:

Este talante de aislamiento y de comunidad autosuficiente creó varios pueblos dentro del pueblo de Cadaqués, y estas diversas almas todavía perduran, aunque, con el turismo masivo de los últimos años, se han desdibujado las fronteras. (…) Estos cadaquenses que durante siglos han mantenido un deseo imperturbable de vivir en un lugar tan salvaje son los "nos con nos", la comunidad primigenia que se mantuvo cohesionada y cerrada, más allá de las primeras familias que fueron a veranear.

Por lo menos, aducirán los fundamentalistas, la tribu garantiza el blindaje del catalán como lengua común. Falso. La tribu es la tribu, y el vecino, aunque esté muy próximo, es "el otro", "el forastero", como cuenta Rahola respecto de su madre barcelonesa. Con la lengua sucede lo mismo:

Pero el "nos con nos" persiste a pesar de la mezcla y tiene códigos imperceptibles a la mirada ajena. Por ejemplo, solo usan la variante del catalán "salado" entre ellos, pero raramente con un foráneo. Ya son universales, pero mantienen intacto el orgullo de una identidad forjada en el espíritu de la pervivencia y en el instinto indómito de la supervivencia.

Operación contra natura

Este es el retrato de la tribu prometida. O mejor dicho, el retrato de una tribu prometida, porque cada una de las vecinas arrastrará sus propias rémoras sacralizadas como peculiaridades identitarias. Y a esta condición primitiva pretenden degradarnos quienes por mala fe, por ignorancia o por oportunismo frívolo, levantan las banderas de la secesión, de la plurinacionalidad o del blindaje arbitrario de atávicas diferencias de historia, cultura y lengua. Un gueto al lado de otro, aislados de la civilización global.

Una operación contra natura. Contra natura porque España y, dentro de ella, Cataluña y las restantes regiones que la componen ya están inseparablemente amalgamadas a esa civilización global. Contra natura porque implica el cercenamiento de la mayoría de la sociedad ejecutado por una oligarquía colocada al margen de la ley española y del derecho internacional. Lo denuncia sin pelos en la lengua una carta de lector firmada por Pilar González (LV, 7/8):

Tras los últimos cambios en el Gobierno catalán llama la atención que de sus 14 miembros ni uno solo es castellanohablante, cuando el 60 % de los ciudadanos que vivimos en esta comunidad lo somos. Menos mal que el secesionismo catalán se presenta a sí mismo como inclusivo e integrador. Realmente en Catalunya existe un abismo entre la clase política y la sociedad tanto a nivel de lengua como de apellidos. Mientras en las calles de Catalunya los apellidos más comunes son exactamente los mismos que en el resto de España -González, López, Hernández o Jiménez- toparse con un político catalán con estos apellidos es casi como encontrar una aguja en un pajar. No conozco ningún otro territorio de Europa en el que nadie de su Gobierno tenga como lengua propia la de la mayoría de sus ciudadanos. Quizá los castellanohablantes somos ciudadanos de segunda que merecemos ser marginados en una Catalunya independiente. Habrá que tomar nota.

Tomar nota sin olvidar, para ser justos, que ni el Partido Popular ni Ciudadanos aplican, en Cataluña, esta política excluyente en sus listas de candidatos.

Que Cataluña no podrá convertirse indefinidamente en el bastión tribal que añora Rahola, dominado por apellidos que se remontan a tiempos bárbaros, lo certifica la encuesta del Centre d´Estudis d´Opiniò que Ignacio Varela cita en "Autorretrato de la Cataluña mestiza" (El Confidencial, 23/7): el 68 % de los habitantes nacieron en Cataluña, el 25 % en otros lugares de España, el 7 % son extranjeros, el 41 % tiene padres catalanes, el 19% tiene 4 abuelos catalanes, el 55 % no tiene ningún abuelo catalán.

El peso de las lápidas

Como contrapunto al panegírico tribal, es reconfortante desintoxicarse con el discurso esclarecedor de un intelectual lúcido. Cuando Josep Playà Maset le preguntó a Claudio Magris si era tan crítico como Mario Vargas Llosa con los nacionalismos, el entrevistado respondió (LV, 6/11/2014):

Soy crítico. Somos como las matrioskas [muñecas rusas de madera que se insertan unas dentro de otras]. Soy triestino pero eso no niega que sea italiano. Soy italiano y no es una negación de ser europeo. Nacionalismos y micronacionalismos son el fetichismo de la identidad. Yo hablo el dialecto triestino con mis amigos, y lo hago de manera espontánea, natural, no para distinguirme, ni contraponerlo al italiano. La identidad es vivir con simplicidad, sin hablar de ello. Soy un hombre y no una mujer y no tengo por qué repetirlo. Soy italiano sin necesidad de explicar por qué, y amo a mis hijos sin que tenga que explicar lo que hago como padre. La identidad siempre es plural, no es de una sola nación o de una sola lengua, ha de ser integradora. En política, estoy más cerca del liberal de Uruguay que del fascista de Trieste. Los nacionalismos son demasiado endogámicos. Un diplomático me decía que la identidad no puede ser fotografiada, sino filmada, porque está siempre en movimiento.

Los chamanes de la tribu, los espejismos supremacistas milenarios y los linajes con ochocientos años de pátina sucumbirán bajo el peso de las lápidas enmohecidas. Y el 2-O seguiremos disfrutando del privilegio de ser españoles y europeos y de vivir en el sector civilizado de este mundo caótico.

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