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Eduardo Goligorsky

Se cierra la pinza

Si el nuevo Parlament pariera una república, esta nacería plagada de pústulas anárquicas, con fecha de caducidad próxima.

Confieso que me equivoqué. Pero puedo alegar en mi defensa que la rapidez con que se pudre el proceso secesionista impide prever las alteraciones que se producen en los tejemanejes de las fuerzas fingidamente aliadas y en el reparto de las puñaladas traperas que estas intercambian. El observador que aborda el intríngulis del 27-S como si fuera una campaña cívica ceñida a la normalidad institucional está condenado a meter la pata. Debe pertrecharse, previamente, para explorar un mundo tenebroso donde están proscriptas las leyes que rigen en las sociedades democráticas.

Apetito carnívoro

En mi artículo "La peronización del proceso" (LD, 10/7) atribuí a Artur Mas la astucia necesaria para imitar las maniobras taimadas con que Perón se desembarazaba preventivamente de sus posibles competidores dentro del movimiento, incluidos aquellos que más habían contribuido a encumbrarlo y lo habían rescatado de trances que podrían haber truncado definitivamente su carrera hacia el poder absoluto. Lo escribí cuando todo parecía indicar que "la lista del presidente" sería la nave elegida para encabezar la cruzada marina hacia la ficticia Ítaca. Pero omití considerar la magnitud del apetito carnívoro de los tiburones que lo acompañaban en la accidentada travesía. Para ellos, el burgués políglota egresado de una escuela para privilegiados sólo podía ser un cachalote pintoresco pero jamás un escualo de pura raza.

Una mirada retrospectiva me habría ahorrado la torpeza de tragar ese cebo ensartado para pescar seguidores crédulos en las concentraciones de masas. Al fin y al cabo, el pretendiente cargaba con el estigma de ser el heredero oficial del nunca honorable proscripto; había sido la dócil marioneta de un tosco titiritero que se hacía pasar por jefe de la oposición; había obrado el milagro de perder votos a espuertas en cada elección que él mismo había convocado innecesariamente; había exacerbado el odio cainita contra los conciudadanos españoles; había envenenado el tradicional clima de convivencia de la sociedad catalana; y había fragmentado su propio partido. Sólo un enemigo infiltrado podía haberlo propuesto como cabeza de lista. Aunque el comunista impenitente que ahora ocupa ese lugar es mucho más peligroso para la sociedad abierta que el pelele desplazado. El secesionismo consolida su matriz totalitaria.

También debería haber recordado, para no dejarme engatusar, un episodio estrafalario que cité muchas veces. Cuando La Vanguardia le pidió a Mas, como a otros políticos catalanes, que se fotografiara durante los Carnavales con el disfraz que mejor reflejara su personalidad, el resultado fue un ensoberbecido y estrambótico Sant Jordi, enfundado en una cota de malla de 25 kilos, lanza en ristre, pisoteando un ridículo híbrido de lagartija y dragón de utilería (LV, suplemento Vivir, 25/2/2001).Y aquello no fue un desliz de novato. Muchos años más tarde, Francesc de Carreras descalificó a aquel Sant Jordi de pacotilla con un diagnóstico alarmante que hoy conserva toda su validez, ratificado por el desarrollo de los acontecimientos (LV, 12/10/2012):

Nos encontramos ante un tipo de personaje, muy estudiado por los psicólogos, que me causa un especial pavor: estamos ante un iluminado, una persona que ha escogido ser el instrumento de un misterioso destino que está decidido a asumir pase lo que pase, tanto a él como a su país (…) ¡Dios mío! ¿En manos de quién estamos? (…) Tenso el mentón, la mirada en el horizonte, aires de jefe de Estado. Este es el Artur Mas de las últimas semanas. Me da miedo.

Vicios compartidos

Rectifico, pues. Artur Mas no es otro Perón, aunque comparte con él algunos vicios: la táctica de intoxicar a las masas con soflamas contra enemigos imaginarios internos y externos, la ambición desmedida de poder y el empleo de métodos torticeros para conquistar ese poder con un soberano desprecio por el imperio de la ley. Precisamente, el otrora lúcido humanista liberal Josep Ramoneda arremete explícitamente, sin una pizca de pudor, contra el imperio de la ley, en su prolijo manual de instrucciones para el golpe de Estado secesionista ("El día después", El País, 18/7):

Vuelve una expresión que tiene una sonoridad que, en este país, todavía pone los pelos de punta: el imperio de la ley. Cada vez que alguien apela a la soberanía popular para promover reformas que afecten al reparto de poder, se nos recuerda que toda soberanía ha de ser limitada y sometida al control externo de autoridades encargadas de hacer cumplir la ley.

Los gurús del peronismo o de cualquier otro totalitarismo populista no podrían haberlo expresado con más cinismo: el imperio de la ley les pone los pelos de punta.

Pero la diferencia entre Artur Mas y Perón sigue en pie: el caudillo argentino jamás habría permitido que le crezcan los enanos del circo como le han crecido a su émulo catalán. Enanos transformados en tiburones.

La pinza se ha cerrado sobre Artur Mas y su descalabrado y embargado equipo. El burgués que pretendía embaucar a los de su clase prometiéndoles quiméricas clonaciones con Dinamarca y Holanda, se ha rendido a una panda de descamisados antisistema que, si vivieran en cualquiera de esos dos reinos ejemplares, descolgarían insolentemente los retratos de sus monarcas para sustituirlos, como en Cádiz, por el de algún ácrata decimonónico, o por los de sátrapas depredadores de repúblicas fallidas como Venezuela o Argentina. Las hordas totalitarias aborrecen a repúblicas como Estados Unidos, Alemania y Francia, que marcan el rumbo al mundo civilizado.

Los comunistas y esquerranos que copan la lista Junts pel Sí ya no ocultan los lazos que los unen a los comunistas y podemitas que integran Catalunya Sí que es Pot, y viceversa. Lluís Rabell, vástago del PORE trotskista y cabeza de lista de Catalunya Sí que es Pot, que luce en su pedigrí el haber votado sí-sí en el referéndum fraudulento del 9-N, tomó la iniciativa (LV, 9/8):

Tendió la mano "desde ahora mismo" a ERC y la CUP para propiciar una "mayoría que haga bascular el Parlament hacia la izquierda y abra un nuevo horizonte de justicia social, pero también hacia un proceso de autodeterminación".

Más claro, imposible. Mientras tanto, Raül Romeva repasa en los textos clásicos del leninismo cuál es la táctica para alcanzar el poder con un burgués como mascarón de proa, para descartarlo finalmente como un kleenex usado. Lenin se desprendió así de Alexader Kerenski en Rusia, Klement Gottwald de Edvard Benes y del misteriosamente suicidado Jan Masaryk en Checoslovaquia, y Fidel Castro de Manuel Urrutia y del también suicidado Osvaldo Dorticós en Cuba. Catalunya Sí que es pot, la CUP y otros revolucionarios de andar por casa piden la cabeza del burgués relegado al cuarto lugar de la lista y no será la vanguardia del proletariado la que se resista a entregarla.

Olla podrida

Josep Duran Lleida, que conoce a fondo los ingredientes de esta olla podrida por haber sido uno de los cocineros, descargó todo el rencor acumulado como consecuencia de su humillación y profetizó (LV, 8/8):

"Los ciudadanos que den su respaldo a la lista Junts pel Sí apostarán mucho más por un gobierno de izquierdas que por la independencia", advierte después de la invitación realizada esta misma semana por ERC a la CUP y a Catalunya Sí que es Pot a tener un papel activo en el Govern que se formará tras el 27-S si Junts pel Sí obtiene la mayoría. "Alguien se quedará con un palmo de narices cuando vea que lo que ha hecho es contribuir a que haya el mismo color político a los dos lados de la plaza Sant Jaume".

Sí, es bueno recordar que la alcaldéspota de Barcelona, Ada Colau, también tiene reservado un papel en este desbarajuste.

La composición del bloque minoritario secesionista que se constituirá en el Parlament a partir del 27-S obliga a evocar la imagen de la olla podrida. De entrada, los diputados convergentes serán puestos en cuarentena por sus colegas de izquierda, que los tratarán como apestados. Sobre ellos recaerá la sombra del clan Pujol, más la del Palau y otros chanchullos. A su vez, los izquierdistas se especializan, desde sus tempranos orígenes en el siglo XIX, en formar pequeñas sectas que se disputan la ortodoxia y se dividen en facciones irreconciliables. La historia rocambolesca del caduco PSUC y sus ramificaciones, así como los reproches recíprocos por los pactos tripartitos y de gobernabilidad que corrompieron recientemente a las variopintas izquierdas, les darán pretextos de sobra para tirarse los trastos a la cabeza entre ellas.

Si el nuevo Parlament pariera una república, esta nacería plagada de pústulas anárquicas, con fecha de caducidad próxima. Tranquiliza pensar que existe en la sociedad catalana una reserva mayoritaria de racionalidad y sensatez que neutralizará el proceso disolvente. Exhorta Francesc de Carreras (El País, 5/8):

Son elecciones autonómicas, no plebiscitarias, un oxímoron imposible. Pero los contrarios a la independencia deben ser conscientes de que no son unas elecciones cualquiera, que su resultado será interpretado en clave de plebiscito y que se juegan mucho. Para ello hay que ir a votar: para dejar claro cuál es la mayoría y cuál la minoría. Abstenerse sería el mayor error.

Ir a votar. Sin caer en los sectarismos crónicos que afortunadamente desquician a la izquierda y a los secesionistas. Votar a Xavier García Albiol o a Inés Arrimadas, según las convicciones de cada cual. Y acoger con benevolencia a los socialistas y democristianos que renieguen de pasadas compañías malsanas. La suma de sus escaños levantará el cordón sanitario contra el caos que fermenta en la olla podrida.

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