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Eduardo Goligorsky

Se las pasan por el forro

Los capitostes de la Generalitat y del movimiento secesionista son responsables de la fractura y la degradación que padece la sociedad catalana.

Los capitostes de la Generalitat y del movimiento secesionista son responsables de la fractura y la degradación que padece la sociedad catalana.
EFE

La aversión que me inspiran los deportes, sobre todo los que fanatizan a las masas con componentes mercenarios e irracionales, hace que saltee sistemáticamente la sección que les dedican los diarios. Sin embargo, la lectura de las páginas de política y opinión me obligó a entrar en la zona vedada para averiguar qué sucedía en algo que me resultaba tan ajeno y desconocido como es la Copa del Rey. Así me enteré de que la delegada del Gobierno en Madrid, Concepción Dancausa, había prohibido la entrada de esteladas en un estadio de fútbol cuyo nombre y existencia había ignorado hasta entonces sin que ello me restara información útil para la vida práctica.

Símbolos sectarios

Leí que la prohibición produjo un gran escándalo en las filas del secesionismo catalán, que la enarbola en sus manifestaciones e incluso, desobedeciendo imperativos legales, en los edificios públicos que controla. También fue criticada por juristas y formadores de opinión ajenos a la ofensiva secesionista, en este caso porque interpretaban que el veto era un atentado contra la libertad de expresión. Un juez levantó la prohibición, contrariando el criterio de la Fiscalía. Otro la reimplantó. El resultado fue un viva la Pepa que no degeneró en violencia física pero sí acústica.

Confieso que la controversia me pareció absurda desde el mismo momento en que comenzó. La bandera de Cataluña es la senyera. Así lo establece el Estatut y también el proyecto de Constitución totalitaria e irredentista para la república catalana entregado a la presidenta del Parlament, Carme Forcadell. Habría habido argumentos a favor y en contra de la exhibición de la bandera estatutaria, o de la española, en las gradas de un estadio de fútbol, fuera de los mástiles destinados a ellas, pero de lo que no cabe duda es de que los símbolos sectarios, como la estelada, son objetos ajenos a ese espacio..

Basta imaginar los choques que se producirían, en un ambiente caldeado por las pasiones, si otros colectivos hicieran ostentación de sus respectivos emblemas antagónicos: la gaviota (o el charrán) del PP, el puño y la rosa del PSOE, la hoz y el martillo de los comunistas, el trapo rojinegro de los anarquistas, la tricolor de los republicanos, el yugo y las flechas de los falangistas. La estelada no es más neutral ni más representativa de todos los ciudadanos de una comunidad que cualquiera de estos emblemas parciales. No es, en síntesis, una bandera. La creó en 1908, desfigurando la senyera con la estrella del independentismo cubano, Vicenç Albert Ballester Camps, quien firmaba sus artículos con el seudónimo Vicime, acrónimo de "Viva Cataluña Independiente y Muera España" (Crónica Global, 18/1/2014). En el 2014, cuando aún era alcalde Xavier Trias, el Ayuntamiento de Barcelona bautizó con su nombre una plaza del barrio Sant Pere, próxima a la odioteca del Born.

Tendría que haber sido la dirección del club blaugrana y no la delegada del Gobierno la que debería haber tenido la sensatez de cortar de raíz la iniciativa disgregadora, en lugar de prestarle asistencia jurídica junto a entidades beligerantes, como la atomizada ANC. Es lo que le reprochó el segundo juez que intervino en la causa. ¿Pero qué se puede esperar de quienes trafican con la senyera de su segunda camiseta deportiva, estampándole lucrativamente el nombre de un foco de barbarie yihadista? Una blasfemia contra la bandera tradicional y estatutaria que no se expía blandiendo la reliquia de una guerra colonial decimonónica y de insurrecciones fratricidas.

Vocación totalitaria

Es significativo, en este contexto, que Marius Carol no se haya dado cuenta de que la diatriba que le asestó a Concepción Dancausa ("La autora del despropósito", LV, 21/5) no se aplica a la delegada del Gobierno en Madrid, sino que retrata con singular precisión a los capitostes de la Generalitat y del movimiento secesionista, que con vocación totalitaria y la estelada en alto son responsables de la fractura y la degradación que padece la sociedad catalana:

Para quienes creemos que la convivencia es entender las razones del otro, que la tolerancia es pensar que a lo mejor nuestros motivos están equivocados y que la democracia supone respetar las creencias ajenas por alejadas que estén de las propias, contemplar a personajes insignificantes que ocupan cargos sin haber leído ni el resumen de la Constitución del Rincón del Vago indigna, deprime y enfada.

Exacto. Es en Cataluña donde se justifica que los ciudadanos se sientan indignados, deprimidos y enfadados cuando comprueban, un día sí y otro también, que su comunidad está (des)gobernada por "personajes insignificantes que ocupan cargos sin haber leído ni el resumen de la Constitución del Rincón del Vago", o sea del sitio web que sintetiza información para estudiantes perezosos. Mas, Puigdemont, Junqueras, la CUP, libran sórdidas batallas por el poder, tejiendo y destejiendo alianzas torticeras maquilladas de patriotismo, mientras se pasan por el forro las leyes de España… y el Estatut de Cataluña.

El clímax del desprecio

Envueltos en la estelada y con la senyera en el trastero, estos personajes insignificantes se pasan las leyes por el forro. Convocan referéndums inconstitucionales, se jactan de crear estructuras de Estado espurias, despachan falsos embajadores a golpear puertas europeas que no se abren, fijan plazos para desconexiones unilaterales imposibles. Y desobedecen las sentencias judiciales que obligan a dictar un mínimo de horas de clase en castellano, con el agravante de que al proceder así generan un clima de crispación y agresión contra los padres que defienden el derecho de sus hijos a recibir una educación bilingüe. Así consta en una denuncia que la Asociación de Padres por una Escuela Bilingüe presentó ante la Comisión de Peticiones del Parlamento Europeo con el testimonio de familias acosadas y desprotegidas.

El clímax del desprecio a la ley y la democracia llegó cuando la presidenta del Parlamento de Cataluña y los diputados secesionistas acogieron con los brazos abiertos al exconvicto Arnaldo Otegi, inhabilitado para la función pública tras cumplir seis años y medio de cárcel por complicidad con la banda terrorista ETA, y se conjuraron con él y sus camaradas para desguazar España. El predicador secesionista Francesc-Marc Álvaro dictaminó (LV, 19/5): "Nadie tiene derecho a poner en primer plano a las víctimas para contraprogramar una visita". Lluís Foix replicó, sin proponérselo, en la columna vecina:

El acto más mediático de estos días en el Parlament ha sido la visita de Arnaldo Otegi como si fuera el Gandhi o el Mandela de nuestro tiempo. Qué gestos más desproporcionados e innecesarios para cuantos tienen parientes o amigos asesinados por ETA.

Y para quienes no los tienen, añado, pero recuerdan a Ernest Lluch y a los asesinados en Hipercor y el cuartel de Vic y en todos los rincones de España.

Todo es posible

En una comunidad sin ley todo es posible. Sobre todo si sus gobernantes y los partidos y movimientos sociales que los sostienen no se recatan a la hora de manifestar hostilidad a las fuerzas encargadas de hacer cumplir la ley premeditadamente transgredida. Tanto si se trata del ejército como de la policía. Recordemos que la alcaldéspota Ada Colau abordó a dos oficiales del ejército para criticar su presencia en el Salón de la Enseñanza de Barcelona (El País, 9/3), y más tarde solicitó al Ministerio de Defensa que suspendiera las maniobras que realizaban las tropas en el parque de Collserola en el marco del entrenamiento para la lucha contra el yihadismo (El Mundo, 26/3). Antes, la Consejería de Interior de la Generalitat había frenado la compra de pistolas eléctricas para la Policía, cediendo a la presión de la CUP (LV, 18/2). Beligerantes contra todo lo relacionado con el cumplimiento de la ley, los antisistema de la CUP también consiguieron que Colau disolviera la Unidad Antidisturbios de la Guardia Urbana, cuerpo este maltratado desde todos los flancos por el gobierno local (LV, 5/5).

El pasado día 19, el suplemento Vivir de La Vanguardia fue pródigo en noticias generadas por quienes se pasan las leyes por el forro. La primera página nos informó de que unos hackers filtraron en la red los datos personales de 5.540 mossos d’esquadra. Los pijoprogres debieron de festejar con un brindis que en Cataluña haya émulos de los espías informáticos Julian Assange y Edward Snowden, expertos en debilitar las defensas de nuestra civilización. En la misma página nos enteramos de que tres agentes de la Guardia Urbana fueron agredidos por manteros. Un agente resultó herido y su agresor fue capturado. Y en la página 4, la guinda: "Colau rebaja la presión sobre los clubs de cannabis".

Secuelas. El 23/5: "El concejal Asens irrita a los mandos de la Guardia Urbana. El teniente de alcalde llamó a la abogada del policía herido para exigirle que no pidiera prisión para el mantero que agredió al agente". El 24/5: "Colau evita reprobar al edil que irritó a la Guardia Urbana. La alcaldesa no logra aplacar el malestar del cuerpo ante las coacciones del concejal Asens". El 25/5: tras el desalojo de un local okupado, "el centro de la Vila de Gràcia volvió a ser escenario de carreras, persecuciones y quema de contenedores, aunque estos hechos fueron menos graves que la noche anterior, cuando decenas de motos fueron incendiadas, un Seat Altea rojo fue zarandeado hasta volcarlo completamente y un camión de la limpieza de BCNeta fue también pasto de las llamas. En algunos comercios del barrio hubo intentos de saqueo". El 26/5: "Los disturbios se extienden por toda Gràcia en la tercera noche".

Visto el nulo respeto que dispensan a las leyes, es probable que quienes se las pasan por el forro líen sus canutos en un próspero club de cannabis con las páginas de algún código civil o penal. O –¿por qué no?– de la Constitución.

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