Menú
Eduardo Goligorsky

Sorpresas de la dedocracia

Una conversación con los íntimos… y el dedo que señala al elegido. Sorpresas de la dedocracia. ¿Derecho a decidir? No. Derecho a digitar.

Una conversación con los íntimos… y el dedo que señala al elegido. Sorpresas de la dedocracia. ¿Derecho a decidir? No. Derecho a digitar.
EFE

Se lee en el Antiguo Testamento (Deut., 34:9): "Y Josué hijo de Nun fue lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés había puesto sus manos sobre él". Así se transmitía el poder en tiempos bíblicos y así se unge a los herederos en la nueva Tierra de Promisión que es la nonata república de Cataluña. No con la imposición de manos ni con espíritu de sabiduría, pero sí con el dedazo. El dedo de Jordi Pujol consagró a Artur Mas, cuando el hijo que le salió rana rompió la cadena de sucesión dinástica al estilo norcoreano que había diseñado el padrino (perdón, el patriarca), y así fue también como el falso mesías Artur Mas designó a Carles Puigdemont, quien, como dijo alguien, pasaba por ahí. No hubo primarias, ni secundarias, ni asambleas, ni siquiera consultas previas al politburó o al mismísimo interesado. Una conversación con los íntimos… y el dedo que señala al elegido. Sorpresas de la dedocracia. ¿Derecho a decidir? No. Derecho a digitar.

Constitución en cuarentena

La ley del dedo pone en cuarentena la Constitución, la ley electoral y el derecho a decidir y asegura el monopolio del poder. El autor del dedazo lo explicó sin remilgos al divulgar el "beneficio" de su renuncia (LV, 11/1):

Un "beneficio" que contrapuso a la posibilidad de la repetición de las elecciones, que hubiera sido, a su juicio, "un riesgo de distorsión, de lío grande, de dilución del proceso y de emergencia de otros proyectos que van en contra del proyecto soberanista" y que "era necesario evitar para no poner en riesgo el tesoro (sic) del 27-S, la mayoría independentista conseguida en el Parlament".

Ojo: en el Parlament y no en las urnas. Y agregó, volviendo a la clave de las transmisiones de poder bíblicas:

"Quien no cree en los milagros no es realista, y no sé si esto es un milagro, pero en cualquier caso es una solución".

El tiempo dirá quién sale beneficiado de este embrollo: si Artur Mas, quien se jactó de haber obtenido, mediante el acuerdo, "aquello que las urnas no nos dieron", y que transfirió la poltrona a su elegido; o los "hiperrevolucionarios de izquierda" (Mas dixit) de la CUP, cuyo diputado Benet Salellas proclamó (LV, 11/1):

Hemos enviado tanto a Mas como a los consellers Irene Rigau, Boi Ruiz y Felip Puig a la papelera de la historia.

Un choque de argucias y hostilidades que provocó la hilaridad de Sergi Pàmies ("Solemne y vodevilesco", LV, 11/1):

El acuerdo, anunciado como gesta nacional, es peculiar: los que lo han firmado se insultan en público incluso el día que lo sellan.

Esperpento que culminó cuando un sector de la Assemblea Nacional Catalana convocó a sus fieles para que se manifestaran a favor de la investidura y otro sector de la misma institución convocó a los suyos, en el mismo lugar y hora, para manifestarse en contra. Si bien un tardío cambio de escenario (LV, 8/1)

no evitó la tensión y algún enfrentamiento entre concentrados de uno y de otro lado, no se pasó de los insultos y de los empujones (muchos de los cuales se acabaron llevando los periodistas).

Afortunadamente, en total no se habían movilizado más de mil alborotadores, que fueron el hazmerreír de turistas y curiosos. Una caricatura, en escala reducida, de lo que sería la anarquizada república catalana.

Gigantesco timo

Lo que está claro es que a los protagonistas del contubernio sobre el que descansa el nuevo Gobierno de la Generalitat los separan y enfrentan colosales diferencias, tanto ideológicas como de intereses. La ambición de poder los obliga a ponerles sordina transitoriamente, pero cuando vean el terreno despejado harán valer su autoridad, que, cualquiera sea la corriente del secesionismo que triunfe, la hiperrevolucionaria o la hipertradicionalista, estará guiada por la vocación de hegemonía hipertotalitaria. Y entonces sí, los perjudicados y las víctimas serán los ciudadanos catalanes amantes de la democracia, la convivencia, el orden y la libertad. Así lo ven, alarmados, quienes custodian los valores de esta sociedad civilizada. Escribe Lluís Foix (LV, 13/1):

Así son las coordenadas de los pactos. Se ha salvado el proceso, Artur Mas ha salido porque le ha echado la CUP, los cuperos no han soltado la bandera republicana y sugieren días de inesperadas decisiones en los próximos meses, digan lo que digan los pactos firmados y sellados.

Joaquín Luna, a quien hay que agradecerle que combine la sensatez política con saludables dosis de humor libertino, señala en su réplica al discurso de investidura del elegido por el dedazo ("Cobardes, valientes, ay…", LV, 11/1):

La resolución del 9-N no es una comedia americana ni una ceremonia del té japonesa. Los objetivos del 9-N son inalcanzables sin confrontar a los catalanes, y todo lo que sea animar a "no ser cobardes" es entrar en el terreno peligroso de la épica. (…) CUP es un socio solvente para reforzar la dimensión revolucionaria del 9-N: les avala su simpatía por el mundo abertzale, gente a la que en su día "no le temblaron las piernas" –otra expresión preocupante de Puigdemont– y asesinaron a centenares de personas por la libertad de la oprimida Euskadi.

Finalmente, la suma de amenazas que se ciernen sobre la sociedad civilizada de Cataluña obliga a aparcar momentáneamente notorias diferencias ideológicas para recoger la opinión de quien, al margen de esas diferencias, enriqueció el texto de nuestra Constitución y se ciñe en sus argumentos a una estricta racionalidad, aunque esto lo aleje de antiguas querencias. Amonesta Miquel Roca Junyent ("¿Por qué?". LV, 12/1):

No será la estabilidad la que acompañará el viaje de esta legislatura. Deberá explicarse más el acuerdo. No es un capricho; tras haberlo denunciado, habrá que explicar por qué ahora se presenta como solución. (…) Un acuerdo con vetos excluyentes, estabilidades nada seguras y los condicionantes ideológicos que se querían evitar. ¿Ahora sí? ¿Por qué? Habrá que explicarlo; la desorientación y desconcierto las han creado los que decían que no era posible. Ahora, cuando se dice que sí, se deberá explicar por qué.

No hay explicación posible. Si la dieran los interpelados, caerían las máscaras y quedaría al descubierto el gigantesco timo perpetrado contra la sociedad catalana.

Temas

En España