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Eduardo Goligorsky

¿Trump en la Moncloa?

Entre Donald Trump y los adalides de la izquierda progre existen tantos puntos en común que se justifica hablar de la izquierda reaccionaria

Entre Donald Trump y los adalides de la izquierda progre existen tantos puntos en común que se justifica hablar de la izquierda reaccionaria
Pablo Iglesias y Donald Trump I Archivo

La izquierda progre que se siente representada en el plano local por Pablo Iglesias, Íñigo Errejón, Ada Colau o Gabriel Rufián, y en el internacional por Noam Chomsky, saluda con muestras de horror el acceso de Donald Trump a la Casa Blanca. Coincide en esto, parcialmente, con el sentimiento de angustia que experimentamos quienes amamos los principios ilustrados de la civilización occidental, que hasta ayer nomás tenían su principal valedor y representante en el bastión liberal estadounidense. Pero existe una diferencia: la izquierda progre, históricamente seducida por los leviatanes totalitarios, veía en esos mismos Estados Unidos el mayor enemigo de la igualdad de los pueblos, y se regocija de que el triunfo de Trump parezca confirmar sus prejuicios.

La izquierda reaccionaria

No nos dejemos engañar: entre Donald Trump y los adalides de la izquierda progre existen tantos puntos en común que se justifica corregir la denominación y hablar, como lo hacía el inolvidable Horacio Vázquez-Rial, de la izquierda reaccionaria.

Veamos. Trump se presentó durante toda su campaña como la víctima de una conspiración entre el establishment, Wall Street y la prensa liberal. ¿No nos suenan estos argumentos? Nuestra izquierda reaccionaria -llamemos a las cosas por su nombre- no se cansa de denunciar la conspiración de la casta, el Ibex 35 y la prensa liberal. Explotando la ignorancia del rebaño, Trump, Iglesias y sus acólitos e imitadores ocultan que los responsables del progreso técnico, científico y cultural de la sociedad son el establishment y la casta y no los agitadores callejeros y desobedientes de las leyes; que cuando entran en crisis Wall Street y el Ibex 35 es posible que se suiciden algunos banqueros, pero es seguro que millones de ciudadanos se sumarán a las filas de los parados y las ollas populares (evoquemos Las uvas de la ira, de John Steinbeck), y que es la prensa independiente la que desenmascara las falacias de los totalitarios de turno y también de los liberales que se han corrompido.

No faltará el ingenuo que ponga énfasis en el machismo y la xenofobia de Trump para diferenciarlo de los ídolos de la izquierda reaccionaria. Pero ¿existe esa diferencia? La utilización dogmática que esta izquierda hace de la política de género y de la beligerancia feminista tiene poco que envidiar, por sus efectos nefastos para la familia y la convivencia social, al machismo de Trump. Y la exacerbación de los instintos de territorialidad y de los rencores históricos para enfrentar a unos conciudadanos con otros hasta el extremo de levantarles fronteras dentro de un mismo país compite en irracionalidad con la xenofobia de Trump. O es peor que esta por su vocación cainita.

El triunfo de cualquiera de los cabezas de lista de nuestra izquierda reaccionaria implicaría llevar un Donald Trump a la Moncloa.

Parentesco del trumpismo

Precisamente este cataclismo electoral de matriz populista me sorprende leyendo Totalismo (ED Libros, 2016), del ensayista y periodista Miquel Porta Perales, y no puedo resistir la tentación de reproducir fragmentos del inciso ""El populismo rampante", que refleja, en estos días mejor que nunca, el parentesco del trumpismo con el podemismo, el colauismo y todas las ramificaciones de la izquierda reaccionaria:

El populismo, carente de ideología pero sobrado de olfato, diseña un discurso demagógico a la carta que remueve y promueve los sentimientos, las emociones, los temores, los odios, las esperanzas y los deseos del ‘pueblo’ con el objeto de alcanzar y conservar el poder. (…) El título de la célebre novela del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos (una reflexión sobre el poder y la condición humana) le viene que ni pintado al populista y al populismo: Yo el Supremo. ¿El populismo? Aquí está: exaltación de la pasión, la emoción y lo auténtico; contacto directo con el ‘pueblo’; el uso, abuso y secuestro de la palabra; la invención de la verdad; la credulidad y la obediencia como virtudes; el ‘nosotros’ virtuoso frente al ‘ellos’ vicioso; la lucha del Bien contra el Mal; el realismo mágico que deslumbra; el mesianismo y caudillismo de alta o baja intensidad que anuncia la llegada del Milagro o la Buena Nueva que redimirá las frustraciones de este mundo; la movilización social permanente; la fustigación sistemática del enemigo.

Golpe bajo de la democracia

La prisa por reaccionar frente al golpe bajo que la democracia nos ha dado a los demócratas, y ante el peligro de que un Trump autóctono se instale en la Moncloa, encarnado en un Pablo Iglesias cualquiera, me empuja a aprovechar y reproducir parte de lo que acaba de escribir sobre el mismo tema Juan Ramón Rallo ("Trump: el riesgo del poder absoluto", El Confidencial, 9/11):

La victoria de Trump cambia el terreno de la amoralidad en la que se movían muchos: a ojos de una parte significativa de la población estadounidense y europea, el republicano no sólo supone una amenaza para la libertad económica, sino también para las libertades civiles. Quizá en este momento (o en el futuro, conforme otros populismos liberticidas continúen cobrando fuerza en el Viejo Continente) algunas personas comiencen a reflexionar sobre los límites de la autoridad política: si la democracia impulsa abrumadoramente al poder a un líder populista, ¿debemos subyugarnos mansamente a sus caprichos por el mero hecho de que proceda de las urnas o, en cambio, deberíamos exigir una estricta limitación del poder de los políticos (y de la política) para que su margen de actuación quede absolutamente contingentado y subordinado al respeto de las libertades individuales?

Este es el dilema al que tendrán que enfrentarse muchos ciudadanos que hasta la fecha han mostrado un vergonzoso servilismo ante el imparable avance del poder estatal: o acatar los deseos liberticidas de la mayoría o exigir respeto a la libertad de las minorías.

En lugar de burlarnos de la bisoñez del pueblo estadounidense que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca, demos pruebas de madurez cerrando las puertas de la Moncloa, la Generalitat y la más modesta de las alcaldías a los Trumps de nuestra izquierda reaccionaria disfrazada de progre.

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