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Elvi Sidheri

La crisis catalana vista desde los Balcanes

España y, sobre todo, Cataluña tendrían que aprender mucho de las lecciones que ofrecen los Balcanes sobre guerras, extremismos nacionalistas e intolerancias.

España y, sobre todo, Cataluña tendrían que aprender mucho de las lecciones que ofrecen los Balcanes sobre guerras, extremismos nacionalistas e intolerancias.

Aunque pueda no parecer muy importante, el punto de vista de balcánicos y albaneses sobre la crisis en Cataluña tiene un interés particular.Nosotros y los españoles somos gente bastante distante y diferente, en cuanto a historia y desarrollo cultural, económico y social. Pero sí tenemos una cosa en común, además de nuestra antigua pertenencia a la mediterraneidad. Ese hecho es exactamente el de vivir en regiones con fuertes movimientos secesionistas e independentistas.

Es una cuestión de legados históricos, de un pasado complicado y lleno de mezclas de poblaciones, culturas e influencias, que han dado lugar a un presente tormentoso, donde el empuje nacionalista es más fuerte que el deseo de convivir juntos en un Estado común, con objetivos y bienestar comunes, más allá de los estrictos intereses de unos grupos étnicos o unas comunidades lingüísticas.

Cuando se habla del fenómeno de la balcanización, está claro que tenemos en cuenta la región de los Balcanes, donde está situada Albania.

Si hay una causa mayor de los interminables sufrimientos de nuestra región, es exactamente el nacionalismo ciego de las elites, la extrema fragmentación del territorio en unos mini-Estados disfuncionales con comprobados problemas existenciales, que hacen posible esta deriva incontrolable de inconsistencia estatal y nacional, que se puede notar en la mayoría de los países de la región.

A día de hoy, en la península tenemos once países: Eslovenia, Croacia, Serbia, Bosnia y Herzegovina, Montenegro, Macedonia, Grecia, Rumanía, Bulgaria, Albania, Kosovo –todavía no reconocido por España pero sí por otros 114 países del mundo– y la parte europea de Turquía. No son pocos países para un territorio de 470.000 km cuadrados, es decir, más pequeño que España, que cuenta con unos 505.000.

Nuestra modesta península, que en su historia ha sido protagonista de la edad helénica en la Antigüedad, que ha visto nacer al mítico Alejandro Magno, a Pirro de Epiro y a nuestro Jorge Castriota Skanderbeg –defensor de su país libre y orgulloso, pero al mismo tiempo último defensor de una Europa poco propensa a encarar dignamente a los invasores turcos del Imperio Otomano–, después en el Medioevo fue forzada a someterse al yugo otomano por durante más de cinco siglos, fragmentándose infinitamente, con el resultado de un territorio ingobernable, subdesarrollado y muy fructífero para fenómenos de estampa racista y extremismos nacionalistas de todo tipo.

No voy a intentar hacer exageradas y quizá inútiles comparaciones entre la ocupación turco-otomana de los Balcanes y la presencia árabe durante muchos siglos en España y la Península Ibérica, ya que las circunstancias y acontecimientos fueron diferentes, pero este pasado es en cualquier caso un punto de encuentro entre nuestras realidades.

Pero si España, después de la Reconquista y el fin del dominio árabe, supo transformarse en un Estado unido en sus divergencias y diferencias, un país fuerte, vigoroso y que mediante la Hispanidad pudo crear una nueva realidad continental en América, los Balcanes siguen siendo y sirviendo como ejemplo de peligrosa fragmentación, que comporta muchos riesgos de guerras, genocidios y muerte, como en los años 90, con las guerras de la ex Yugoslavia, desde Srebrenica a Vukovar y Reçak, con millares de víctimas civiles e infinita destrucción.

¿De verdad los señores independentistas de Cataluña quieren este tipo de escenario?

En un momento histórico en el que, a pesar de la crisis económica y los muchos desafíos del mundo globalizado, Europa está intentando crear una unidad económica, y sobre todo una unidad de mentalidad que pueda conseguir el inmenso reto de unificar y facilitar la vida y el bienestar de todos los europeos, sin distinción alguna, los que más sentimos como vital todo esto somos nosotros, los que vivimos en los Balcanes.

A pesar de todas las dificultades prácticas, mentales y circunstanciales, cada país balcánico que parte de la Unión Europea goza de una seguridad, unas expectativas y unas esperanzas en un futuro mejor muy superiores a las que tenían antes de ser miembros de la UE. En cambio, los países de la región que aún no son parte de ella sufren todavía a causa de problemas secesionistas.

Es el caso de Serbia, donde, además de la cuestión de un Kosovo ya independiente de facto y de iure, hay problemas con la región de mayoría musulmana del Sanjacado, así como también con la Voivodina, más desarrollada y cosmopolita que el resto del país, donde viven muchas minorías (húngaros, rumanos, etc.). No puede olvidarse tampoco el sur del país, habitado en su mayoría por albaneses en Presevo.

Es también el caso de Macedonia, con una fuerte minoría albanesa (25-30%); de Bosnia y Herzegovina, todavía bastante dividida y fragmentada entre sus entidades serbo-bosnia y bosnio-croata, con un aparato estatal totalmente disfuncional y en un impasse perpetuo que deja el país en punto muerto.

Albania, que es un país bastante homogéneo, podría tener también sus problemas en futuro, con algunos grupos greco-parlantes en el sur, si no se resuelve con éxito su apuesta por unirse a la Unión Europea.

En este contexto, el ejemplo del empuje soberanista en Cataluña claramente tiene numerosas repercusiones, no sólo para España y Cataluña, también para Europa, para sus regiones y para los Balcanes.

Cataluña tendría que servir como un perfecto ejemplo de integración, de autonomía funcional y de instituciones autonómicas bien integradas en el conjunto de un país unido con un sistema descentralizado. Una imagen que en este momento tiene poco que ver con lo que sucede en Cataluña, donde los últimos acontecimientos son tremendamente lesivos para la convivencia pacífica y autonómica en un país desarrollado, maduro y civilizado del año 17 del siglo XXI.

España y, sobre todo, Cataluña tendrían que aprender mucho de las lecciones que ofrecen los Balcanes sobre hechos de guerras, extremismos nacionalistas, aprensiones y falta de tolerancia recíproca. Separarse es siempre más fácil que permanecer unidos, buscar divergencias es siempre más fácil que encontrar puntos de encuentro y soluciones comunes, entrar en nuevas confrontaciones es siempre más fácil que evitar tensiones inútiles.

La independencia no ponderada a menudo lleva a un país, a sus habitantes, vecinos, y muchas veces también a miembros de una misma familia, a irresolubles conflictos, con consecuencias trágicas ya vistas en los Balcanes.

No hay independencia fácil, ni idílica. Y para que Cataluña la alcanzara tendrían que darse unas condiciones históricas, políticas y sociales que claramente no se dan.

Elvi Sidheri, traductor y periodista albanés radicado en Tirana.

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