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Emilio Campmany

Aniversario referéndum de la OTAN: El día del camaleón

Felipe González desde la izquierda integró a la nueva España democrática en todas las organizaciones occidentales, incluidas las militares. Al hacerlo, rindió un gran servicio a España y a Occidente. Pero que el equívoco no quede entre nosotros, no lo hiz

Una vez que la izquierda hubo aceptado a regañadientes la reforma y renunció de mala gana a la ruptura, lo único que le quedó para defender la construcción de un país distinto a aquél en que lo había transformado la derecha era la OTAN. Según la izquierda, España debía integrarse en el movimiento de los no alineados o, en el peor de los casos, convertirse en un país genuinamente neutral si aceptamos, como entonces todos sabían, que los no alineados formaban parte de la órbita de la URSS. Claro que esa misma izquierda deseaba que España, en todo lo demás, se integrara plenamente en Occidente, que era como querer ser madridista haciéndose socio del Barcelona.

Hoy leerán que el gran Felipe González, con su clarividencia, supo ver la contradicción que todo ello entrañaba y cómo, con habilidad de gran estadista, montó el referéndum que había prometido durante la campaña de 1982 para, en vez de irnos, quedarnos en la OTAN. Así consiguió que España ya no estuviera en la organización atlántica por capricho de Leopoldo Calvo-Sotelo sino por el deseo expreso del pueblo español. Sin embargo, hay más cosas que contar.

La oposición visceral a estar integrados en al OTAN, la idea alimentada por la izquierda de que los tratados con los Estados Unidos habían hecho de la España de Franco un títere de Washington, la impresión de haber abandonado a Hispanoamérica en las garras de los norteamericanos hacían que muchos españoles quisieran sinceramente que la nueva España fuera militarmente neutral. Felipe González se aprovechó de ese sentimiento para ganar las elecciones de 1982. No sólo, sino que durante su visita a la URSS en 1977, logró el apoyo del aparato soviético en perjuicio del PCE gracias a su supuesta firme voluntad de oponerse desde el Gobierno español, cuando lo presidiera, a la política de bloques. Sin embargo, había un problema. El PSOE, que no era nada en 1975, se convirtió en el partido más importante de la oposición y obvia alternativa a la derecha en el poder, nuevamente para quebranto de los comunistas, gracias al dinero de la socialdemocracia alemana. Que detrás de esa operación de hacer de Felipe González la alternativa de izquierdas a la UCD estuviera o no la CIA no importa aquí. Los alemanes, por muy socialistas que fueran, tenían buenas razones para temer a la URSS y a su Ejército Rojo. No es casualidad que la cúpula de la socialdemocracia alemana defendiera, en contra de toda la izquierda europea, incluidos muchos votantes socialistas alemanes, el despliegue de los Pershing II y Cruise para contrarrestar el efecto de los SS-20 soviéticos. Como tampoco lo es que Felipe González respaldara en esto a sus correligionarios germanos.

Felipe González llegó adonde llegó para, desde la izquierda, integrar a la nueva España democrática en todas las organizaciones occidentales, incluidas las militares. Al hacerlo, rindió un gran servicio a España y a Occidente hasta ganar entre todos la Guerra Fría. Pero que el equívoco no quede entre nosotros, no lo hizo por España.

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