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Emilio Campmany

Bajo la advocación de San Sebastián

Si el poder que persigue la nueva estrella del Gobierno es sólo el económico, los demás le dejarán campar a sus anchas. Pero si, como es más probable, aspira a algo más, algún Rubalcaba o de la Vega se las tendrán tiesas con él.

Miguel Sebastián es, sin lugar a dudas, la nueva vedette del Gobierno Zapatero. No parece que su nombramiento responda sólo al natural deseo de recompensar el sacrificio de dejar que en las municipales le partieran la cara a cambio de salvar la del jefe. Recuerden que José Bono, ejerciendo de listillo, se vengó de Zapatero haciéndole creer que aceptaba enfrentarse a Gallardón en Madrid. El de las cejas circunflejas pasó por encima de sus convicciones feministas y defenestró a la pobre Trinidad Jiménez. Luego, el astuto manchego dejó en la estacada al burlado castellano y le dijo que a otro perro con ese hueso.

La posición del presidente se fue haciendo cada vez más desairada al no aceptar nadie de peso ir a librar la perdida batalla por Madrid y ser cada vez más patente cuán tonto había sido descartar a Jiménez antes de tener amarrado a un candidato de fuste. La gente suele mostrarse melindrosa, si no del todo renuente, cuando se le propone suicidarse, de forma que nadie con nombre quiso dejarse arrastrar al matadero. ¿Nadie? Sebastián sí estuvo dispuesto a hacerlo, probablemente más por un insensato optimismo que a consecuencia de una lealtad de hierro, pero el caso es que su presencia en las listas del PSOE a la alcaldía de Madrid hizo que la zapateril decisión de cargarse a la Trini no fuera definitivamente vista como lo que a la postre fue, un estúpido error.

Cuando el jefe pide esta clase de sacrificios, los hay que los acatan de mala gana, como hizo López Aguilar cuando Zapatero le obligó a dimitir para presentarse como candidato a presidente de su comunidad autónoma canaria. En este caso, ninguna recompensa cabe esperar. Pero los hay que, como Sebastián, se dirigen al cadalso con paso alegre y sin perder la sonrisa. Éstos suelen ver premiada su buena disposición.

Pero el harakiri habría bastado para explicar la entrega del Ministerio de Industria, no el haber sido elevado al rango de ventrílocuo de Solbes, cuya función ha sido reducida a la de comunicar mediante susurros las decisiones de Sebastián. Ni justifica que dos mujeres de su entorno, con escasa experiencia política, sean ahora ministras, sin olvidar que la esposa de uno de sus mejores amigos dirige ahora el departamento de defensa y la de otro continúa dinamitando la educación.

Visto así, parece que la abundante presencia femenina en el Consejo de Ministros no se debe tanto al afán igualitario del presidente como al nepotismo de Sebastián. ¿Se equivocó Berlusconi cuando reprendió a Zapatero por el tono excesivamente rosa de su nuevo gabinete? ¿O estaba al cabo de la calle?

El caso es que el descreído Zapatero ha decidido encomendarse a San Sebastián y se ha puesto bajo su protección. Si el poder que persigue la nueva estrella del Gobierno es sólo el económico, los demás le dejarán campar a sus anchas. Pero si, como es más probable, aspira a algo más, algún Rubalcaba o de la Vega se las tendrán tiesas con él.

Aunque las peleas entre las gentes del PP mantengan nuestra atención pendiente de lo que ocurre en la arena, será necesario no quitarle ojo al palco de autoridades, donde los navajazos pueden empezar a producirse en cualquier momento.

Sin embargo, en el aire, queda una pregunta: ¿qué ha visto Zapatero en este Sebastián?

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