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Emilio Campmany

Choque de trenes

No hay ningún tren, y menos un tren llamado 'España' que circule en dirección contraria por la vía por el que va el de Cataluña.

¿Cuántas veces han oído recurrir a la metáfora del choque de trenes para defender que, a fin de evitarlo, hay que hacer concesiones a los independentistas catalanes? Sin embargo, se trata de un modo de falsear la realidad, porque no hay ningún tren, y menos un tren llamado España que circule en dirección contraria por la vía por el que va el de Cataluña. Al contrario. El resto de los españoles aceptamos que el tren España circulara por la costosa y sinuosa vía del Estado de las Autonomías para que los trenes del País Vasco y Cataluña fueran por la que los nacionalistas querían. Esa solución ha sido especialmente perjudicial para el resto. No podemos vivir en Cataluña sin renunciar a que nuestros hijos se eduquen en castellano. No podemos aspirar a muchos trabajos en Cataluña porque no hablamos catalán. Y lo peor es que nos hemos visto obligados a aceptar para nuestras regiones una administración autonómica a veces tan corrupta como la catalana para mantener la ficción de que todos somos iguales ante la ley. Y ahora los que impusieron en su beneficio la clase de vía por la que tenía que circular el tren España, los nacionalistas catalanes, son los que amenazan con hacerlo descarrilar.

No sé muy bien qué pretenden, pero, sea lo que sea, carece de sentido desviar aún más el tren en el que todos viajamos para evitar la colisión con la que nos amenazan. Porque si, sinceramente, no soportan ser españoles, ningún desvío que tomemos les hará abandonar el deseo de chocar. Allí por donde circule nuestro tren, buscarán ir contra él. Lo más que lograríamos sería que aflojaran la marcha hasta digerir los privilegios que les hubiéramos concedido. Luego volverían a alegrar la caldera echando a ella el negro carbón de su odio. Y si no fueran más que chantajistas de tres al cuarto que sólo quieren privilegios, tampoco hay concesión capaz de apartarlos de la vía. Cuando comprobaran que la amenaza es eficaz, más pronto que tarde volverán a proferirla y a buscarnos por donde circuláramos para que volviéramos a sentir el peligro del descarrilamiento y extraer de nosotros más concesiones. Si hemos de chocar, choquemos, y veremos quién sale más perjudicado. Aunque descarriláramos, los que siguiéramos queriendo ser españoles podríamos poner nuevamente el tren en marcha, quizá no con tantos vagones y con una locomotora más lenta, pero al menos en la vía por donde acordemos todos pensando en el interés general, y no donde digan unos pocos pensando sólo en su beneficio.

Lo que pasa es que aquí no hay choque de trenes. Hay unos señores que quieren privilegios y hay otros que, no sé por qué, están dispuestos a dárselos. Cuando el PP reunió cuatro millones de firmas contra el estatuto de Cataluña nadie movió un dedo por evitar el choque contra el tren en el que viajaban esos cuatro millones. ¿Por qué habría que hacerlo ahora que los que van en el de enfrente son menos y más cobardes?

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