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Emilio Campmany

Don Marianuccio

Sólo en un organización prima la lealtad sobre el mérito de una forma tan grosera: en la Mafia siciliana. Aunque allí son más firmes en sus decisiones.

Sólo en un organización prima la lealtad sobre el mérito de una forma tan grosera: en la Mafia siciliana. Aunque allí son más firmes en sus decisiones.
Mariano Rajoy | EFE

Entre las muchas corruptelas que son comunes a PP y PSOE está la de abusar con alegre desenvoltura del margen de arbitrariedad que los políticos disfrutan en el nombramiento de miles de cargos. A tal efecto, se suelen interpretar los requisitos legales de forma escandalosamente laxa o se evita considerar los obstáculos legales o morales sin remordimiento alguno. En el mejor de los casos, el nombrado alcanza a cumplir los requisitos, pero en perjuicio de otros con más mérito. En el ejercicio de tanta licencia, PP y PSOE no tienen nada que envidiarse, ya que los dos se comportan con la misma tosquedad y descaro. Y, sin embargo, alguna diferencia hay. Mientras el nepotismo del PSOE es más figurado, pues el mérito que se impone es el de la militancia, el del PP es más literal, pues allí prima la familia. Al frente de infinidad de chollos aparecen maridos, esposas, primos, cuñados, sobrinas y hermanos y, muchas veces, simplemente amigos. No deja de ser notable que Podemos se aleje de la tradición izquierdista de promover a la militancia y siga la derechista de favorecer a la familia en los sitios donde gobierna, pero ésa es otra historia.

El caso es que, durante la era Rajoy, la natural inclinación a repartir prebendas entre familiares y amigos ha tenido que verse matizada. El pobre rendimiento del líder al frente del PP le ha obligado a recurrir al instrumento de la arbitraria facultad que la ley le reserva en muchos nombramientos, no sólo para castigar a los desafectos con el más severo ostracismo, también para premiar a los fieles con las mejores bicocas. Su situación es de tal debilidad que ya no basta mostrar el rigor con el que se castiga la traición, sino que se ha hecho necesario acreditar la largueza con la que se premia la lealtad. Hasta tal punto se ha hecho indispensable esta política, que Rajoy ha estado dispuesto a aplicarla incluso en los casos en los que, como sucede con José Manuel Soria, la decisión perjudica los intereses electorales del PP en vísperas de tres elecciones. Luego, cuando se comprueba que el perjuicio es inasumible y hasta los más próximos se llevan las manos a la cabeza, va Rajoy, se desdice y obliga al protegido a ponerse nuevamente en evidencia y renunciar.

Cierto grado de arbitrariedad en determinados nombramientos es inevitable. Y un cierto abuso, también. Pero una cosa es mandar a un adversario político a una embajada, como hizo Churchill con Lord Halifax en 1941, cuando se lo quitó del Foreign Office nombrándolo embajador en Washington, y otra muy distinta enviar al Banco Mundial a un ministro que se ha visto obligado a dimitir por supuesta evasión de impuestos con el único fundamento de que hay que premiar su lealtad, en especial la que demostró en el malhadado Congreso de Valencia.

Sólo en un organización prima la lealtad sobre el mérito de una forma tan grosera: en la Mafia siciliana. Aunque allí son más firmes en sus decisiones.

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