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Emilio Campmany

Dónde esté una lista cerrada…

Con Podemos ha bastado un buen resultado electoral para que su principal figura adquiera los resabios con los que el sistema adocena a sus líderes

El sistema político español posee un sofisticado mecanismo inmunológico. Son tantos los resortes que otorga a quien ostenta el poder que, cuando lo alcanza alguien que prometió su reforma, el afortunado se convence enseguida de que lo mejor es no cambiar nada. Ha pasado con la Justicia, que dos veces se prometió despolitizar y otras tantas se olvidó hacerlo. También pasó con el sistema electoral. La Alianza Popular de Fraga, núcleo del actual PP, se quejó con razón en las elecciones de 1977 y 1979 de haber sido muy perjudicada por la ley que las regula. Pero, cuando sustituyó a la UCD como una de las dos patas del sistema y la norma empezó a favorecerle, nadie en el partido se acordó de lo mala que era aquella ley. Al PSOE siempre le gustó porque se estuvo beneficiando de ella desde el principio. Si llega el día en que deje de ser mayoritario, que es proeza perfectamente al alcance de Madina, ya verán cómo empiezan los lloriqueos.

Con Podemos, ha bastado un buen resultado en unas elecciones europeas para que su principal figura, Pablo Iglesias, adquiera los resabios con los que el sistema adocena a sus líderes. El hecho no es irrelevante. Podemos nació como una fórmula vertebrada para canalizar las reivindicaciones reformistas del movimiento 15-M. Si recuerdan, uno de los gritos de indignación que más alto se oyeron durante aquellos días fue el de "no nos representan", una queja contra la dictadura de las listas cerradas y la tendencia del sistema electoral a beneficiar a los grandes partidos y perjudicar a los pequeños obligando al elector, especialmente en las circunscripciones pequeñas, a tener que elegir entre el PSOE y el PP. Recuérdese asimismo cómo esta reivindicación les ganó la simpatía de muchos ciudadanos que, en lo demás que proponían, no querían tener nada que ver con ellos.

Pues bien, no ha hecho falta que se convirtieran en mayoritarios, no han necesitado siquiera entrar en el Congreso de los Diputados, sino que ha bastado un discreto, aunque notable, éxito en las europeas para que, puesto en la tesitura de tener que elegir una directiva, Pablo Iglesias haya querido asegurarse de que le acompañarán sus amigos y no quienes elijan los militantes. Y, para lograrlo, ha descubierto el gran instrumento que nuestros partidos políticos emplean para que los jefes mantengan el control sobre los subalternos y se deban a él y no al electorado o a las bases, la lista cerrada. Quienes integren en el futuro la dirección del nuevo partido tendrán la misma convicción que los que pastan en los dos mayoritarios, que su puesto se lo deben al jefe y no a los militantes y que el secreto para seguir estando allí será, no hacer lo que los militantes quieran, sino lo que el jefe diga.

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