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Emilio Campmany

'Donna Teresina' y Napoleón

Al margen de lo atractiva que para el ciudadano podría ser el inicio de una guerra fiscal, la actitud de Theresa May es intolerable.

Al margen de lo atractiva que para el ciudadano podría ser el inicio de una guerra fiscal, la actitud de Theresa May es intolerable.
Theresa May | EFE

Su biografía dice que Theresa May nació en el Sussex, pero, por su discurso de este martes, podría provenir de Las Velas de Scampia, en Nápoles. Su mensaje recuerda a los de un capocamorra. Que no se preocupen los suyos, que habrá Brexit con todas las de la ley. No se aplicarán más leyes que las británicas, ni tendrán autoridad más tribunales que los suyos y no transitarán por sus calles más que quienes ellos quieran. Gran Bretaña se va. Para quienes temen el desastre económico que tal decisión traerá, donna Teresina añade que cerrará con los Estados miembros el "mejor acuerdo comercial posible". Gracias a él, los británicos podrán vender libremente sus productos y, sobre todo, sus servicios, especialmente los financieros, a los demás europeos sin cargar con la pesadez de tener que permitir que residan y trabajen allí los que no necesiten de esos servicios por falta de posibles. Donna Teresina garantiza que los europeos se avendrán porque nos hará una oferta que no podremos rechazar. Si lo hiciéramos, imponiendo lo que la napolitana de adopción llama "acuerdo punitivo", amenaza con convertir las islas en un paraíso fiscal al que puedan huir en masa las empresas europeas. Gran Bretaña vuelve a dominar las olas. Que resucite Nelson para que, manco y tuerto, desde el puente del Victoria, escolte a los empresarios europeos que quieran transferir sus riquezas al otro lado del Canal.

Al margen de lo atractiva que para el ciudadano podría ser el inicio de una guerra fiscal, en la que a ambos lados del Canal de la Mancha se compita por tener los impuestos más bajos, la actitud de Theresa May es intolerable. Es evidente que el libre comercio beneficia a todos. Pero también lo hace la libre circulación de personas, y esta libertad disgusta a la primera ministra británica. Con su misma jerga mafiosa, habría que contestarle que esto no es una comida a la carta y que hay que aceptar o rechazar el menú completo. No sé qué actitud mantendrá Alemania, y si Angela Merkel estará dispuesta a tragar cuanto haga falta con tal de que sus muy exportadoras industrias conserven el acceso al mercado británico. Pero, más allá de las consideraciones económicas, no debería permitirse que un socio encuentre la forma de quitarse de encima lo que le resulte gravoso y conservar lo que le agrade del hecho de ser miembro. Y los que más deberíamos insistir en ello somos los españoles, aunque sólo fuera por cerciorarnos de que Gibraltar deja de disfrutar de las ventajas que hasta ahora tenía como consecuencia de ser el Reino Unido miembro de la Unión. A Napoleón se le pueden reír los huesos en su tumba de Los Inválidos, y a Pitt agriársele la sonrisa en la suya de la Abadía de Westminster, si llegan a ver que May consigue que Bruselas perfeccione el Bloqueo Continental que el corso nunca logró que funcionara bien del todo.

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