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Emilio Campmany

En el templo de la palabra se adora a la imagen

¿Por qué hasta los diputados recurren a ella? Pues porque, haciéndolo así, el mensaje llega a mucha más gente.

¿Por qué hasta los diputados recurren a ella? Pues porque, haciéndolo así, el mensaje llega a mucha más gente.
EFE

En el debate celebrado con ocasión de las elecciones presidenciales norteamericanas de 1960, los televidentes dieron por ganador a Kennedy y los radioyentes a Nixon. Kennedy ganó por un margen estrechísimo en las elecciones más disputadas de la historia estadounidense. Sin la televisión, las hubiera perdido. La televisión es hoy algo más que un medio integrante del Cuarto Poder. Piensen en cuántas veces, viendo un telediario, han dejado de escuchar el texto por estar toda su atención capturada por la imagen. Si vemos a Rodrigo Rato entrando en un coche policial mientras un agente le obliga a agachar la cabeza como se hace con los detenidos, el mensaje que recibiremos, diga lo que diga el locutor, es que efectivamente lo ha sido, aunque sea mentira.

El poder de la imagen es tal que hasta los diputados y senadores, cuyas palabras tienen garantizado el máximo eco posible, prefieren a veces ponerse de pie en su escaño vistiendo una camiseta con una frase breve, enarbolando ésta o aquella bandera o con la boca amordazada o cualquier cosa que asegure que llamará la atención de los fotógrafos y cámaras. Y, sin embargo, el Parlamento está para debatir con el mejor instrumento del que disponemos, que es la palabra. El discurso permite exponer las ideas de cada cual en toda su complejidad, con todos sus matices, en toda su extensión. El hecho de que se pronuncie en una cámara legislativa le otorgará además la máxima difusión y merecerá la mayor de las atenciones. Y las propuestas que contenga serán ampliamente debatidas, en la propia cámara y fuera de ella. Entonces, ¿por qué reducir cualquier idea o propuesta que se quiera hacer a un lema, a unos colores, a una vestimenta? Todos los matices, todas las sutilezas se perderán y quedará tan sólo la burda, gruesa y pobre imagen, privada de cualquier elemento de profundidad intelectual.

¿Por qué hasta los diputados recurren a ella? Pues porque, haciéndolo así, el mensaje llega a mucha más gente. No sé si la culpa la tenemos nosotros, sólo dispuestos a consumir imágenes y reacios a debatir ideas, o la tienen los medios que encuentran más fácil mostrarnos diapositivas de la realidad en vez de análisis de lo que se nos ofrece. El caso es que un bebé de seis meses encarnando el mensaje de que algo hay que hacer para que las madres puedan conciliar la crianza con su trabajo, pero sin aportar ninguna solución concreta, ha arrebatado el protagonismo al hecho insólito de que PP y PSOE se hayan puesto de acuerdo gracias a Ciudadanos en que sea un diputado del partido menos votado de esos dos el que presida la cámara.

Esta cada vez más frecuente profanación que la diosa Imagen viene perpetrando en el templo de la palabra hará que llegue un momento en que el debate se simplifique tanto que ya no haya nada que debatir y todo consista en elegir un color. La situación ideal para un proyecto totalitario.

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