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Emilio Campmany

González equidistante

Si éste es el oráculo, cómo serán los demás.

Si éste es el oráculo, cómo serán los demás.
EFE

Desde que empezó la transición a la democracia, el centro político ha venido siendo el Shangri-La de la política, el paraíso que procura la gloria a quien llega a él. Por eso, la primera derecha que ganó unas elecciones en la Transición lo hizo diciéndose de centro y por eso el PSOE llegó al poder renegando del marxismo, no obstante haber sido éste siempre su seña de identidad. Desde entonces, a Felipe González le ha gustado decirse de centro-izquierda. Pero, como le ocurre también a Albert Rivera, a veces confunde el centro político con la equidistancia. Es lo que le ha pasado en la reciente entrevista concedida a El País. Según el gran estadista, el problema de España es que se debate entre el inmovilismo de Rajoy y el liquidacionismo de Podemos cuando lo que necesita es un Gobierno reformista, que sería el que encabezaría el PSOE si las matemáticas no se opusieran a ello. Porque González debería contar y darse cuenta de que entre inmovilistas y liquidacionistas suman 192 escaños, lo que significa que cualquier Gobierno que se forme tendrá que contar con unos o con otros.

Está muy bien hablar de las muchas reformas que necesita España, especialmente de las que hacen falta para combatir la corrupción rampante. Mucho más si lo dice él, que era presidente del Gobierno cuando se corrompieron, entre otras instituciones, el Banco de España, la Guardia Civil, el BOE y la Cruz Roja. Está muy bien tirar por la calle de en medio y acusar a unos de ser extremistas en un sentido y a los otros de serlo en el contrario. No lo está menos hablar de la mucha necesidad que tenemos de corregir las desigualdades generadas por la crisis, como de dignificar el trabajo, mejorar los salarios asociándolos a la productividad (bueno, esto último a lo mejor suena un poco ultraliberal) e incrementar de verdad la inversión en investigación. Todo eso está muy bien, pero ninguna solución da a la elección que el PSOE tiene que hacer entre gobernar con los liquidacionistas de Podemos o permitir que lo haga el inmovilista PP.

Felipe González no se da cuenta de que el centro político está mucho más alejado de lo que él llama leninismo 3.0 que del supuesto inmovilismo del PP, que, en el peor de los casos, no hace otra cosa que defender el régimen democrático tal y como hoy es. Si lo que quieren Felipe González y el PSOE es incorporar al PP a su proyecto reformista, lo primero que tendrían que hacer uno y otro es explicar cuál es el sentido de esa reforma que supuestamente tienen en la cabeza. Porque decir que quieren acabar con la corrupción, resolver el problema de Cataluña y que todo el mundo gane más dinero no es proponer un programa, es hacer un brindis. Si éste es el oráculo, cómo serán los demás.

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