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Emilio Campmany

Gallardón se presenta en Galicia

En Galicia, los electores de derechas van a ser obligados a escoger entre lo malo y lo peor. Si lo malo es la abstención, adivinen qué es lo peor.

Se da por hecho que Pérez Touriño, tras doblegarse a los deseos de su paisano Pepiño, convocará elecciones autonómicas para este otoño. Será el bautismo de fuego de este nuevo PP al que Rajoy le ha dado la vuelta como a un calcetín.

Bebe hoy el partido en las fuentes del centrismo bizcochable. Según él, hay que asumir dos realidades. La primera es que España es predominantemente de izquierdas, lo que hace muy difícil a una derecha pura y dura ganar ningunas elecciones. La segunda es que, incluso cuando el Gobierno socialista de turno es tan inepto que empuja a algunos de sus electores a abstenerse o a votar al PP, hay regiones donde la derecha prefiere votar a los nacionalistas, haciendo que la victoria popular sea poco menos que imposible.

Para los bizcochables, el éxito de Aznar fue un espejismo provocado por el extraordinario alcance de la corrupción bajo el mandato de González. El hedor hizo que algunos votantes socialistas, asqueados, votaran a los populares. Los comunistas colaboraron al desgaste del PSOE por no verse salpicados por tanta porquería. Y los nacionalistas ayudaron a que el PP formara Gobierno para no ser acusados de impedir la regeneración. La confluencia de todas estas circunstancias fue la que llevó a Aznar a la Moncloa.

Nada similar volverá a producirse. Por lo tanto, el PP sólo puede volver a gobernar cumpliendo dos condiciones. Por un lado, ha de ganar y, para hacerlo, tiene que mostrarse ideológicamente próximo al PSOE, de forma que pueda ser votado sin remordimiento por electores de izquierdas. Pero esto no basta. Con carácter previo ha de ser tan indulgente con los nacionalistas como los son los socialistas. Se trata de que, alcanzada una victoria que necesariamente será corta, CiU y PNV se sientan cómodos respaldando la formación de un Gobierno del PP.

Ni que decir tiene que el representante más sobresaliente de este modo de pensar dentro del PP no es Rajoy, sino Alberto Ruiz Gallardón. Por eso, este PP centrado y bizcochable es, en muchos sentidos, por no decir en todos, un PP "gallardonizado".

Galicia será una prueba especialmente reveladora porque allí el partido se presenta encabezado por Alberto Núñez Feijoo, gallardonita entre los gallardonitas. Los resultados que obtenga dirán cuán acertado o no ha sido este giro a la izquierda. En 2005, el PP se quedó a un escaño de la mayoría absoluta. Seguir en la oposición tras las elecciones sería un fracaso y supondría un freno a la gallardonización. Al contrario, entrar en el Gobierno del modo que sea constituiría un gran éxito para el gallardonismo.

El caso es que las encuestas colocan a Feijoo muy lejos de la mayoría absoluta. Y es razonable esperar que Quintana preferirá seguir bailando con Touriño en vez de hacerlo con Feijoo. Sin embargo, la gallardonización es una conversión al pragmatismo, y lo que promete a sus adeptos no es tanto la victoria como el poder. Y, si no sirve para acceder al poder, no sirve para nada. Por eso Feijoo, aún derrotado, recurrirá a todos sus encantos para lograr la mano de Antxo Quintana. ¿Qué puede ofrecerle que no le hayan ya dado los socialistas? ¿Acaso la presidencia, no obstante ser el candidato menos votado?

En Galicia, los electores de derechas van a ser obligados a escoger entre lo malo y lo peor. Si lo malo es la abstención, adivinen qué es lo peor.

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