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Emilio Campmany

La izquierda y Cataluña

Una de las muchas paradojas que trenzan nuestra política es la alianza entre la izquierda internacionalista y la derecha de campanario.

Una de las muchas paradojas que trenzan nuestra política es la alianza entre la izquierda internacionalista y la derecha de campanario.
Twitter @sanchezcastejon

Una de las muchas paradojas que trenzan nuestra política es la alianza entre la izquierda internacionalista y la derecha de campanario. Naturalmente, esta paradoja se explica contando que existe desde la Guerra Civil y que el centralismo franquista ayudó a que llegara hasta la Transición. Ahora, ¿sigue estando hoy justificada? No, pero ayuda a sostener la ficción de que la derecha nacional es de una u otra forma franquista, como prueba el hecho de que quienes fueron sus enemigos durante la Guerra Civil, la izquierda y la derecha nacionalista, sigan obligados a entenderse. Y, sin embargo, mantener esa alianza para que la fábula de que la derecha española es fascista ha tenido y tiene efectos muy perniciosos para la nación. Uno de ellos ha sido el de permitir que los independentistas lleguen en Cataluña hasta donde lo han hecho.

Y no termina ahí. Todavía tienen que producirse más. Si se observa con atención, lo que están haciendo el PSOE y Podemos es lo que Felipe González decía que no haría, a saber, mantenerse equidistante entre los que cumplen la ley y los que no. Pues bien, ésa es precisamente la actitud de la izquierda, la equidistancia. El punto medio entre el PP gobernante y la coalición sediciosa es donde la izquierda está cuando, al analizar el problema, considera que tan culpables del conflicto son los inmovilistas del PP, que se niegan al diálogo, como los independentistas que propugnan una política de hechos consumados. Al análisis añaden la idea de que, cuando gobierne la izquierda, gracias al diálogo que la derecha se niega a practicar, el conflicto se resolverá con naturalidad.

El diagnóstico y su tratamiento podrían ser correctos si no fuera porque Cataluña goza de la más amplia autonomía para gobernarse, no sólo de la que la ley le otorga, sino de la que ella se toma más allá de lo que ésta le permite cuando le conviene; porque el conflicto nació a consecuencia de haber negado a los nacionalistas el insolidario pacto fiscal que exigieron al principio de la legislatura, y porque lo único que quizá podría hacer desistir a los independentistas es que todo el dinero recaudado gracias a los impuestos en Cataluña fuera administrado exclusivamente por la Generalidad tras satisfacer como mucho un cupo similar al que pagan tarde, mal y nunca País Vasco y Navarra. Pero la izquierda cree, quizá con razón, que el electorado está dispuesto a creer que ellos, por ser más dialogantes y demócratas, por comprender a los nacionalistas, por no padecer resabios franquistas, están en disposición de resolver un conflicto que el PP, por ultra y cavernícola, es incapaz de solucionar. Claro que cuando ofrecen reformas y diálogo se cuidan muy mucho de confesar lo que están dispuestos a ceder, aunque sus elites saben muy bien lo que es. Y los demás no nos deberíamos dejar engañar.

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