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Emilio Campmany

Lo que va de un leal a un pelota

En política, lo que se premia no es la lealtad. Es la obediencia ciega, defender lo indefendible.

En política, lo que se premia no es la lealtad. Es la obediencia ciega, defender lo indefendible.

Cada virtud conlleva dos defectos. El que se corresponde con el comportamiento opuesto y el que es fruto del exceso. Al valor se opone la cobardía. Pero cuando degenera lo hace en temeridad. Como la generosidad lo hace en prodigalidad. O la laboriosidad en adicción al trabajo. Y la lealtad en hacer la pelota.

Normalmente se distingue sin esfuerzo al valiente del temerario, al generoso del pródigo y al trabajador del adicto. Sin embargo, cada vez somos más incapaces en España de distinguir al leal del pelota. Un ejemplo claro es el de Fernando Maura, un eurodiputado de UPyD que ha expresado abiertamente su disgusto por la falta de altura de miras de Rosa Díez para llegar a un acuerdo con Ciudadanos. Esta actitud, leal en cuanto consiste en decir lo que se piensa, ha sido calificada sin embargo de desleal, no por los gerifaltes del partido, que sería natural, sino por El Mundo. Y parece mentira que, para una vez que un político con un cargo representativo prefiere ser leal con los electores en vez de con quien le puso en la lista, sea un medio de comunicación el que le afee la conducta. Es ya tan habitual que los políticos sean pelotas y no leales que hasta a los periodistas les parece intolerable que sean leales y no pelotas.

En política, lo que se premia no es la lealtad. Es la obediencia ciega, defender lo indefendible, justificar cualquier cosa que haga o diga el jefe, avalar sus cambios de opinión, prescindir de todo sentido crítico. Hemos tenido la prueba con el último trajín de cargos en el PP. El premio es para los pelotas, no para los leales. Con todo, el ascenso de Alfonso Alonso es admisible, porque, si fue ministra de Sanidad Ana Mato, por qué no iba a serlo él.

Pero el nombramiento de Rafael Hernando no puede tener otra justificación que la vehemencia, muchas veces airada, con la que el nuevo portavoz ha defendido el inaceptable incumplimiento sistemático del programa con el que él, junto a Rajoy, concurrió a las elecciones y ganó el escaño. No puede haber otra explicación, pues es el diputado del PP en el que quizá de forma más rotunda y evidente faltan las virtudes que deberían adornar al portavoz del grupo parlamentario que sostiene al Gobierno.

De quien ocupe este cargo se espera que tenga una relación fluida con el resto de grupos y una elevada capacidad de diálogo, unida a la firmeza en la defensa de los principios. Nada de eso hay en Hernando. A su capacidad para irritar a los diputados del resto de los grupos con regañinas y amonestaciones tan sólo une su abierta disposición a pasar por encima de principios y promesas cuando cree que es lo que el jefe espera de él. Ahora, eso sí, leal en el sentido que cree El Mundo que se ha de ser en política lo es con todas las de la ley. Y ésa es la única virtud que importa.

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