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Emilio Campmany

Madrid, tenemos un problema

Olvídense de lo que tenemos. No vale. Insistir en este sistema nos lleva al desastre. Tenemos un problema y hemos de solucionarlo.

Seamos pragmáticos en el estricto sentido del término. Cataluña nos obliga a enfrentarnos al problema. Éste no es tanto que los catalanes no quieran ser españoles. La cuestión es que el Estado de las autonomías no sirve, está muerto. Se inventó para que los catalanes pudieran sentirse a gusto en España y no lo ha conseguido. Hay que inventar otro. Para saber qué queremos, tenemos que decidir antes qué vamos a perseguir. Podemos plantearnos como principal objetivo lograr que Cataluña siga siendo, como sea, España. O también podemos proponernos hacer de España un país donde todos los españoles, pocos o muchos, quieran de verdad serlo.

Para lo primero podemos recurrir al Estado federal. Pero, ese Estado no puede construirse a imagen y semejanza de todos los que se inventaron para unir. Ha de inspirarse en los que se crearon para evitar la secesión. El ejemplo más a mano es el de Austria-Hungría, la Doble Monarquía. Su terrible destino no debiera asustarnos. Podríamos construir un Estado en el que el Gobierno central sólo tuviera competencias en relaciones exteriores y defensa y lo demás dejarlo en manos de los estados federados. Esos estados no serían las autonomías actuales, sino sólo los que con una mayoría muy cualificada desearan esa cuasi independencia, con total autonomía fiscal, en los ingresos y en los gastos. Habría además un pequeño impuesto general para atender a las escasas dos competencias que quedaran en manos del Estado federal. Presumiblemente sólo la querrían vascos y catalanes, y quizá también los navarros. A lo mejor se apuntan otros. El resto sería un estado federado más.

Para lo segundo, habría que arbitrar el sistema legal por el que las comunidades autónomas que quisieran dejar de ser España pudieran hacerlo con las mayorías cualificadas que se dispongan. El resto se organizaría en un Estado más o menos unitario, con cierta descentralización, pero con entidades con plena autonomía fiscal para atender a las competencias que tuvieran que asumir, sean éstas muchas o pocas, si bien perfectamente fijadas desde el principio.

Dentro de estas dos opciones, que se corresponden con objetivos diferentes, caben múltiples matices, sobre todo en lo que a competencias se refiere. Pero, en todo caso, éstas tendrían que estar acompañadas de autonomía fiscal de modo que cada estado federado o cada autonomía recaude y gestione los impuestos que sean necesarios para generar los ingresos suficientes para ejercer sus competencias, sean muchas, casi todas en el primero caso, o pocas o bastantes, como serían en el segundo.

Elijan la que quieran. Añádanle las variantes que deseen. Inventen, si la encuentran, una solución distinta. Traten de hacerlo con la razón y esfuércense por no hacer caso al corazón, que es mucho más difícil de lo que parece. Pero, en todo caso, olvídense de lo que tenemos. No vale. Insistir en este sistema nos lleva al desastre. Tenemos un problema y hemos de solucionarlo. Esconder la cabeza debajo del ala sólo servirá para empeorarlo.

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