Durante el franquismo, era común disculpar las deficiencias del régimen atribuyéndoselas, además de a la "pertinaz sequía", a la "conspiración juedeo-masónica", algo así como un complot internacional para perjudicar a España. Desde entonces, cualquier denuncia de un ataque internacional a nuestros intereses es desdeñado como una invención conspiranoica. Se parte de la idea de que lo que pase en España a nadie le interesa porque somos un actor irrelevante, incapaz de influir en el exterior y, por tanto, también intrascendente para los demás. Ni que decir tiene que eso es una tontería. Somos un actor de escasa importancia, pero no irrelevante. Aunque sólo fuera por ser España miembro de la OTAN y de la UE, puede haber potencias interesadas en perjudicarnos por dañar a esas dos organizaciones.
Siendo como es patente la injerencia rusa en la crisis catalana, todavía hay analistas que niegan la relevancia alegando que el que los ataques provengan de territorio ruso no significa que el responsable sea Putin. Y, sin embargo, es evidente que, dada la naturaleza del régimen ruso, tales ataques no pueden llevarse a cabo sin al menos la tolerancia de Moscú.
La Vanguardia es responsable del último intento de banalizar los esfuerzos del Gobierno ruso por agravar la crisis catalana. En un artículo sobre la cuestión pone de relieve lo que no pasa de ser una perogrullada, que Putin no se ha inventado el anhelo de muchos catalanes de que su región se convierta en un Estado independiente. Claro que no. Pero que una potencia extranjera financie y promueva una campaña en el ciberespacio a favor del independentismo catalán difundiendo entre otras cosas noticias falsas no es una ayuda menor. Y podría, en según qué circunstancias, ser decisivo para el éxito del proceso.
Una prueba de la importancia del asunto la tenemos en la imagen de lo ocurrido en Cataluña el 1º de octubre pasado. En la opinión pública internacional se ha instalado la idea de que la Policía española reprimió con violencia desmesurada el pacífico intento del pueblo catalán de votar su independencia. La realidad es bien diferente. El pretendido referéndum fue una acción no sólo ilegal sino violenta, porque toda resistencia a la autoridad lo es por definición. La violencia que la Policía se vio obligada a emplear no fue en ningún caso desmesurada. Al contrario, las restricciones autoimpuestas a su empleo hicieron que fuera imposible que la ley se cumpliera. Y, sin embargo, la imagen que en el exterior hay de lo ocurrido es la que es, entre otras cosas, por culpa de la injerencia de hackers rusos.
Es verdad que Putin no hace otra cosa que aprovecharse de un problema que hemos creado exclusivamente nosotros. Pero eso no hace que su injerencia sea inocente, ni que no exista la obligación de denunciarla, ni que el Gobierno no tenga el deber de combatirla. Ni sobre todo impide que el independentismo catalán sea hoy un movimiento al servicio de una potencia extranjera para perjudicar a España y a la Unión Europea. Su reciente antieuropeísmo le delata.