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Emilio Campmany

Putin, un padrino para Montilla

Adonde tenía que haber enviado Montilla a su plenipotenciario ministro no es a París, sino a Moscú. La misión consistiría en pedirle a Putin que apadrinara el nacionalismo catalán como ha hecho con el osetio. Habría una alta probabilidad de éxito.

Ahora va resultar que Vladimir Putin es una especie de Woodrow Wilson del siglo XXI, un nuevo paladín del principio de autodeterminación, la espada con la que pueden contar todos aquellos que se sientan nación sin Estado o pueblo sin corona.

No está claro si Putin es de derechas o de izquierdas, pero, a los ojos de los socialistas, tiene dos atractivos: es antiamericano y es ruso. Lo de ser ruso es casi más importante que lo otro. Desde los tiempos de Largo Caballero, nuestro PSOE se ha sentido siempre atraído por Rusia. Que la atracción perduró hasta tiempos más recientes lo prueba aquella foto de Felipe González, Alfonso Guerra y Miguel Boyer en Moscú, ateridos bajo unos muy soviéticos gorros de astracán (¿o eran de marta cibelina?), empapados de marxismo-leninismo y con cara de estar muy cabreados con la OTAN.

Durante la Transición, las retorcidas cúpulas del Kremlin no sólo atrajeron a los políticos de izquierdas, sino también a sus heraldos mediáticos. El periódico que dirigía Juan Luis Cebrián nunca encontró nada criticable en el democrático régimen de Moscú. Tan buenas eran las relaciones del periodista y académico con los soviéticos que acabó escribiendo para la posteridad La rusa.

Pues bien, nuestra izquierda conserva tanta querencia por las estepas siberianas que, estallado el conflicto entre Rusia y Georgia, sólo es capaz de ver a un culpable, el imperialista Estado caucásico. Para ellos, modelo de pacifismo, nunca está justificado el empleo de tanques y el bombardeo de ciudades, pero, si alguna vez lo está, la de hoy es una de ellas. Así que no paran de congratularse de que Putin haya "impuesto la paz" y protegido las aspiraciones soberanistas de cualquier Osetia o Abjazia que quiera liberarse de la bota georgiana.

Ahora, entre los socialistas el que más debería alegrarse del nuevo rol de Putin es Montilla. Es verdad que al ex agente del KGB Cataluña le cae un poco a desmano, comparada con Osetia. Pero no lo es menos que, para que Zapatero ceda finalmente en el tema de la financiación y se decida a ejecutar el Estatuto que él mismo trajo al mundo con fórceps, no será necesario bombardear el palacio de la Moncloa ni pasear los tanques por la M-30. Un par de gritos enérgicos a través del teléfono rojo deberían ser suficientes para que nuestro presidente se arrugue ante el nuevo campeón de los nacionalismos irredentos.

¿No habrá sido pues un error enviar a Apeles Carod-Rovira a París? Es verdad que a Francia y a los franceses siempre les ha gustado proteger cualquier causa que pudiera debilitar a los demás, y por eso han encontrado allí refugio revolucionarios de toda ralea, desde etarras hasta ayatolás.

Pero Francia ya no es lo que era y es obvio que Sarkozy no tiene, gracias a Dios, ningún interés en apoyar, por el momento, a ninguno de los nacionalismos que padecemos en España. Por eso, adonde tenía que haber enviado Montilla a su plenipotenciario ministro no es a París, sino a Moscú. La misión consistiría en pedirle a Putin que apadrinara el nacionalismo catalán como ha hecho con el osetio. Habría una alta probabilidad de éxito en cuanto Apeles Carod-Rovira acertara a explicarle que España es a Georgia lo que Cataluña a Osetia. Sin embargo, el mundo está cambiando y los separatistas catalanes no se enteran.

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