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Emilio Campmany

Tonteando en Los Alcázares

Una cosa es que tengamos que soportarlos como gobernantes y arrostrar las desgracias que nos traigan y otra es que encima se carcajeen en nuestras barbas de cómo nos mal gobiernan.

Hay que ver lo bien que se pasa de ministro de Zapatero, la juerga padre. El "presi", que es un tío "enrollao", les organiza una excursión a Sevilla y allí que se van todos de "finde". No hay testimonio gráfico del viaje, pero es fácil imaginarlos a bordo de un pequeño autobús serpenteando por Despeñaperros. Nada de carteras ministeriales. Cada uno viajó con su cuaderno de anillas, como si fueran escolares: negro, más serio, el de Chaves; rojo, más atrevido, el de Moratinos.

Lo tuvieron que pasar en grande porque al llegar a los Reales Alcáceres se traían una guasa de cuidado. Supongo que por el camino fueron cantando canciones revolucionarias, más o menos fáciles de entonar. No creo que se atrevieran con las más serias, La Internacional o A las barricadas. Pero no cuesta trabajo figurárselos dándole la tabarra al conductor con Ay Carmela o Si me quieres escribir, que tiene tantas versiones como para estar desgañitándose de Córdoba a Sevilla sin repetir estrofa. Aunque seguramente lo que más éxito tuvo fue el Himno de Riego, naturalmente en su versión más popular, la que se cantaba durante la Segunda República.

Pero lo mejor fue al llegar. De eso sí hay constancia en imágenes. A juzgar por sus caras, lo debieron de pasar pipa. Qué risas, qué carcajadas, qué fiesta. Carme Chacón jugando a estrella de cine se abre paso entre una nube de admiradores que la chicolean fervorosos. Corbacho le lanza una mirada penetrante con el gesto algo desencajado. Moratinos ríe la ocurrencia y Rubalcaba sostiene el brazo de la dama mientras se solaza como un sátiro inofensivo.

Pero hay más. En otra foto, mientras hacen cola como educados estudiantes de viaje cultural para entrar al edificio donde se van a reunir en Consejo de Ministros, se ve al final de la fila como Freddy y Bibiana, los más díscolos, tontean el uno con el otro riéndose mutuamente las gracias. Hay que ver lo bien que se pasa de ministro de Zapatero, la juerga padre.

Se puede comprender que una Aído o una Salgado o un Blanco no se terminen de creer que son ministros, por muchos años que los tengamos calentando la silla. Se puede uno imaginar que gente a la que en un país normal apenas le hubieran dejado organizar una casa, al verse reunidos en uno de los salones de los Reales Alcázares decidiendo los destinos de España, le dé el baile de San Vito y le entre la risa floja. Se puede uno figurar que, tratándose de personas que no han acabado de salir de la adolescencia, es normal que no se sientan capaces de tomarse nada verdaderamente en serio. Se puede entender que todo lo que les está pasando les parezca extraordinariamente divertido y quieran disfrutarlo mientras dure con ruidosas risotadas gastándose bromas y chanzas entre ellos.

Todo eso es comprensible. Pero, al menos podrían tener la decencia de, siendo como son los dirigentes de un país al borde de la quiebra económica y la desintegración institucional, reírse, tontear y chicolearse sólo cuando no haya cámaras. Una cosa es que tengamos que soportarlos como gobernantes y arrostrar las desgracias que nos traigan y otra es que encima se carcajeen en nuestras barbas de cómo nos mal gobiernan. Dicho en lenguaje que sus tiernas cabezas locas puedan entender: "A ver si en público nos cortamos un poquito".

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