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Emilio Campmany

Turismo democratizador

Si llega a quedarse unas horas más y les endilga a los tunecinos todo su repertorio de sansiroladas, podrían haber concluido que quizá no fuera tan conveniente instaurar una democracia si ello incluye el riesgo de tener que padecer un presidente así.

En Túnez deben de haberse quedado boquiabiertos y ojipláticos, en estado de aturdida estupefacción de ver lo que puede ocurrirles si, como les asegura que ya es inevitable Zapatero, finalmente se democratizan. "No sabéis cómo se puede disfrutar de la democracia. En mi caso, hasta he llegado a ser presidente del Gobierno". ¿Qué habrá querido decir? Siempre es difícil hacer la exégesis de las palabras de Zapatero, pero en este caso la misión es casi imposible. Puede haberse limitado a querer decir que, para disfrutar de la democracia, lo mejor es llegar a presidente del Gobierno. Pero más bien parece haber querido explicar que, en una democracia, es posible incluso que alguien como él llegue a tan alto cargo. Pero, entonces viene una ulterior pregunta. En un hecho tan fatal como es el tener que padecer semejante presidente ¿dónde está el disfrute? Quizá quería referirse a lo mucho que disfruta él porque no creo que estuviera pensando en lo mucho que disfrutaremos los demás cuando lo echemos, que algún día será.

Tampoco ha estado mal el modo en que les ha contado su experiencia vital de la Transición: "Mirad, mi abuelo fue fusilado por Franco. Cuando yo cumplí 15 años, murió el dictador, y tres años después, a los 18, ya teníamos una Constitución". Para que supieran cuál es hasta ahora el final del viaje, podía haber añadido: "Y ahora, que acabo de cumplir 50, me paso la Carta Magna por el forro de mis caprichos y no veas lo que disfruto". Así, habría sabido el octogenario primer ministro tunecino Beji Caid Essebsi cómo acaba la historia.

Lo mejor ha llegado al final. Cuentan las crónicas que, con gran convicción nuestro presidente les ha aconsejado a los tunecinos "una nítida separación de poderes". Igualico, igualico que aquí. No sé si en Túnez saben de cómo Felipe González se las apañó para forzarle las costuras a la Constitución y establecer un sistema de control de los nombramientos de las altas magistraturas judiciales, de cómo Aznar prometió cambiar eso y no cambió nada y de cómo Zapatero usa y abusa del sistema. Pero, si están al cabo de la calle, habrán pensado en lo granítica que puede ser la faz del turista democratizador.

Menos mal que, antes de seguir avergonzándonos, el presidente se ha vuelto enseguida echando no sé cuántas toneladas de queroseno quemado a la atmósfera. Si llega a quedarse unas horas más y les endilga a los tunecinos todo su repertorio de sansiroladas, podrían haber concluido que quizá no fuera tan conveniente instaurar una democracia si ello había de incluir el riesgo de tener que padecer un presidente así todos los días del año durante quién sabe cuánto tiempo. En definitiva, si la visita llega a ser de tres días, habría sido contraproducente porque los tunecinos podían haberse sentido tentados de clamar por la vuelta de Zine El Abidine Ben Alí antes de arrostrar el riesgo de tener que padecer un similar alud de fatua verborrea durante años como aquí estamos aguantando.

Suárez ya no se acuerda de que fue presidente. Felipe González cree que nació para serlo y no acaba todavía de entender que no siga siéndolo. Aznar cree, probablemente con razón, que hasta ahora ha sido el mejor. Y Zapatero tendrá que jurarle a sus nietos que lo fue y ya veremos si llegan a creérselo. Cosas de la democracia.

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