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Emilio J. González

Cuando el Banco de España es el problema

El Banco de España tendría que hablar muy alto y muy claro sobre la situación de nuestro sistema financiero, pero guarda silencio y no se atreve a enfrentarse al Gobierno.

El Banco de España pasa por ser uno de los mejores supervisores bancarios del mundo. Ese fue el título que le adjudicó el año pasado The Economist por la forma en que había evitado que los bancos y las cajas de ahorros españoles estuvieran contaminados con activos tóxicos relacionados con las hipotecas ‘subprime’, los productos estructurados y demás basura que desencadenó la crisis financiera internacional. Claro que aquellos eran otros tiempos, porque ni se habían empezado a percibir con toda claridad los estragos que iba a provocar en esas entidades el estallido de la crisis inmobiliaria, ni, en realidad, lo bueno que pudiera haber tenido el Banco de España como supervisor correspondía a la etapa de Miguel Ángel Fernández Ordóñez, sino a la de su antecesor en el cargo, Jaime Caruana. Porque lo cierto es que la llegada de Mafo al puesto ha supuesto un cambio fundamental en la institución, y no precisamente para bien.

De entrada, con Mafo, el Banco de España ha pasado de ser un freno a la crisis por la que atraviesa el sistema financiero español a ser uno de los factores desencadenantes. ¿Por qué? Porque desde que Mafo entró por la puerta, el supervisor dejó de emitir circulares con las que controlar el riesgo de las entidades crediticias debido a su elevada exposición al ladrillo. Mientras Caruana supo aprovechar los escasos instrumentos a su disposición para ir retirando el exceso de liquidez del sistema y evitar que bancos y cajas se lanzaran a inversiones alocadas en productos financieros altamente complejos que ni ellos mismos entendían, Fernández Ordóñez ha dejado hacer a pesar de los elevados riesgos con los créditos hipotecarios y al sector inmobiliario que estaban contrayendo muchas entidades. La pregunta es de quién vino la orden de semejante cambio, si del propio gobernador, si del Ministerio de Economía o si de la Oficina Económica de la Presidencia del Gobierno cuando la dirigía Miguel Sebastián, como parece que ha sido. Porque no hay que olvidar que el Banco de España está sometido en su labor supervisora a las directrices emanadas de un Ejecutivo, el de un Zapatero encantado de ir exhibiendo por el mundo las tan sorprendentes como imposibles cifras de crecimiento económico y empleo relacionadas con la burbuja inmobiliaria que se han desplomado en cuanto la burbuja ha estallado. Esta dejación de funciones del Banco de España, voluntaria o forzada, ha sido uno de los factores desencadenantes de nuestra particular crisis financiera. ¡Qué distintas hubieran sido las cosas si la entidad hubiera seguido la misma política que venía desplegando Caruana!

Ahora, el Banco de España, en lugar de actuar como tal, sigue haciéndole el juego al Gobierno. Acabamos de verlo con la adjudicación de Caja Castilla-La Mancha a Cajastur, sólo porque la caja asturiana está controlada también por los socialistas, como la manchega, cuando lo cierto es que la mejor oferta era la de la vasca BBK. La política manda y el Banco de España se pliega a sus designios, aunque eso nos vaya a costar una millonada a los españoles. Ya sabemos que la CCM se la quedan los astures, pero ¿quién se queda con el tan faraónico como ruinoso proyecto del aeropuerto internacional de Castilla-La Mancha y demás activos tóxicos? Porque Cajastur ya ha dicho que eso no entra en la operación. Vamos, que se queda con lo que no está podrido y lo demás ahí se las apañen. ¿Y quién se va a hacer cargo de los miles de millones que el Gobierno ya ha tenido que poner en CCM para salvarla? Porque Cajastur habla de devolver las ayudas del Fondo de Garantía de Depósitos que precise para acometer la operación, no del resto, y el Banco de España sin decir nada sobre el asunto. Claro que qué va a decir cuando ha autorizado a CCM operaciones como la recompra de preferentes que, en cualquier otro país, jamás se habría permitido llevar a cabo con una entidad en quiebra.

Ahora, el Banco de España dice que hay otras ocho entidades en dificultades, dos de ellas, además, al borde de la quiebra, pero no da nombres. Bien, pues que guarde silencio si de lo que se trata es de no generar pánico entre los ahorradores. Pero que empiece a hablar de la magnitud del agujero de dichas entidades y a dejar claro que se dejara quebrar a quien tenga que quebrar, porque con lo que no puede seguir este país es con esa política de enterrar decenas de miles de millones de dinero público, que es el de todos y sobre cuya gestión sí hay que rendir cuentas, en operaciones de salvamento que lo único que sirven es para prolongar la salida de la crisis de nuestro sistema financiero porque se tragan, como un pozo sin fondo, recursos que son tan necesarios para otras cosas. El Banco de España tendría que hablar muy alto y muy claro sobre estas cuestiones, pero guarda silencio y sólo se atreve a enfrentarse con el Gobierno con algo muy importante para el país, pero secundario para lo que son las obligaciones de la institución, como es la reforma laboral, como si con ello Mafo justificara sus actuaciones y su presencia en el cargo y le salvara de todos los errores que ha cometido en materia de supervisión, hasta el punto de que el Banco de España ha pasado de ser la solución a convertirse en parte del problema.

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